Theroux no solo es un gran viajero sino que es un
grandísimo escritor sobre viajes. Lo ha acreditado a lo largo de los años con
varios libros y lo corrobora con este último fruto de un viaje al sur de África
recorriendo parte de la República Sudafricana, Namibia y Angola. Como casi
siempre, los desplazamientos los hace en medios de transporte públicos que en
este caso son principalmente autobuses ya que su medio preferido, el tren, apenas
existe en esas zonas.
En el texto da una visión nada complaciente de la
realidad de la zona. Así, por ejemplo, al llegar a Lubango en Angola escribe:
“Pensé: “Ya he
estado aquí”.
Otra ciudad africana, otro espanto, más caos, luces
deslumbrantes, muchedumbres en las calles, la pestilencia de la tierra y las
emisiones de diésel, las vallas rotas, las tiendas destruidas, las barras de
hierro en los escaparates, los niños peleándose, las mujeres sobrecargadas, y
nada que sirviera de alivio.” (p.257)
Tampoco las ONGs se libran de sus críticas y, desde
luego, se llevan la palma tanto el gobierno angoleño, al que acusa de ladrón y
de haber hecho del soborno la forma de vida, como el Portugal colonizador. Y es que la
Angola que describe es realmente terrible por su extrema miseria y, al mismo
tiempo, la enorme riqueza que gracias al petróleo acumula su clase gobernante.
De la época del dominio portugués no tiene sino acerbas críticas por el trato dado
a los africanos, en estado real de esclavitud hasta muy avanzado el siglo xx, y
lo poco que dejaron cuando se produjo la descolonización. Valga como ejemplo el
siguiente fragmento:
“En cierto modo, esa era la historia del interior de
Angola: Portugal había exportado a sus criminales brutalizados y a sus
campesino analfabetos y los había convertido en colonos, primero para esclavizar
y deportar a los africanos y después para dominar a los que habían quedado. Las
paredes de las granjas estaban destrozadas, los tejados hundidos y las tejas
hechas añicos. Pero no vi más que un puñado de edificios así en ochenta o
ciento veinte kilómetros de recorrido, en un país que había sido colonia
durante más de cuatrocientos años.” (p.253)
Por supuesto también critica a los habitantes originarios cuando lo cree oportuno e incluso determinados aspectos de la actual presencia china.
Además de críticas como las referidas, el libro
ofrece otros muchos alicientes aunque no desde luego para animarse a hacer
turismo por esa parte del continente donde se hace por cierto un “turismo de la
pobreza” tal como cuenta Theroux.
Otros alicientes del libro son: la extraordinaria
capacidad del autor para contar las cosas, su pasión por un continente que tan
bien conoce (incluso habla el swajili), las interesantes referencias históricas
que hace y, como siempre, su buena escritura.
Es uno de esos libros que cuesta dejar de leerlo
durante un rato porque te metes en sus historias y sus descripciones. Un gran
libro.
Desde otro punto de vista, resulta admirable que alguien a punto de cumplir lo setenta años se embarque en una aventura como la de un viaje así, y es que Theroux es un apasionado del viaje; casi se podría decir que es su forma de vida.
Paul Theroux, El
último tren a la zona verde
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