jueves, 8 de febrero de 2018

Pequeña decepción



“-Bueno-empezó ella animada-, un poco de todo, la verdad. Algunos le gustaban, pero a menudo le parecía un poco como si te complicaras demasiado y todo se volviera muy difuso, o equivocado, bueno, la verdad es que podía ser bastante crítica a veces, pero no creo que todos le disgustaran.
-Bien-comentó él-. Bien.
-Estaba descontenta porque decía que era como si no consiguieras poner orden en tus libros, a algo así, decía que dabas mil vueltas a cosas en las que debías ir al grano, no sé si me explico, y eso le molestaba, pero no dejaba de leerlos, sino que seguía aunque no estuviera contenta. Y eso, pese a todo, era bonito, ¿a que sí?” (p. 248)

Cuando casi al final del libro me encontré con este diálogo me quedé absolutamente sorprendido al ver cómo en el propio libro leía las mismas cosas  que yo pensaba. Este diálogo se produce entre el propio Enquist y la sobrina de la mujer con la que tuvo la cortísima relación que, según él,  motiva que escribiera este libro. La mujer ha muerto y ha encargado a su sobrina que le lleve una carta a Enquist para que acuda a su entierro. Esta le dice que su tía había leído sus libros y entonces ante la pregunta de qué le habían parecido surge este diálogo.
Es el cuarto libro que leo de este original y muy especial autor sueco. Dos me han encantado y con los otros dos me ha pasado un poco lo que acabo de recoger en la cita. En este caso, junto a capítulos –cada uno es una parábola- realmente espléndidos y de una gran emotividad hay otros en los que he estado bastante perdido.
Enquist vuelve a escribir un texto muy autobiográfico y vemos aparecer a parte de su familia: su Padre y su Madre, una prima y una tía; junto a ellos Ellen, la mujer de cincuenta años con la que a los quince tuvo su primera relación sexual contada en el que para mí es quizá el mejor capítulo del libro; también hay referencias constantes a la religión con fragmentos a veces bastante críticos como el siguiente:

“Sintió botar dentro de sí, tal y como era de esperar, una rabia racional no desprovista, sin embargo, de un cierto sentido del humor. La industria religiosa había conquistado la dirección postal de la Madre. Todas y cada una de las pequeñas sectas parecían considerarla como la base económica de sus actividades. Se perfilaba una industria basada en la voluntad de sacrificio; financiada por la pequeña pensión de la Madre y otras ancianas apopléjicas como ella.” (p. 69)

Siguiendo con el tema de la religión hay otro capítulo muy emotivo en el que la “tía corajuda”, como él la llama, ya a punto de morir se hace apóstata. No pueden faltar por supuesto las referencias a su alcoholismo y al año 1990 cuando dejó la bebida y se rehabilitó.
Junto a lo anterior, que resulta una lectura muy atractiva y que te atrapa, hay otros momentos en los que bien sea porque no sabes muy bien qué te está contando o porque realmente se muestra muy difuso y no va al grano (comentario sacado de su propio texto), la lectura pierde intensidad; al menos es lo que me ha pasado a mí. Algo parecido me sucedió leyendo La biblioteca del capitán Nemo y nunca con Mi vida, su magnífica autobiografía.
Hay que destacar en este libro, como en el resto, su cuidado lenguaje y su siempre original estructura.
Creo que para entrar en el mundo de este autor lo mejor es empezar con su autobiografía.
Como curiosidad, se ha producido la coincidencia de que mi hijo de 8 años y yo hemos estado leyendo al mismo tiempo un libro de Enquist; evidentemente el suyo dirigido al lector infantil.

Per Olov Enquist, El libro de las parábolas. Traducción Martin Lexell y Mónica Corral.

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