Paul Theroux no solo es un
gran escritor de novelas, también es un gran viajero que, además, sabe contar magníficamente sus viajes. Este
es el cuarto libro que leo sobre el tema y el segundo que escribió. Recoge un viaje en
tren, hecho en 1979, desde Boston hasta la Patagonia recorriendo por lo tanto
la mayor parte del continente americano de norte a sur.
Como en todos sus libros de
viajes, Theroux hace espléndidas descripciones de los lugares por lo que pasa;
introduce algunas conversaciones con gente
con la que se cruza y que le resulta curiosa o interesante; cuenta en
algunos casos, pocos, detalles históricos que ayuden a comprender algún aspecto
de lo que narra; se permite algunas reflexiones y generalizaciones sobre los
lugareños; y no oculta en ocasiones sus propios sentimientos e incluso
padecimientos.
Dejo a continuación algunos
ejemplos que ilustran bien lo dicho:
“La repugnancia del costarricense por los
dictadores no le permite tolerar a los sacerdotes. (…) Sólo el campesinado
pobre cree que se convertirá en un burgués en el cielo. Una clase ascendente
desea sus comodidades en la tierra y no dispone del tiempo ni la inclinación
para ser religiosos: este fenómeno es obvio en Costa Rica.” (p.317)
“Partimos a la puesta de sol
y, de pronto, sentí la necesidad imperiosa de bajar del tren. Ya me sentía
incómodo, y el viaje no valía esa incomodidad. Los niños gritaban en brazos de
sus madres y, nada más dejar la estación, la gente empezó a quejarse
ruidosamente de las luces fundidas, el hacinamiento y el calor.” (p.383)
“Un viajero francés con
dolor de garganta es un espectáculo maravilloso, pero hace falta algo más que
una amigdalitis para impedir que un francés fanfarronee.” (p.389)
“_No tienes que juzgar a la
gente por el país –me dijo una mujer-. En Suramérica es siempre sensato juzgar
a la gente por la altitud.” (p.433)
“Llevaba en América Latina
el tiempo suficiente para saber que había un estigma de clase asociado a los
trenes. Sólo los semiindigentes, los descalzos, los indios y los montañeses
medio chiflados tomaban los trenes o sabían algo de ellos. Por esa razón,
constituían una buena introducción a los sufrimientos sociales y los
esplendores paisajísticos del subcontinente.” (p.448)
En un libro de 630 páginas
me resulta muy difícil destacar algo, pero
si tuviera que hacerlo serían cosas como: una divertida conversación con
una vegetariana extremista, otra conversación con dos vendedores sobre el
número de palabras que hay en el inglés y en el español, todo lo que cuenta
explica sobre el canal de Panamá (que yo desconocía totalmente) o la parte
final en la que narra sus encuentro con Borges en Buenos Aires en el que se
dedica, a petición del argentino, a leerle relatos en inglés en las varias
visitas que le hace.
Pero como decía, el libro
tiene muchos momentos interesantes, divertidos y hasta emocionantes. Además,
Theroux es un magnífico narrador y sabe contar las historias manteniendo
permanentemente el interés del lector. En este libro quizá, y por poner alguna
pega, ha abusado en exceso de las
descripciones de los paisajes sobre todo al atravesar América Central.
Solo me queda recomendar no
solo este, sino cualquiera de sus novelas o de sus libros de viajes. Es uno de
mis escritores favoritos y así consta en la serie que tengo en el blog.
Paul Theroux, El viejo Expreso de la Patagonia
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