No sé si afirmar que soy incorregible o, desde un
punto de vista más positivo, pensar que sigo teniendo la ilusión de aprender y,
sobre todo, comprender las cosas de este mundo. Viene esto a cuento de este
nuevo, y en parte una vez más frustrado, intento de acercamiento a la lectura
de ensayos filosóficos.
El título de este libro llamó enseguida mi atención
porque enuncia algo que vengo pensando desde hace tiempo, fundamentalmente
desde que leo libros relacionados con los campos de concentración del
estalinismo y de los jemeres rojos, esto es: el enorme peligro que tienen las
revoluciones de convertirse en algo igual o peor que lo que querían subvertir,
peligro que les viene dado por la consideración de los fines como lo principal y
casi único debido a su carácter virtuoso.
Efectivamente, ese es el tema del libro que comento.
El problema como siempre es lo difícil que se me hace entender el lenguaje, la
sintaxis y las referencias eruditas que en este tipo de textos se hace. Quizá
haya que hacer una lectura mucho más reposada y atenta de lo que yo hago. Sea
como sea, tan solo en dos capítulos he
encontrado cosas en la línea en la que yo buscaba; en el 9 que trata de La moderna guerra ideológica y en el 10
sobre La realidad arrolladora del poder
en el siglo xx.
En el resto me he perdido casi siempre y seguramente
“los árboles no me han dejado ver el bosque”. Eso sí, destaco las referencias a
Shalamov, cuyos relatos de Kolyma sigo leyendo con gran interés, y a Nadiezhda
Mandelstam cuyas memorias estoy leyendo precisamente estos días.
Seguramente lo seguiré intentando y dejando
constancia de mis frustraciones en otras entradas.
Luis Gonzalo Díez, La barbarie de la virtud
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