martes, 3 de mayo de 2011

Escritos sobre la educación.

Algunas reflexiones sobre la profesión de profesor


Hace unos días estuvo de moda hablar y escribir de la profesión de enseñante por parte, sobre todo, de gente que no se dedica a ello. Surgió el tema a raíz de una propuesta de la presidenta de la Comunidad de Madrid para considerar a los profesores como agentes públicos. Posteriormente la ha completado con la posibilidad de poner tarimas en las aulas y, esto a criterio de los centros, que los alumnos se pongan en pie cuando llegue el profesor para iniciar una clase. El objetivo que está detrás de estas medidas es mejorar la disciplina en los centros de enseñanza.

Es evidente que en los últimos años, tras la entrada en vigor de la LOGSE, los temas disciplinarios han pasado a considerarse el problema principal de un centro de enseñanza. Hay muchas causas que ayudan a explicar este fenómeno, pero quizás la principal sería la obligatoriedad hasta los 16 años. No obstante, no quiero en estas reflexiones centrarme en estos aspectos de la profesión por muy importantes que sean. Me gustaría plantear el tema de otra forma sobre todo para que podáis hacer vuestros comentarios.

Veamos. La profesión de profesor de enseñanza secundaria no se enseña en ningún centro universitario. Se exige una licenciatura y haber cursado un llamado CAP (Curso de Aptitud Pedagógica) que no sirve prácticamente para nada, ni siquiera en su parte de prácticas. Por lo tanto, todo profesor es en un tanto por ciento elevadísimo un autodidacta y, además, utilizando de forma consciente o no el método de prueba y error. Y aquí es donde aparece la idea que, desde hace unos años, tengo en mi cabeza, esto es, que la clave para ser un profesor mínimamente válido consiste en, parafraseando a Jane Austen, tener Sentido (común) y Sensibilidad.

Sentido (común). Como habitualmente se dice no es el más común de los sentidos. La clave: no hacer extravagancias ni cosas raras. Saber lo que los alumnos tienen que aprender y buscar poco a poco la mejor forma mejor para que lo consigan, teniendo siempre presente que es el alumno el que aprende y no tanto el profesor el que enseña.
¿Qué hay que evitar? El exceso de presión y también la excesiva relajación, el estar permanentemente hablando (“explicando”), el agobiar con un exceso de tareas, el no corregir las tareas encomendadas, el tardar quince días en corregir los exámenes,…

Sensibilidad. Ser capaz de ponerse en el lugar del otro, del alumno. Respeto, y cuando digo respeto no me refiero sólo a su aspecto formal que es, evidentemente, muy importante, sino también respeto intelectual, esto es: el alumno es capaz de entender y aprender un montón de cosas y, además, de hacerlo de una manera inteligente y no meramente repetitiva. Hay que facilitarle los aprendizajes pero no quitándole todas las barreras. El esfuerzo intelectual es lo que más nos ayuda a aprender.

A todo esto hay que añadir algo muy importante: la autocrítica por un lado y, por otro, la búsqueda de las críticas ajenas tanto de compañeros como, sobre todo, de alumnos. Éstas se están perdiendo en los últimos años y los mismos alumnos son cada vez menos capaces de hacerlas por falta de hábito.

Si un profesor cumple mínimamente con lo anterior tendrá la suficiente autoridad en el aula como para poder cumplir su función. En el tema del profesor como agente de la autoridad se ha tendido a confundir la autoridad con el poder. El profesor necesita tener la autoridad moral sobre lo alumnos y, sólo en casos muy excepcionales, el poder sobre ellos.
En otro orden de cosas y para concluir. Es cierto que la educación de los alumnos es una función principalmente de su familia y así tiene que ser. Ahora bien, también en un centro de enseñanza se establecen aprendizajes educativos tanto en la dinámica de funcionamiento del centro como del aula. Un profesor también educa y no lo hace por lo que dice sino por lo que hace. El profesor es un modelo y, como tal, lo puede ser tanto en lo positivo como en lo negativo.


Algunas ideas sobre la profesión de alumno.

Lo primero, una justificación del título. Hace ya muchos años que en algún momento del curso les decía a los alumnos que esa era precisamente su profesión, es más, que por ella recibían un sueldo que, además, no era demasiado malo. Caras de incredulidad, gestos de desaprobación, etc. Tras ello pasaba a justificar mi afirmación. En un instituto como el de Calvià con unos 700 alumnos y más de 100 profesores, y sin considerar todo aquello que sería preciso para llegar a la cifra exacta, se puede decir sin temor a equivocarse demasiado que cada alumno le cuesta a la administración una cifra entre 5.000 y 6.000 euros. Bien, pues ese es vuestro sueldo, les decía; lo que sucede es que lo cobráis en especie. “Pues a mí que me lo den en mano” saltaba el típico graciosillo.

Efectivamente, el coste de un alumno en la enseñanza secundaria resulta ser bastante elevado y de ahí que haya que exigirles que lo aprovechen el máximo posible. En este sentido, considerarlos como profesionales de la enseñanza creo que es lo más adecuado. Y ¿qué implicaciones tiene esto? En principio, las de cualquiera otra profesión.

Veamos. Lo primero y principal aunque no lo más importante: acudir a su puesto de trabajo y hacerlo con la puntualidad y el aseo debido. A continuación, tratar a sus compañeros y a sus “jefes” con el mismo respeto que para él desearía. En tercer lugar, cumplir con las tareas que le sean encomendadas a lo largo de la jornada laboral que, en el caso de estos profesionales como en de muchos otros (médicos, abogados, profesores,…), no es sólo el tiempo que están en el centro de trabajo. Para algún sociólogo de la educación éste es, bien que de forma larvada, el objetivo principal que la sociedad otorga al sistema educativo.

Estos serían los aspectos básicos. Ahora bien, exactamente igual que en la realidad laboral, en esta profesión además del sueldo base existen algunos pluses, el principal de los cuales es el de productividad que consiste en una mejor nota en las evaluaciones. A este plus todo el mundo tiene derecho y, por lo tanto, se deben dar en el aula las condiciones para que todo aquel que quiera pueda obtenerlo.

Hasta aquí hemos visto las principales obligaciones del alumno como “profesional”. No parecen demasiado difíciles de cumplir y, sin embargo, para un porcentaje cada vez mayor de estudiantes sí parece que cada vez les cuesta más trabajo cumplirlas. Esto nos lleva a hacer unas consideraciones complementarias.
La primera es que el esfuerzo, algo fundamental para seguir con aprovechamiento los estudios, ha dejado de ser algo valorado en nuestra sociedad y, desde luego, entre los jóvenes. Obtener la máxima satisfacción con el mínimo esfuerzo podría ser el lema para muchos de ellos. Y está muy bien si no se lleva hasta las últimas consecuencias de no hacer esfuerzos si la satisfacción no es inmediata como, por otra parte, sucede en el caso de los estudios. Muchas de las cosas que se estudian en la secundaria no parecen necesarias para nada en la vida y, sin embargo, la mayoría lo son aunque no se vaya a seguir estudiando.
En segundo lugar, los estudios, el conocimiento en definitiva, no aseguran ni mucho menos un mejor futuro económico (y yo diría que es bueno que sea así), pero mejoran nuestra calidad de vida en la medida en que nos abren muchas posibilidades “intelectuales” que sin las herramientas básicas que nos proporcionan no se podrían aprovechar.
Por último, hay un grupo de alumnos que, aunque no demasiado numeroso, queda al margen de todo lo dicho hasta ahora. Son los que, no sé si muy acertadamente, llaman objetores escolares, es decir, aquéllos a los que todo lo dicho hasta ahora les suena a música celestial. En este caso es muy poco lo que pude hacerse. Quizás, como parece que se plantea cada vez más la administración, buscar una cierta preparación para salidas profesionales pero que apenas tenga carga académica.


Algunas ideas sobre los padres y la enseñanza.

Hasta ahora he escrito unas reflexiones sobre los protagonistas directos de la enseñanza: profesores y alumnos. Llega el momento de hablar del papel de los padres.
Los padres juegan un papel principal en la educación de los hijos y otro secundario, aunque importante, en su enseñanza. Es una obviedad, que hay que repetir de vez en cuando, que la educación es obra y función principal, y por momentos exclusiva, de los padres (más adelante matizaré esta afirmación). Sin embargo, en lo se refiere a la enseñanza los padres pasan a ocupar un papel subordinado y, diría, de apoyo el centro educativo y a sus profesionales.
Son responsables a todos los efectos de la formación moral de sus hijos, de los valores que quieran aportarles, de los comportamientos que estimen mejores para ellos, de las actitudes que vayan adoptando ante la vida… En este sentido la escuela no puede tomar decisiones importantes. Ante todo se trata de cuestiones individuales que, además, nos diferencian como individuos. Hay un caso en el que, sin embargo, la escuela sí puede y debe tener una actitud activa. Me refiero a la formación en valores fundamentalmente sociales o, por decirlo de otra forma, en valores que surgen de nuestra convivencia y que están inscritos en nuestra Constitución. Se trata de solidaridad, tolerancia, comportamientos democráticos,…Algo de ello pretende la asignatura de Educación para la ciudadanía, aunque no creo que crear una asignatura ad hoc sea la mejor manera de educar en estos aspectos.
Pero volvamos al principio. ¿Cuál es el papel de los padres en la enseñanza de sus hijos? Decía antes que de apoyo de lo que se hace en la escuela. Me explico. El profesor, en principio y mientras no se demuestre lo contrario, siempre tiene la razón. Hace las cosas bien. Las hace, además, por el bien del alumno, pensando en su mejor aprendizaje y en su futuro. Si castiga lo hace con justicia. No existen alumnos a los que se tenga manía. No existen los enchufados. Las notas responden siempre aun criterio de objetividad contrastada… Y así podría seguir un buen rato exponiendo ideas en la misma dirección. Puede parecer una caricatura y, sin embargo, es lo que ocurre en la mayor parte de los casos. Exactamente igual que pasa con los padres y si no cambiad y donde pone profesor poned padres. ¿ no es acaso verdad en la mayor parte de las ocasiones? Claro que no siempre, que hay días en los que se regaña por cómo está uno y no por lo que ha hecho el hijo/alumno, pero eso no es lo habitual. Por tanto, es necesario que los padres apoyen a quien está haciendo lo mejor para el aprendizaje de sus hijos, incluso diría que en muchos casos aunque el profesor pueda estar equivocado. Si esto ha sido así siempre creo que, tal y como está el tema de la autoridad, ahora es más importante que nunca.
¿Qué otras cosas pueden hacer los padres? Desde luego estar en contacto permanente con el tutor. Debería tener una entrevista al menos cada trimestre para, por un lado, estar al tanto de la marcha académica de su hijo y, por otro, para que éste vea la preocupación de sus padres. En dichas entrevistas conviene hablar además de lo puramente académico, de aspectos como: el descanso, el ocio, la alimentación, la integración en el grupo,…pues todo ello es colabora en el proceso de enseñanza/aprendizaje.
Otro tema importante es el de la colaboración en las tareas que el hijo debe efectuar en casa. Evidentemente no todos los padres tienen la posibilidad de ayudar a sus hijos en ellas por carecer de los conocimientos necesarios, pero quienes sí los tienen deberían limitarse lo más posible ya que hay una tendencia inevitable, en quien no da clase, a sustituir al alumno y resolver los trabajos en lugar de favorecer que él lo resuelva.
En fin, una vez más se trata de practicar el sentido común y la sensibilidad



Sobre el fracaso escolar.

El 40% de los jóvenes de Baleares entre 18 y 24 años no habían terminado la enseñanza obligatoria ni seguían ningún tipo de formación en el año 2009. Esta cifra era del 31% para el conjunto de España. Estos son los datos del problema pues de un problema se trata. A ello se le podrían añadir los datos de los diferentes informes Pisa sobre la calidad del sistema educativo, en los que los alumnos españoles quedan siempre entre los últimos en los diferentes ítems. La dificultad surge a la hora de intentar averiguar las causas de este fracaso. Intentaré dar algunas ideas basadas en mi experiencia profesional de muchos años en la enseñanza, y para ello me centraré en los distintos niveles de responsabilidad.
En primer lugar, la Administración educativa tanto a nivel estatal, Ministerio, como Autonómico, Consejería. Para ello hay que remontarse unos cuantos años, justo hasta la aprobación de la LOGSE. Esta ley supuso una transformación enorme del sistema educativo. Centrándonos en lo que más afecta a nuestro tema (1) yo diría que en dos aspectos: obligatoriedad de la enseñanza hasta los 16 años y en régimen de enseñanza comprensiva, es decir, cursando todos los alumnos las mismas materias y en las mismas aulas, materias que fundamentalmente se basaban en lo que podríamos llamar enseñanza académica. Esto que nos pareció a muchos en su época una gran conquista igualitaria que fomentaría, además, que los alumnos con mayores dificultades emularan a sus compañeros más aventajados, (2) ha resultado ser un desastre absoluto. El porqué ha sido así es un tema muy debatido, entre las razones que se han dado estarían: falta de financiación por parte de la Administración, falta de formación del profesorado que tenía que llevarla adelante (hay que tener en cuenta también que un elemento importante de la reforma era un radical cambio en la metodología de la enseñanza) , desmotivación del profesorado ante las dificultades que iban surgiendo, imposibilidad de tratar de igual manera a alumnos con diferencias muy marcadas de intereses, capacidades y motivaciones, incorporación en los últimos años de hijos de inmigrantes con puntos de partida de formación y culturales muy distintos, … Habrá que volver sobre alguna de estas ideas más adelante.

En segundo lugar, cabe mencionar a la sociedad o, mejor dicho, los valores o las ideas que predominan y que más presencia pública tienen. Desde luego, no existe aquí una respuesta fácil, pero sí se pueden aventurar algunas ideas sobre aquello que, de una u otra forma, influye y mediatiza, nuestras formas de pensar y actuar. Un poco en la línea de la sociedad líquida de Zygmunt Bauman, se podría decir que hoy priman la precariedad, tanto en el trabajo como en las relaciones personales, frente al trabajo indefinido o el amor hasta que la muerte nos separe; la cultura de las celebridades, frente a los mártires o los héroes de épocas anteriores; la búsqueda de la identidad para tener algo perdurable y reconocible a lo que agarrarse; la necesidad del consumo aunque no se disponga de dinero pues para esos están los créditos (no hay más que ver por dónde van los tiros en la actual crisis económica). Es la posmodernidad, el minimalismo. En definitiva, se trataría de vivir al día porque, parafraseando a Keynes, a largo plazo todos estaremos muertos. Nada que ver con una cultura del esfuerzo, del trabajar (estudiar) hoy porque mañana puedo aprovecharme de esos sacrificios, de ser capaz de ir soportando las distintas frustraciones que surgen cuando se hace algo cuya satisfacción no se produce de forma inmediata. Tampoco tiene nada que ver con la importancia del trabajo como un elemento de realización personal o, al menos, de que algo a lo que dedicamos la tercera parte de nuestra vida sea lo más satisfactorio posible; es el trabajo sólo como medio, económico, de vida.
Si a todo lo anterior le añadimos una crisis económica de la que no se ven por el momento salidas, podemos entrever por dónde van a ir estos temas en el inmediato futuro.

En tercer lugar, la familia o, para ser más exactos, los padres. Su función es primordial en la educación de sus hijos y muy importante en su enseñanza. Su papel consiste en animar, controlar, ayudar, exigir, castigar,… Al mismo tiempo, deben tener el mayor contacto posible con el tutor de sus hijos. ¿Cómo influyen en el fracaso escolar? De diversas formas: familias muy desestructuradas (separaciones o convivencias problemáticas); exceso de trabajo y poca atención a los hijos “mayores”; mala conciencia por lo anterior y concesión del más mínimo deseo evitando con ello cualquier tipo de frustración en los hijos; poco contacto con el centro escolar porque “para qué voy a ir si ya sé que mi hijo es un desastre”…
Por otro lado, los padres no quieren reconocer en algunos casos las dificultades que tienen sus hijos, les obligan y fuerzan a seguir estudiando hasta que fracasan. En otros casos, por el contrario no fomentan nada el que sus hijos estudien porque “yo no he estudiado y me gano muy bien la vida”. En fin, la casuística es infinita. Pero no me gustaría terminar este apartado sin referir que también en la educación se podría hablar de un cierto estado líquido, esto es, la escasa preocupación por el aprendizaje de valores “fuertes” y procurando, eso sí, que no le falte ningún producto de consumo duradero.(3)

En cuarto lugar, los profesores, es decir, los profesionales directos responsables del fracaso escolar en cuanto que son los que suspenden a los alumnos evitando que promocionen y obtengan su titulación. Ciertamente así es pero ¿pueden hacer otra cosa? Hace ya tiempo que desde instancias superiores como la Inspección educativa, y apoyándose en algunos equipos directivos, se están haciendo campañas, e incluso presiones, para que determinados profesores aprueben a un mayor porcentaje de sus alumnos, es decir, buscan disminuir el fracaso escolar por el expediente de facilitar las titulaciones. Ante esto muchos profesores han optado, para evitarse problemas, por aceptarlo y aprobar con mayor facilidad. Sin embargo, las cifras de fracaso escolar no disminuyen y lo que sí está disminuyendo, y de qué forma, es el prestigio social de la profesión de enseñante. Ya no se habla sólo de las largas vacaciones y los generosos sueldos o, en el caso de la enseñanza pública, del puesto de trabajo seguro, ahora también se habla de la poca autoridad que tienen, de las dificultades con las que se encuentran para hacerse escuchar por los alumnos,…(4)
En la situación actual creo que los profesores poco pueden hacer para evitar el fracaso escolar. Quizás aquellos que ejercen labores de tutor, de la que por cierto huyen despavoridos muchos, sí pueden conseguir mejoras a través del contacto con las familias, siempre que éstas sean receptivas y no hayan arrojado la toalla como pasa en muchos casos.
Otra cosa hubiese sucedido si, cuando se implantó la LOGSE, se hubiese tenido en cuenta la situación real de los profesores en ese momento y las inmensas dificultades con las que iban a encontrar para iniciar una tarea que, en muchos casos, sobrepasaba sus posibilidades y, por qué no decirlo, en otros, sobrepasaba sus deseos de mejorar su práctica educativa. Se llegó entonces a una situación en la que el cambio metodológico no se llevó a cabo, las aulas se llenaron de alumnos con unos niveles de aptitudes y actitudes muy variadas a los que el profesorado se vio en la imposibilidad de atender y poco a poco la conflictividad fue creciendo ante las actuaciones de rechazo de una pequeña parte de los alumnos.(5)
Otro aspecto que hasta ahora no he mencionado, pero del que podía haber hablado en otros apartados, es la situación de la enseñanza primaria que es, en mi opinión, la gran olvidada por las reformas. El nivel de lectura y escritura con el que llegan muchos alumnos a la enseñanza secundaria es el gran causante de su fracaso escolar. Tener que cursar 10 u 11 asignaturas sin tener una buena capacidad de lectura comprensiva hace inevitable el abandono.

Finalmente, los alumnos. En teoría los responsables de su propio fracaso escolar pero, en mi opinión, los que aportan un porcentaje menor de esa responsabilidad. “El desempleo y, sobre todo, y cada vez más, los bajos salarios que esperan a los jóvenes a su salida, les llevan a considerar el colegio y el instituto como un engaño” ( Emmanuel Todd, Después de la democracia). Esta cita creo que resume muy bien la situación de muchos jóvenes al enfrentarse con los estudios y, además, del grupo de los que fracasan. Decía al inicio que esta sociedad promociona gratificaciones inmediatas para cada esfuerzo. El estudio supone todo lo contrario, hacer hoy sacrificios pensando en obtener sus frutos en un futuro más bien lejano y sin que haya seguridad de que se consiga. En esta situación parece lógico que muchos prefieran abandonar y dedicarse a trabajos que, aunque sean especialmente aburridos y monótonos, no están del todo mal remunerados (me refiero principalmente a aquellos que tienen que ver con el sector terciario y con el turismo sobre todo). Esto les permite disponer de una cierta cantidad de dinero para disfrutar desde ya sin tener que esperar a un incierto futuro.
Muchos de ellos seguramente se hubieran podido recuperar si se pudiesen empezar antes los estudios de Ciclos Formativos, de hecho con algunos así sucede mediante las pruebas de acceso para mayores de determinadas edades.

Conclusión. Desde luego, cada caso de fracaso escolar es un caso único y responde a una mezcla de las causas expuestas o de otras muchas que se podrían mencionar. Ahora bien, sí es posible elaborar un mínimo de aquello que suele estar detrás de la mayoría de los fracasos. Con una mentalidad social como la expuesta, un sistema educativo en nada favorecedor de las diferencias individuales, unas familias con un exceso de dedicación a otras actividades distintas de la educación de los hijos, unos profesores muy desmotivados y con verdaderos problemas en algunos casos, es muy difícil que los alumnos que no tengan claro por dónde podría ir su futuro o, simplemente, que prefieran la satisfacción inmediata de sus necesidades, hagan el esfuerzo suficiente para aprobar la enseñanza secundaria obligatoria.
Ante esta situación, ¿se puede hacer algo? Evidentemente, en varios de los aspectos hasta ahora citados no hay nada que hacer. Así, por ejemplo, ¿quién conforma o modifica la mentalidad social? Pero sí es cierto que sobre todo desde la administración se pueden adoptar medidas que faciliten bien la mejora de los rendimientos cuando se cursa la secundaria, bien la formación posterior de los jóvenes que han abandonado el sistema educativo. El Baleares se ha establecido el programa PROA dedicado a mejorar la lectoescritura de los que tiene más dificultades o el de Recuperación en verano para ayudar a preparar los exámenes de septiembre; por otro lado, con el objetivo de mejorar la formación existe el programa de “segunda oportunidad”, que consiste en compatibilizar el trabajo en una empresa a media jornada con la realización de un ciclo formativo.
En esta línea son muchas las medias que se pueden tomar para facilitar el acceso posterior a los diferentes niveles del sistema educativo. La que en ningún caso se debería adoptar, y los resultados del informe PISA publicados ayer mismo lo demuestran, es disminuir el nivel de exigencia a los alumnos, pues con ello no sólo no mejoran las cifras de fracaso escolar sino que empeoran las distintas capacidades académicas.

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1.Evidentemente, una ley que supuso una reforma bastante radical del sistema educativo tiene otros aspectos muy importantes pero que se salen de lo que pretendo con este escrito. Sí añadiría, no obstante, otro elemento que afecta de alguna manera al tema. Se trata del momento en que se pueden cursar los estudios de Ciclos Formativos. Antes, a los 14 años se concluía la EGB, obligatoria y gratuita, y se podía seguir con el bachillerato y con la formación profesional. Actualmente, para acceder al equivalente a la formación profesional hay que haber aprobado la enseñanza secundaria obligatoria o el bachillerato según se pretenda acceder a ciclos de grado medio o superior. Veremos luego cómo ha afectado esto al fracaso escolar.










2.Y al igual que en economía siempre se cumple la ley de Gresham según la cual la moneda mala desplaza a la buena, aquí se ha producido el contagio de los alumnos a la inversa de lo que se preveía. A los alumnos estudiosos cada vez les resulta más fácil sacar buenas notas con menos dedicación y los que no estudian siguen suspendiendo y repitiendo cursos.










3.En la habitación de un joven de hoy es raro que falte alguno de los elementos que la tecnología ha puesto a nuestra disposición: un televisor, un reproductor de DVD, un ordenador con conexión a Internet ADSL, una consola, un teléfono móvil,… ¿Se imagina alguien que sea más apasionante resolver un sistema de ecuaciones o aprenderse las capitales de los países europeos que entretenerse con cualquiera de estos utensilios?










4.Se acaba de aprobar por el gobierno de la Generalitat valenciana un decreto por el que se convierte a los profesores en autoridad pública y, por lo tanto, su palabra vale más que la de un alumno. Sobre este tema ya e3scribí una nota en este blog por lo que me remito a ella para mi opinión, desfavorable, sobre este tipo de medidas.










5.En el caso de los profesores de secundaria se ha producido con el paso del tiempo otro fenómeno importante. Ellos se prepararon, mal que bien, para dar clase a un determinado tipo de alumno: mayor de 14 años, con un cierto grado de interés, unas mínimas capacidades,…En la actualidad además de la falta de interés y/de capacidad, se tienen que enfrentar a alumnos de 1º y 2º de ESO, es decir, a niños de 12 y 13 años con lo que supone de esfuerzo suplementario y falta de preparación.










1 comentario:

  1. Muy interesante y especialmente ponderado, volveré para releerlo con más tiempo. me ha gustado lo alumno como profesión. Me gustaría comentar más (espero nuevos artículos) la matriz cultural del fracaso escolar, del que todos (padres, alumnos, profes, administración) somos más que responsables, actores. Hablas de lo efímero (líquido"), creo que es una buena pista. ¿Has tenido alumnos chinos? Suelen ser excelentes, me llama la atención justamente la ausencia de esta actitud mezcla desidia mezcla dispersión típica de la mayoría de alumnos. Leí hace poco una entrevista a un empresario chino que lleva años triunfando en Mallorca, dice que nuestro problema es que derrochamos, mientras que los chinos ahorran. Trabajan y ahorran. La cultura del derroche, me parece una buena pista. Ahorrar tiene que ver con guardar, recordar, almacenar... justo lo que no tienen "de serie" nuestros alumnos. Viven (aprenden, estudian...) al día.
    Bueno, seguimos explorando...
    Un abrazo

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