Si al comentar hace poco la novela de Dan Fante Mooch decía que, tras haber leído su
autobiografía, todo me resultaba familiar, ahora tengo que decir algo parecido
solo que al revés: leyendo la autobiografía de Bunker voy rememorando temas y
episodios de sus novelas que, en este caso, he leído antes porque así se han
publicado.
La autobiografía abarca todo el período en que se
dedicó fundamentalmente a la delincuencia y así se van sucediendo los ingresos
en distintas instituciones: centros de
menores, escuelas militares (en estas había que pagar), reformatorios hasta
terminar en San Quintín donde ingresó en diferentes ocasiones.
Como dice en la página 296: “Era verdad. Yo era
diferente. ¿Cómo no podía serlo, después de haber pasado por centros de menores
a los diez, por el reformatorio a los trece y por San Quintín a los diecisiete?
Nunca vería el mundo como un miembro de la burguesía y tampoco lo deseaba.”
El libro tiene casi 600 páginas por lo que el nivel de detalle en lo que cuenta es
alto. Creo que aquí está lo único que yo criticaría, su excesiva extensión y
ciertas reiteraciones, claro que si reflejan las de su vida están más que
justificadas.
Hay episodios que me han resultado especialmente
relevantes y/o curiosos: la relación
materno-filial con la ex actriz de cine mudo y esposa de un importante
productor de Hollywood, Louise Wallis, que intenta rehabilitarle y por momentos
lo consigue; los comentarios sobre la diferencia entre la delincuencia de los
años cincuenta y la posterior; el recorrido que hace por los Estados
Unidos o la vez en que intentó esquivar
la acción de la justicia haciéndose pasar por loco.
El libro tiene un cierto aspecto behaviorista, es decir, en él se muestran
principalmente conductas y comportamientos sin que se relaten ni se busquen las
causas. Hay mucho diálogo, una de las especialidades de Bunker para la que creo
que está especialmente dotado, y también la demostración de tener una buena memoria aunque me parece que se
trata de una recreación muy bien hecha de lo que realmente sucedió o, como se
dice ahora, de una realidad ficcionada.
Sobre su estilo nada mejor que reproducir las
palabras de Kiko Amat en el Prólogo: “Es el suyo un lenguaje forense, engañosamente
simple, podado a ras de hueso, completamente “falto de histeria”. Es un idioma
concreto, acerado y brutal, carente de aspavientos, melindres, boutades o macarradas. Bunker escribe
sobrio y comedido, incluso cuando describe las mayores atrocidades. Uno aprecia
la fortaleza y dignidad que ostenta su prosa, y a la vez se maravilla con la
capacidad que tiene el autor para sacar a la luz la belleza y la emoción,
cuando estas se dejan ver.”
Para terminar, este fragmento en el que Bunker da su
visión moral: “A quien se sienta escandalizado por mis manejos y por mi
evidente falta de remordimientos le diré que solo tenía que justificarme ante
mí mismo, que es lo que debe hacer todo el mundo. Nadie obra mal, para su fuero
interno. Yo consideraba, y considero todavía, que si Dios ponía en un platillo
mis fechorías y en el otro lo que me habían hecho en nombre de la sociedad, quedaría
por ver hacia qué lado se inclinaba la balanza.” (p. 340)
Un libro muy recomendable pues además de resultar muy
entretenido y apasionante por momentos, hace reflexionar sobre muchas de las
ideas que a veces tenemos sobre los delincuentes.
Desde luego, tras haber leído casi todo lo publicado
del autor, no me extraña que se haya convertido en autor de culto en muchos
países.
Edward Bunker, La
educación de un ladrón
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