En los últimos tiempos estoy recuperando bastante el
respeto y la admiración que siempre
había tenido por la profesión de periodista. La información y la comunicación
me parecen elementos clave para un desarrollo de la democracia y para ir
consiguiendo un mundo mejor. A esta recuperación está colaborando un grupo de
periodistas entre los que quiero destacar aquí a Mikel Ayestaran, Xavier
Alkorta y Ramón Lobo. Estos tres están dedicando, o como en el caso de Lobo ha
dedicado, su trabajo a hacernos conocer mejor
lo que pasa en esos lugares del mundo de los que solo tenemos noticia cuando
algo malo sucede.
El libro que ahora comento fue publicado
originalmente en 2010, pero no lo he conocido hasta esta nueva edición.
Dice Lobo en un capítulo a modo de introducción:
“A veces, antes de partir el periodista emborrona su
libreta de notas con ideas absurdas para combatir el pánico en cualquiera de
sus formas: miedo al fracaso, a no entender, miedo a no saber contar, miedo a
no regresar, o regresar incompleto.” (p. 14)
Confesión que ya indica de qué tipo de persona se
trata: sincera y sensible. Y tras la lectura del libro esa primera impresión
queda perfectamente corroborada.
Fruto de dos viajes a Afganistán enviado por El País -ese diario que tuvo una buena
época aunque ahora sea objeto de mi más absoluto desprecio-, salen estos
cuadernos en los que el autor más que intentar explicarnos lo que pasa en la
política afgana, y a pesar de que se desplaza porque hay elecciones
presidenciales, lo que busca y consigue plenamente es contarnos cómo lo pasa la
gente que vive en un país que lleva decenios en permanente conflicto. Y para
eso, nada mejor que acompañar a esa gente, hablar y sentir con ella. Así
veremos a la dueña de un restaurante que enseña a leer a sus empleados, a un
niño que vive de la venta de zumos en la calle, a un cambista de divisas, a
unos libreros (¡qué moral y qué amor a
la cultura hay que tener para serlo en esas circunstancias!), a un trabajador
de obras públicas, etc. Y también recorreremos el mercado de pájaros, el
cementerio de los ingleses o estaremos en el hotel Serena.
Todo ello de la mano de un reportero que sabe sacar
mucho partido a sus observaciones y transmitirlas de forma clara. De vez en
cuando establece también algunas analogías con otros conflictos en los que ha
estado presente como Irak o la exYugoslavia que resultan interesantes.
Al final, el lector logra una visión bastante
profunda de la vida en ese país o, mejor
dicho, en su capital que es donde desarrolla Lobo su trabajo. La situación en
el resto del país debe de ser seguramente mucho peor.
Dos breves fragmentos pueden resumir bien la idea
bastante negativa y pesimista que el autor transmite:
“Aquí, más allá de los saqueadores de cuello blanco,
no hay clases sociales, todos son pobres y supervivientes.” (p. 51)
“En Afganistán la gente nace y crece en la
incertidumbre cotidiana y en la certidumbre de que nada cambiará gane quien
gane la guerra, gane quien gane las elecciones.” (p. 111)
Y también reproduzco otra idea porque creo que
recoge muy bien cuál es uno de los principales problemas que tenemos los
occidentales cuando nos enfrentamos a estas situaciones:
“En estas condiciones de inseguridad y sensación de
fracaso, los que más fuman en Kabul son los extranjeros, sean de la OTAN,
Naciones Unidas, diplomáticos, humanitarios, empresarios, buscones varios o
periodistas. Esta tribu de occidentales parece empeñada en organizar la vida de
unos señores muy pobres a los que nadie ha preguntado por sus gustos, tradiciones, anhelos y manías.” (p.
60)
Un libro magnífico. Escrito con gran sensibilidad y
gran respeto a todos los que aparecen en él. Un texto de un buen periodista
que, retomando una idea del gran Kapuscinski tantas veces citada, tiene que ser
también una buena persona para hacer así su trabajo. (Reconozco que ya tenía
esta idea tras la lectura de su anterior libro Todos náufragos.)
Ramón Lobo, Cuadernos
de Kabul. Historias de mujeres, hombres y niños atrapados en una guerra.
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