viernes, 2 de septiembre de 2016

Imprescindible y fundamental




“Éste es un libro sobre la fealdad, la más extrema que puedo concebir. Éste es un libro sobre el asco –que deberíamos tener por lo que hicimos y que, al no tenerlo, deberíamos tener por no tenerlo.” (p. 658)

“Creo que estoy enojado con este tiempo y que el hambre es la síntesis de todo lo que me enoja.
Creo que el enojo es la única relación interesante que uno puede tener con su tiempo.” (p. 677)

Ambas frases de Caparrós en el capítulo de reflexiones personales con el que cierra el libro resumen muy bien uno de los aspectos por los que este libro me parece tan importante, y es que nos pone a los lectores ante el espejo, nos interpela y no nos deja mantenernos al margen de lo que está pasando en el mundo.
No sé si estamos ante el libro definitivo sobre el tema, pero sí que se trata de un libro clave y fundamental. Un auténtico clásico.
No es un estudio sociológico, aunque hay datos de la sociología del hambre; no es un estudio teórico, aunque se recogen los principales argumentos sobre la existencia del hambre; no es un reportaje, aunque el autor ha recorrido muchos países y hablado con mucha gente; no es solamente una de esas cosas porque es todo al mismo tiempo y extraordinariamente bien conjuntado y organizado.
Estructuras del hambre, El capital, La desigualdad o La caridad bien entendida son títulos de algunos de los capítulos en los que Caparrós se dedica sobre todo a analizar y comprender el fenómeno. India, Bangladesh, Níger, Argentina, Sudán del Sur o Madagascar, algunos de los lugares en los que nos muestra la realidad a través de las personas que la padecen.
El libro tiene prácticamente 700 páginas en las que no hay desperdicio, ni informaciones irrelevantes, ni repeticiones innecesarias y sí fuertes críticas dirigidas sobre todo  a personas y organismos del mundo occidental. Algunos ejemplos:

“Los fondos de inversión son la forma en que millones de personas “comunes” –jubilados, prejubilados, ahorristas de diez o veinte mil dólares, ejecutivos agresivos, inspectores coimeros, despedidos que cuidan su indemnización, médicos exitosos, comerciantes de calzado de lujo, billonarios del gas siberiano, maestros belgas, putas holandesas, estrellas del rock y todo el resto- participan del hambre de millones: contribuyen, de lejos, como quien no quiere la cosa, en el mecanismo que hace que los precios de la comida suban y más y más personas no puedan pagarlos.” (p.3 47)

“Los Objetivos de Desarrollo del Milenio se convirtieron en el faro de la actuación “humanitaria”. Entre tanto, dieron lugar a bosques de informes y folletos, una documentación curiosa que dice cosas tan atinadas como ésta: “En algunas regiones, la preponderancia de niños que pesan menos de lo normal es mucho mayor entre los pobres.” Si no fuera porque lo escriben con su cara más seria personas que le dedican muchas horas y cobran mucha plata, sería un chiste mediocre. El mundo de las grandes organizaciones internacionales suele ser un ecosistema perfecto para la obviedad, poblado como está por esa mayoría de señores y señoras aferrados a sus privilegios. Aterrados ante la sola posibilidad de desentonar –que, por lo tanto, se solazan como nadie en el lugar común.” (p. 497)

“Para nosotros, ciudadanos globalizados, el mundo es un gran supermercado: recorremos sus góndolas comprando comidas, recuerdos, bluyín, un empleo, sensaciones distintas, playas, historias incluso, ilusiones de negocios o de grandes cambios. Para los mil millones de desechables – y para tantos más-  el mundo son 20 kilómetros a la redonda de sus casas y una vida siempre igual.
No es la menor desigualdad; es, en todo caso, la que más hace para que la palabra mundo no signifique lo mismo para unos y otros.” (p. 553)

Desde luego en un libro así es muy difícil destacar algo, pero a mí me han llamado la atención, por mi desconocimiento o por el tipo de reflexión, temas como: el uso del término “inseguridad alimentaria” para ocultar el más duro de “hambre”; el ejemplo de Níger en 2010 para ver lo que hay detrás de un golpe de estado; el lujo que supone comer carne; la durísima crítica que hace de la madre Teresa de Calcuta; la visión de resignación religiosa de la mayoría de los entrevistados; la existencia de la obesidad en USA como forma de la pobreza; las cifras que da sobre el desperdicio de alimentos; los datos y ejemplos que expone sobre la apropiación de tierras en el Otro Mundo (expresión que usa en lugar de la tan manoseada de Tercer Mundo); o en el importante papel que tiene  China, y no los organismos internacionales, en la reducción de la pobreza extrema.
La lista podría ser mucho más larga pero creo que es suficiente para ver de qué va el libro.
Además, el autor no solo conoce muy bien el tema y se ha documentado, sino que lo cuenta con la escritura de alguien que está acreditado también como un buen novelista. Tiene la claridad del periodista y la calidad del buen narrador de historias.
Es un gran libro, de los que marca un antes y un después y de los que el lector no sale indemne porque, como se puede apreciar por alguno de los fragmentos que he reproducido antes, es interpelado y convertido en partícipe, aunque solo sea por omisión, de la gran tragedia que supone un mundo en el que muchos millones de personas no tienen ni lo más elemental para sobrevivir formando el conjunto de los que Caparrós llama “los desechables”.
Obviamente no hay que decir que no se trata de un texto fácil de leer. Hay muchos momentos en que dan ganas de dejarlo y no” hacerse mala sangre” o, como me ha pasado a mí cuando cuenta la vida de los que sobreviven de la basura en una villamiseria de Buenos Aires, que he estado a punto de derramar algunas lágrimas.
Aunque sé que sería un trabajo complicado y laborioso, creo que una edición de unas 200 páginas en la se recogiese lo fundamental sería enormemente útil pues se podría poner como lectura en los centros de enseñanza.
No se me ocurre nada mejor que terminar con este diálogo del autor con una campesina de Níger:

“-¿Y entonces cómo van a comer el año que viene?
-Uy, para eso falta mucho.” (p. 28)

Hay una buena reseña de Carlos Laorden en elpaís.com y, sobre todo, una interesantísima entrevista de Edu Galán en eldiario.es.


Martín Caparrós, El hambre


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