Una de esas novelas que cae en mis
manos casi por casualidad y que me descubre una obra realmente magnífica. En
palabras de José María Guelbenzu en elpais.com: “Queda
una novela formidable, de una honestidad, una limpieza y una calidad moral e
intelectual de primer orden; queda una escritura solvente e inteligente como
pocas; queda, en fin, la asombrosa sensibilidad de esta mujer y su temple para
narrar una realidad recurrente en la historia de la humanidad sin un desmayo y
sin una concesión.”
Si en la entrada anterior del blog
comentaba unas memorias de la época de Hitler y la posguerra, ahora estamos a
finales de los cincuenta (la novela se publicó en 1959) en el Berlín dividido y en reconstrucción. La
narradora acompaña a un matrimonio de inglesa y alemán a visitar la ciudad y,
en el caso de él, a recuperar la memoria. Aunque la novela tiene un inicio un
tanto flojo cuando los protagonistas se conocen en el barco que los trae de
camino a Europa, una vez que llegan a Berlín la historia no solo coge impulso
sino que se convierte en un repaso muy interesante de la época y las diferentes
posiciones que sobre todo los alemanes adoptaron.
Hay varios momentos en los que se
critica abiertamente la postura de muchos alemanes. Así, por ejemplo:
“- (…) Si lees la prensa alemana verás
que hay gente que proclama que ya no hay antisemitismo en Alemania. Bueno, es
que ya no quedan judíos a los que odiar. Por eso…” (p. 216)
También hay un personaje bastante
antipático, Grubach, que encarna de
alguna manera el cambio de algunos desde el nazismo hasta la adaptación total a
la nueva situación.
Es una novela en la que los
protagonistas principales están muy bien logrados. Tienen cosas que decir,
sentimientos encontrados, recuerdos amargos y vivencias muy profundas de la
época anterior en general duras y tristes. Destacan especialmente, además de
Eric, o Erich si se dirigen a él en alemán, el gran protagonista, la tía Rosie,
los primos Albrecht y Käthe o la criada Else. Todos ellos tienen escenas muy
bien tratadas, muy interesantes y a veces muy emotivas. Apenas hay personajes
de procedencia judía, pero uno de los pocos da ocasión a la autora para la
siguiente reflexión:
“- Herr Rosen… ¿No odia a los alemanes
por lo que les hicieron a los judíos?
El rostro desmejorado de Herr Rosen no
mostró emoción alguna.
-Mi familia lleva viviendo en Berlín
cinco generaciones. Si me permito odiar a los alemanes, me estoy odiando a mí
mismo. Si me pongo a chillar “No soy alemán sino judío”, entonces estoy
diciéndole al mundo “Hitler tenía razón.”” (p. 218)
Una novela en la mejor tradición de la
novela de la época. Muy entretenida, bien construida y que se lee de un tirón.
Una reseña muy completa en devoradoradelibros.com.
Verna B. Carleton, Regreso a Berlín. Traducción Laura Salas
Rodríguez
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