Tengo que reconocer que con
Borges he cometido un doble sacrilegio: por un lado, haber tardado tanto tiempo
en leer algo suyo a pesar de haber oído hablar tanto y tan bien del autor y su
obra; por otro lado, y esto es más importante, no haberme gustado nada este
primer acercamiento.
Dice Sr. Molina en su reseña
del libro publicada en solodelibros.es:
“Su gran acierto fue jugar con los
textos, divertirse con ellos y adaptarlos a su antojo, convirtiendo al lector
en su cómplice. No se dejó atrapar en las formas clásicas del cuento y las
cambió y manipuló a su antojo, transformando las historias en juegos, en
adivinanzas, en jeroglíficos que mueven al lector a involucrarse. Quizá por eso
sea un autor tan imprescindible.”
Creo que en este texto está las dos
claves por las que no me ha gustado ni he disfrutado con la lectura de este
conjunto de relatos: no he sido capaz de esa complicidad y, desde luego, mucho
menos de involucrarme.
Reconozco a Borges su enorme
erudición, tanto la real como la seguramente inventada, así como su magnífica
escritura, pero salvo en dos de los relatos, La forma de la espada y El
Sur, en el resto no he sido capaz de entrar en sus historias, me han
aburrido y he terminado haciendo una lectura quizá demasiado rápida y
superficial.
Es curioso que siendo un amante de
todo, o casi todo, lo argentino, en literatura no terminan de gustarme algunos
de sus más reputados autores y sigue siendo Manuel Puig mi favorito. A veces me
parecen demasiado “intelectuales” y en otros casos un tanto herméticos, el caso
es que prefiero leer a escritores colombianos, peruanos o cubanos.
No obstante, el otro día compré,
también de Borges, la Historia universal
de la infamia porque quiero darle una segunda oportunidad.
Jorge Luis Borges, Ficciones
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