Siguiendo con la recuperación que estoy haciendo con
la obra de esta escritora argentina, le toca el turno a esta peculiar “novela”
publicada en 2013.
Recoge Piñeiro una cita del magnífico libro Léxico familiar de Natalia Ginzburg en
el que entre otras cosas dice: “Y es que este libro, aunque haya sido extraído
de la realidad, debe leerse como se lee una novela, es decir, sin pedir más,
pero tampoco menos, de lo que una novela puede ofrecer.” (p. 9)
Así que ya en el inicio del libro queda clara la
intención de la autora, y además en el Epílogo la propia Piñeiro insiste en el
tema en un fragmento que reproduzco porque me parece también bastante significativo de
la idea de la escritora sobre la novela en general:
“Pero además de la distorsión que provoca la
evocación después de tantos años, está la ficción. Parte de lo que cuento en
este libro sucedió y parte no. La ficción nos permite mejorar o empeora la
realidad según nos convenga. Mejorar para tolerarla; empeorar para que tenga
tensión dramática. La vida, a veces, no la tiene. Los novelistas mentimos, pero
la novela es lo más real que tenemos, no sé si para entender el mundo pero al
menos para sentir que el mundo no nos engaña como quisiera.” (p. 193)
Estas citas me sirven para justificar la expresión
de peculiar “novela”. Desde luego yo lo he leído como si se tratara de una
memorias totalmente reales o, por decirlo mejor, no tanto unas memorias como un
conjunto de recuerdos de la época de la niñez de la autora en su Burzaco natal;
un lugar del conurbano bonaerense hacia el que seguía el ferrocarril, aun sin
electrificar, cuando me apeaba en la estación de Temperley, cuando yo viajaba
por la zona. (Y hablo de unos quince años después del tiempo en el que se desarrolla
la novela que es a mitad de los setenta).
El libro está dividido en dos partes bien diferentes.
En la primera se cuenta la historia propiamente dicha y de vez en cuando
aparece una referencia a lo que se cuenta en la segunda, Cajas chinas, en la que se dan informaciones sobre la situación
política, alguna aclaración sobre la llegada a Argentina desde España de
algunos familiares y varias fotos tanto del padre como de la propia autora.
Esta segunda parte convine leerla tal y como aparece referenciada porque
resulta útil y, en algunos aspectos, clarificadora.
Hasta aquí lo que puedo decir sobre el contenido de
un libro que, como es habitual en esta autora, no solo está muy bien escrito
sino que rezuma sensibilidad, cercanía y una gran credibilidad.
En el Epílogo ya mencionado Piñeiro aclara algunas
cosas que sí han sido inventadas. No creo que esté entre ellas lo que se dice
en el siguiente fragmento:
“Alguna vez le pregunté a mi madre si de verdad mi
padre era comunista, ella me contestó: “Dejalo que se lo crea”. Y él no sólo se
lo creía, sino que además nos lo recordaba cada vez que podía. Un comunista
declarado, enfático, pero no practicante, la opción más absurda: correr los
riesgos de decirlo sin haber hecho ningún acto heroico que justificase estar en
peligro. Ni siquiera pegar un póster en la pared. Un comunista en
calzoncillos.” (p. 88)
Un libro con el que he disfrutado mucho y que me
hubiese gustado que fuese mucho más extenso –la primera parte tiene apenas algo
más de cien páginas-.
Hay una interesante entrevista de Benito Garrido con
la autora en culturamas.es.
Claudia Piñeiro.
Un comunista en calzoncillos
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