jueves, 15 de diciembre de 2016

Doble sacrilegio




Tengo que reconocer que con Borges he cometido un doble sacrilegio: por un lado, haber tardado tanto tiempo en leer algo suyo a pesar de haber oído hablar tanto y tan bien del autor y su obra; por otro lado, y esto es más importante, no haberme gustado nada este primer acercamiento.
Dice Sr. Molina en su reseña del libro publicada en solodelibros.es:

“Su gran acierto fue jugar con los textos, divertirse con ellos y adaptarlos a su antojo, convirtiendo al lector en su cómplice. No se dejó atrapar en las formas clásicas del cuento y las cambió y manipuló a su antojo, transformando las historias en juegos, en adivinanzas, en jeroglíficos que mueven al lector a involucrarse. Quizá por eso sea un autor tan imprescindible.”

Creo que en este texto está las dos claves por las que no me ha gustado ni he disfrutado con la lectura de este conjunto de relatos: no he sido capaz de esa complicidad y, desde luego, mucho menos de involucrarme.
Reconozco a Borges su enorme erudición, tanto la real como la seguramente inventada, así como su magnífica escritura, pero salvo en dos de los relatos, La forma de la espada y El Sur, en el resto no he sido capaz de entrar en sus historias, me han aburrido y he terminado haciendo una lectura quizá demasiado rápida y superficial.
Es curioso que siendo un amante de todo, o casi todo, lo argentino, en literatura no terminan de gustarme algunos de sus más reputados autores y sigue siendo Manuel Puig mi favorito. A veces me parecen demasiado “intelectuales” y en otros casos un tanto herméticos, el caso es que prefiero leer a escritores colombianos, peruanos o cubanos.
No obstante, el otro día compré, también de Borges, la Historia universal de la infamia porque quiero darle una segunda oportunidad.



Jorge Luis Borges, Ficciones

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