Desde la exitosa traducción
de su Suite francesa, la editorial
Salamandra no ha parado de publicar la obra de Némirovsky y yo de leerla. Unos
libros me han gustado más y otros algo menos, pero de todos he sacado
satisfacciones diversas.
Creo que esta escritora
podría haber escrito libros memorables de no haber fallecido tan pronto porque
lo que dejó tiene un notable nivel medio. Sus historias tienen siempre interés
y es una verdadera especialista en la construcción de personajes.
En este caso el
protagonista, Jean-Luc Daguerne, está
muy bien logrado. Su pasión por el dinero y, sobre todo, el poder, sus
maniobras para lograr el ascenso social, su matrimonio de alguna manera forzado
y sin amor y, finalmente, su caída y enamoramiento real, hacen de él un
personaje notable al que se llega a compadecer a pesar de que se digan cosas
como: “Como de costumbre, Édith (su mujer)
iba vestida de blanco. Ningún color realzaba tanto su belleza. De vez en
cuando, Langon le subía la corta chaqueta de armiño, que le resbalaba por los
hombros. Jean-Luc hacía como que no lo veía, Édith vivía con él, en su casa,
pero no ocupaba en su ánimo más espacio que cualquier mueble.” (p.156)
En el trasfondo de la novela
está la crisis económica de los años treinta que aparece en breves pero muy
acertados apuntes. También la complicada situación política en la que,
precisamente, se mueve el protagonista utilizando la mentira y la traición para
lograr sus objetivos.
Muy bien narrada la historia
como siempre sucede con esta escritora y, como también suele ser habitual, en
los límites del melodrama e incluso de la novela rosa en algunos momentos pero
sin llegar a atravesarlos, aunque hay alguna escena que chirría un poco para el
gusto actual.
A veces tengo la sensación
cuando leo algunos libros de Némirovsky de que estoy leyendo a un autor del
siglo XIX o también de que los hechos suceden en esa época. No es ni mucho
menos un reproche sino, por el contrario, más bien un piropo.
Irène Némirovsky, La presa
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