André Gide obtuvo el Premio Nobel de Literatura en
1947, es decir, veinte años después de este viaje y de la publicación de este
libro. Tengo que reconocer que aunque conozco desde hace tiempo a este autor
creo que solo he leído una novela corta y de ello hace años, pues a pesar del
premio no es un escritor que me haya llamado la atención. Sin embargo, en la
medida en que últimamente me estoy interesando por la literatura de viajes me
gustó tanto el lugar como el nombre del autor.
Dice Constantino Bértolo en su extenso Prólogo: “Aún
no hemos pisado el Congo y ya podría decirse que el autor ha mostrado todos sus
triunfos: sensualidad, esteticismo, denuncia”.
Un ejemplo de lo segundo y varios de la denuncia:
“Ayer el sol poniente llenó el firmamento de rayos
púrpura. Esta mañana, mientras escribo esto, el cielo está inefablemente puro;
pero el aire, demasiado cargado de vapor para estar del todo límpido, despliega
un velo de nácar azulado sobre los verdes oscuros de las selvas uy los verdes glaucos
de las sabanas.” (p. 165)
“Contrata a los indígenas por 25 francos al mes, más
un franco de “ración” cada sábado, sin darles comida ni alojamiento, por la
explotación de un caucho que, por supuesto, no paga. Son “contratados
voluntarios” que prefieren esta situación lamentable a las movilizaciones de la
Administración.” (p. 259)
“De un extremo a otro del poblado, ni un solo
indígena posee nada aparte de mujeres, un rebaño y tal vez algunos brazaletes o
hierros de azagaya. Ningún objeto, ninguna prenda de ropa, ningún tejido,
ningún mueble; pero, aunque tuvieran dinero, tampoco hay nada que comprar que
despierte su deseo.” (p. 136)
“En las regiones que hemos atravesado solo había
razas pisoteadas, no tanto viles, tal vez, sino envilecidas, esclavizadas, que
no aspiraban sino al bienestar más burdo; tristes rebaños humanos sin pastor.”
(p. 193)
“Es realmente lamentable encontrar en toda la
colonia a niños tan atentos, tan deseosos de instruirse, en manos de profesores
tan incapaces. ¿Si al menos les mandaran libros y material escolar apropiados!
Pero ¿de qué sirve enseñar a los niños de esas regiones ecuatoriales que “las
estufas de combustión lenta son muy peligrosas” o que “nuestros antepasados,
los galos, vivían en cavernas”? “(p. 264)
He destacado estos fragmentos en los que Gide
denuncia la situación de los indígenas y las malas prácticas tanto de las
empresas como de la propia administración francesa, porque me parecen lo más
interesante de un libro sobre todo por la época en la que se publicó y por el
hecho de que lo hace un representante en aquellos momentos de cierta burguesía.
(Parece ser que poco después se afilió durante unos años al Partido Comunista
seguramente como consecuencia de lo que vio en el viaje).
Desde luego el libro no es solo eso sino que, muy al
contrario, este aspecto supone una
pequeñísima parte de lo que cuenta Gide ya que, volviendo al texto del Prólogo:
“Con extrema sabiduría narrativa, el narrador
alterna sus jugadas: cuerpos bellos, afectos de la piel, ternuras un tanto paternalistas
se entremezclan con descripciones de brillante exactitud de ríos, danzas,
colinas, chozas, juegos para contraste con los momentos en que la piedad del
europeo culto se exalta ante la brutalidad asumida por los explotadores y sus
capataces.” (p. 21)
Estas descripciones componen el núcleo del relato y
es lo que convierte el libro en un texto bastante aburrido en muchos momentos.
Gide es totalmente prolijo en esas descripciones y, sin embargo, yo salgo con
la sensación de que no he sabido bien cuál ha sido su recorrido (los dos mapas
que acompañan la edición son manifiestamente mejorables), ni tampoco he
aprendido demasiadas cosas sobre la vida de los indígenas más allá de algunas
generalidades y múltiples descripciones
sobre sus viviendas, ni tan siquiera he sido capaz de comprender esos pasos de
la selva a la sabana de forma tan abrupta.
Quizá tenga todo esto que ver con la interpretación
que hace Bértolo sobre el carácter del libro:
“Trata entonces, y muy especialmente en las obras
que construye como diarios –y un diario es Viaje
al Congo-, de dejarse llevar por la espontaneidad, intentando una vez más
huir de sí mismo o planteándose incluso la conveniencia de “no hacer estilo”,
por más que acabe aceptando que lo espontáneo en literatura es más un logro a
conquistar que un propósito de la mera voluntad.” (p. 14)
El propio Gide
lo confirma cuando afirma: “y yo escribo a vuelapluma” (p 129)
Esa escritura quizá le lleva a contarnos casi a
diario el calor, la humedad, el sudor, la lluvia, los mosquitos, los árboles, las
mariposas que logra o que persigue, la presencia o ausencia de mandioca para
los porteadores etc., cosas que pueden ser interesantes en general, pero que
resultan demasiado redundantes.
Como resumen diría que se trata de un libro con
cierto interés en alguna de sus partes, pero que, al mismo tiempo, se hace
monótono y reiterativo de lo que seguramente tiene la culpa el hecho de estar
elaborado en forma de diario.
No obstante habrá que seguir buscando en el
catálogo de Península porque es una
editorial que está publicando magníficos libros de reportajes y de viajes.
André Gide, Viaje
al Congo. Traducción Palmira Feixas
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