“La Historia es el producto más peligroso que la química del
intelecto haya elaborado jamás. Sus propiedades son harto conocidas. Hace
soñar, enardece los pueblos, les engendra falsas esperanzas, exagera sus
reflejos, mantiene sus antiguas heridas, les atormenta en su reposo, les
conduce al delirio de grandezas o al de las persecuciones y hace que las
naciones sean amargas, soberbias, insoportables y vanas. La Historia justifica
todo lo que se quiere. No enseña rigurosamente nada ya que lo contiene todo y
de todo da ejemplo."
Cita de Paul Valery
en
Carles Trepat, Procedimientos
en historia
Y más nos valdría aprender a
hacer el amor correctamente que devanarnos los sesos delante de un libro de
historia.
Boris Vian, La hierba
roja
Juan Iturralde, Días
de llamas
Con el tiempo, lo ocurrido entra en la categoría de lo inventado.
La Historia es un género literario.
Adolfo Bioy Casares, De jardines ajenos.
Dos son los motivos que me llevan a hacer
estas reflexiones sobre la historia y su enseñanza. Por un lado, la insistencia
de las autoridades académicas, en este caso el actual ministro, en asignar a la
escuela, y más en concreto a lo que en ella se enseñe de la historia, el papel
de fomentadora de identidades nacionales. Por otro, la ley que se está
preparando en esta comunidad autónoma que incluye la prohibición a los
profesores de que expresen opiniones políticas.
Organizaré el texto en torno a una serie
de observaciones.
Primera. El
nacionalismo usa y abusa de la historia. Es evidente que todo nacionalismo tiene como punto de partida una visión
de la historia de la nación que, además, suele consistir en recalcar aquello
que la diferencia de otras, y en ensalzar los grandes momentos de esa historia
ocultando en lo posible los peores. A partir de ahí, y como un buen método de
buscar la cohesión nacional y la identificación de los ciudadanos con esa
historia, se impone su estudio en la escuela durante varios cursos y de una
forma acrítica. En este sentido, siempre me resultó sorprendente el caso de
Argentina donde los dos siglos de existencia de la república se estudian con
una prolijidad, en mi opinión, digna de mejor causa.
Así pues, el estudio de la historia del
país se ha utilizado casi siempre con una finalidad “política” y no como mero
conocimiento de hechos pasados.
Segunda. Lo
sucedido en España en particular también ha tenido y tiene mucho que ver
con ese tipo de objetivos. No conozco bien los contenidos de la asignatura en
los territorios que han tenido grupos nacionalistas ejerciendo el poder, pero
sí conozco lo que se ha pretendido hacer a nivel estatal. Hasta hace unos años
en segundo de bachillerato se estudiaba en una asignatura la historia de España
en los siglos XIX y XX. Era muy interesante porque permitía que los alumnos
pudiesen empezar a entender cosas que pasaban en el país. El gobierno del PP
decidió que así no se conseguía que tuviesen una idea adecuada de la historia
total de la “nación” española, que para eso hacía falta un recorrido a través
de toda la historia y la asignatura se convirtió en la tradicional historia de
España que se estudiaba en 3º de BUP, abarcando desde Atapuerca hasta los
momentos actuales. El objetivo perseguido no era, pues, otro que la asunción
por parte de los alumnos de una visión de país conformado desde hace siglos y
con una tradición común a todos sus habitantes.
Es seguro que algo parecido ha pasado en
Euskadi y Cataluña.
Tercera. El problema surge cuando uno se enfrenta
como profesor de historia a qué
hacer, para qué enseñar historia, cómo enseñarla, en fin, cuando uno se plantea
el objetivo de lo que hace con una materia tan sensible a diferentes
manipulaciones.
En mi caso siempre tuve claro que no me
importaban especialmente los conocimientos que mis alumnos extrajesen del
estudio de esa asignatura. Ni muchos
menos pensar en ningún tipo de identificación nacional ni identitaria. Lo
importante era que aprovechasen algunas de las virtualidades que tiene el
estudio de una materia como ésta y que son, entre otras: desarrollar las
capacidades de relación y comparación, aprender a analizar procesos complejos
separando para ello los distintos elementos, iniciarse en la elaboración de
síntesis tras el correspondiente análisis, practicar la lectura comprensiva de
textos de cierta dificultad, iniciarse en la comprensión de estadísticas,
gráficos, … y así podría seguir poniendo
una serie de capacidades que, como se puede apreciar, corresponden a lo que los
pedagogos llaman procedimientos.
Como se puede apreciar, todo lleva a la
consideración de asignatura instrumental.
Cuarta. He iniciado muchos cursos de historia
haciendo copiar a los alumnos dos
posibles definiciones de historia que son: “Historia es la sucesión de los
sucesos sucesivamente sucedidos” e “Historia no es saber todo de todo sino
aquello de lo que todo depende”. Efectivamente, parecen dos trabalenguas pero,
claro está, distan mucho de serlo. Al mismo tiempo les advertía de que la
primera no era la que me gustaba, que se olvidasen de esa forma de entender la
materia, que se planteasen desde el principio que lo importante era ir
descubriendo los entresijos que están tras los hechos.
Con dicho planteamiento no podían esperar
que yo les “contase” la historia, que ésta no era un cuento, que eran ellos los
que tenían que ir descubriendo cosas a través de los mecanismos que iríamos
trabajando en clase.
He de reconocer antes de seguir que una
cosa era mi planteamiento de lo que pretendía, y otra muy distinta lo que
terminaba muchas veces haciendo y lo que conseguía de los objetivos propuestos,
pero, en cualquier caso se ve de nuevo que se trataba de algo diferente a la
mera acumulación de conocimientos e informaciones.
Quinta. No ha aparecido hasta ahora de forma
explícita, aunque creo que fácilmente se puede deducir de lo dicho, que no creo
demasiado en el carácter científico de
los estudios de historia. Es una pretensión a la que se han dedicado muchas
páginas, pero basta leer la mayor parte de los textos que se han escrito
particularmente si hablan de un período conflictivo (revoluciones francesa o
rusa, guerra civil española, etc) para darse cuenta de lo lejos que está de
ello. A lo más que se puede aspirar es a intentar una mínima objetividad o, al
menos, evitar lo máximo posible la tendenciosidad.
Sexta. En relación con lo que acabo de
comentar, está claro que el máximo peligro es dedicarse al adoctrinamiento sea éste en la doctrina que sea. No hay
adoctrinamiento bueno aunque sí haya doctrinas (o ideologías) mejores que
otras. Los alumnos deben llegar por sí mismos a las conclusiones que les
parezcan más adecuadas.
En este sentido, insisto en la perversión
que supone el uso de los estudios de historia para lograr objetivos de tipo
ideológico o político.
Séptima. Viene muy a cuento en este momento
comentar lo que parece un intento de evitar que los profesores en general
puedan opinar a través de una nueva ley autonómica sobre el papel del profesor
y su autoridad. De todo lo dicho hasta ahora se puede concluir que no existe
una única visión de la historia, que las diferentes versiones responden en la
mayoría de los casos a la ideología de los autores, que incluso los que siguen
teorías positivistas y, por lo tanto, aparentemente objetivas y distanciadas,
eligen las cuestiones y soslayan las controvertidas, en definitiva, que quien
estudia historia lo hace a través de unos textos que no son, en el mejor de los
casos, del todo neutrales, objetivos o como se quiera decir. A partir de esa
constatación, uno de los trabajos del alumno, con la ayuda del profesor,
debería ser averiguar qué hay detrás de los distintos textos para así poder
entender mejor lo leído. Evidentemente, esto requiere opinar y se opina siempre
desde la perspectiva ideológica de cada cual. Un ejemplo creo que bastará para
ilustrar tan largo párrafo: ¿será lo mismo leer la historia de la guerra civil
española de Jackson, la de Bolloten, la de Tuñón de Lara o la de Pío Moa? Habrá
que opinar sobre cuál refleja mejor los datos de lo sucedido, sobre cuál fuerza
más las situaciones para acercarlas a sus posiciones de partida, Habrá, pues,
que hacer una lectura que no tiene otro nombre que ideológica y en última
instancia política.
En
este sentido, bien al contrario de los que se pretende regular, lo más adecuado sería que el profesor
explicitase de alguna manera su ideología para que los alumnos tuvieran claro
desde dónde se hacen determinadas afirmaciones.
Termino aquí estas incompletas, aunque
excesivamente largas, observaciones con dos afirmaciones a modo de conclusión:
por un lado, se debe estudiar historia, pero siempre lo que se llama historia
universal, es decir, se debe conocer lo que los hombres han hecho para
enfrentarse a la naturaleza, organizarse en comunidad, desarrollar sus
facultades intelectuales y artísticas, etc, y, por otro lado, se debe
aprovechar este estudio para desarrollar un conjunto de capacidades que sirvan
para enfrentarse mejor a otros tipos de conocimiento y. de ser posible,
entender un poco mejor el mundo actual que es, o al menos debería ser, la
pretensión de la enseñanza de las llamadas Ciencias Sociales.
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