lunes, 5 de junio de 2017

Petrogrado a principios de los años veinte




Petrogrado en los momentos en que se inicia la Guerra civil tras la revolución de octubre es el marco en el que Serge desarrolla esta historia y de ahí mi interés por el libro. No hace mucho abandoné la lectura de otro libro suyo, Medianoche en el siglo, pues aunque se trataba de un tema que sigo siempre con interés, la crítica del sistema comunista en general y estalinista en particular, no fui capaz de entrar en la obra y decidí abandonarla al menos momentáneamente. Después de leer esta Ciudad conquistada no sé si volveré a intentar la lectura de la abandonada.
El problema que le encuentro a Serge como escritor es la dificultad que tengo para entrar en sus historias, de ser capaz de seguirlas sabiendo lo que sucede y a quién le sucede, de comprender las discusiones ideológicas que se producen entre sus personajes, en una palabra, de entenderlo. No me sucedió con el primer libro que leí del autor, El caso Tuláyev, pero me ha pasado con los dos siguientes.
El libro está compuesto a partir de relatos y escenas con diferentes protagonistas que a veces coinciden y los conocemos y otras veces no. Todo le sirve a Serge para criticar muchos aspectos del momento revolucionario y, sobre todo, el uso y el abuso del poder. Así:

“Pero yo soy del partido gobernante y, según el término aceptado, “responsable”, es decir, de los que mandan. Mi ración de calor y de pan es un poco más segura, y un poco mayor. Es injusto, lo sé. Y la tomo. Hay que vivir para vencer, y no por mí, sino por la Revolución.” (p.46)

“La Checa trabaja día y noche. Nosotros también somos eso. Se trata del lado implacable de nuestro rostro. Nosotros, destructores de cárceles, liberadores, liberados, presidiarios de ayer, a menudo marcados indeleblemente por las cadenas, nosotros que vigilamos, incautamos, detenemos. ¡Nosotros, jueces, carceleros, verdugos, nosotros!” (p. 47)


“Los regimientos se preparan con desaliento para la batalla definitiva, preñada de un espantoso sálvese quien pueda. Los batallones especiales del Partido, acuartelados alrededor de los comités, murmuran que no se está haciendo nada para preparar la evacuación, que los jefes tendrán trenes y automóviles, ellos sí, para escabullirse, mientras que los pobres desharrapados harán de mártires.” (p. 208)

 Sin embargo, deja también una puerta abierta a la esperanza:

“¡(…) esta República por la que llevamos a cabo cualquier tarea, que queremos hacer vivir porque, a pesar de todo, es aún la mayor esperanza, el nacimiento de una justicia nueva, honesta en los actos y las palabras –actos implacables y palabras verdaderas-, la obra de los que siempre han sido vencidos, siempre exterminados después de ser engañados, que no eran nada ayer, que todavía no son nada en el resto del mundo!” (p. 56)

Hay alusiones constantes al desorden, descontrol, desabastecimiento, robos, requisas violentas y ocultaciones de productos, etc., algo lógico en unos momentos como son aquellos en los que se desarrolla la historia, pero Serge aprovecha para hacer una crítica más general y que está por encima de eso, va al meollo del proceso, como corresponde a alguien de su ideología cercana al anarquismo al principio, aunque luego entrase  en el grupo bolchevique pero siendo siempre muy crítico con los desmanes sobre todo del estalinismo.
Una obra que tiene mucho interés y con capítulos magníficos en los que desarrolla interesantes debates, pero en la que, al mismo tiempo, cuesta entrar de verdad y mantener la atención.
Seguramente merece la pena leerla por algunos pasajes.



Victor Serge, Ciudad conquistada. Traducción Luis González Castro

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