Dice Ignacio Vidal-Floch en el prólogo del libro: “La
narrativa de Lernet-Holenia se basa en valores y principios tradicionales y
tradicionalistas, y en una prosa sin más preocupaciones formales que las de su eficiencia
y elegancia (…)”.
De lo primero nada que alegar pues uno de mis
escritores favoritos, Joseph Roth, también se basaba en ellos así como, al
igual que Lernet, en la añoranza del
Imperio perdido; por lo que hace al estilo, tampoco pues esa eficiencia y
elegancia también son señas de identidad de otro escritor favorito como es
Stefan Zweig. El problema es que esta novela apenas llega a interesar y, desde luego,
en ningún momento a emocionar.
Buenas descripciones de movimientos de tropas,
curiosa huida por los subterráneos del palacio imperial en Belgrado, interesante
relato sobre los motines terminando la guerra y un par de textos como los que
pongo al final del comentario reflejando la pérdida del Imperio, no son suficientes
para que guste esta novela que tiene, además, un par de escenas de amor que, en
mi modesta opinión y en contra de lo que afirma Vidal-Folch, resultan cuanto
menos anticuadas y me atrevería a decir que un tanto ridículas y cursis.
Compré la novela y la he leído porque, como parece
que le pasaba al gran director de cine Luis García Berlanga, me llama mucho la
atención todo lo que hace referencia al Imperio Austro-Húngaro y, sobre todo, a
su final, pero en este caso la decepción ha sido grande. Lo que sí queda
claramente de manifiesto es cómo han cambiado determinados valores con el paso
del tiempo y, creo, en algunos casos para bien.
Los textos a los que me refería antes son:
¿Cuánto tiempo más, en su opinión, deben pelear por una causa que para ellos no significa
ninguna idea, sino todo lo más una costumbre? (p. 205)
“Las antiguas naciones del Imperio empezaban a
litigar entre sí por las fronteras” (p. 296)
Alexander Lernet-Holenia, El estandarte
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