El año pasado fue el de mi descubrimiento de esta
gran escritora francesa. Leí los cuatro que se habían publicado ya en Cabaret Voltaire. Salvo uno, los otros
tres me dejaron honda huella por la capacidad de Ernaux de contar las cosas de
su vida con gran sinceridad no exenta de dureza en ocasiones.
Con el que hoy comento tengo que dar un paso más; es
el libro, o al menos un libro, que me habría gustado escribir.
Dice la autora en una de las páginas finales del
libro refiriéndose a ella misma en tercera persona:
“La forma de su libro no puede surgir pues más que
de una inmersión en las imágenes de su memoria para detallar los signos específicos
de su época, del año, más o menos seguro, en el que se sitúan, relacionarlos
con otros en función de su mayor o menor cercanía, esforzarse por volver a oír
las palabras de la gente, los comentarios sobre los acontecimientos y los
objetos, (…) De lo que este mundo ha imprimido en ella y en sus contemporáneos,
se servirá para reconstruir un tiempo común, el que ha ido fluyendo desde hace
tanto tiempo hasta hoy, para, al recuperar la memoria de la memoria colectiva en
una memoria individual, reflejar la dimensión vivida de la Historia.” (p.
317-318)
En esta frase que cierra el fragmento se resume muy
bien el contenido y la intención del libro: insertar la memoria individual en
la memoria colectiva, mostrar cómo se ha vivido un periodo histórico, la
segunda mitad del siglo pasado, desde la subjetividad, pero sin evitar las
valoraciones de algunos acontecimientos y de los cambios que se fueron
produciendo.
Valgan los dos fragmentos que reproduzco a
continuación para ver el enfoque que se hace de dos momentos históricos bien
diferentes:
“Vivíamos en la escasez de todo. De objetos,
imágenes, distracciones, de explicaciones de uno mismo y del mundo, limitadas
al catecismo y a los sermones de
Cuaresma…” (p. 49)
Avanzado el tiempo se produce esta otra situación:
“La llegada cada vez más rápida de los objetos hacía
retroceder el pasado. La gente ya no se preguntaba sobre su utilidad,
simplemente quería poseerlos y sufría por no ganar el suficiente dinero para
poder conseguirlos inmediatamente:
(…)
La profusión de cosas escondía la escasez de ideas y
el desgaste de las creencias.” (p. 117 y 119)
Este es el tono general de un libro escrito, además,
con el característico estilo de Ernaux: frases en general cortas, pero muy
expresivas y con gran capacidad evocadora. Es una de las personas con mayor
capacidad de decir muchas cosas con muy pocas palabras.
En el libro repasa el periodo que va de su
nacimiento en 1940 hasta 2005 en que lo escribe. Algo realmente
sorprendente es que en ningún momento, al menos que yo recuerde, hace alusión a
los libros que va publicando, e incluso da la sensación de que el que el lector
tiene entre sus manos es el primero que publica una vez jubilada.
Reproduzco ahora un fragmento de la magnífica y muy completa reseña
de Marc Peig en unlibroaldia.blogspot.com para explicar algo que he dicho al
principio del comentario:
“Menos contundente que en otras novelas, menos
crítica hacia su vida o hacia la sociedad, el retrato que hace Ernaux tiene la
belleza de la nostalgia del que ve su pasado como parte de uno mismo, como una
época donde uno aguardaba con ilusión lo que el futuro cambiaría de sus vidas.
Pero también la reflexión de quien, al ver el mundo que tenemos, siente cierta
desolación por no estar a la altura de aquello que cobijábamos cuando soñábamos
con él.”
Nostalgia, ilusión y cierta desolación. Aunque soy
nueve años menor que la autora creo que formo parte de la misma generación; aunque
ella tuvo sus inicios en el mundo rural y yo en el urbano, conocí lo suficiente
en los veranos del mundo rural español para entender muy bien lo que dice;
finalmente, aunque Francia iba muchos años por delante de España en todo, el
hecho de mi menor edad hace que, a pesar del retraso, pudiera vivir sensaciones
y experiencias semejantes si bien con cierto desfase temporal. Por eso no solo
entiendo, sino que comparto esa nostalgia, esa ilusión sobre el futuro y, por
qué no decirlo, también esa desolación por no estar a la altura en muchos
momentos. Por todo eso, me hubiera encantado ser capaz de escribir un libro
así.
Volviendo al texto de Ernaux tengo que resaltar lo
bien que imbrica lo personal con lo colectivo. En la primera parte, y sobre
todo en la época correspondiente a los 60 y 70, refleja muy bien el ambiente
social y las mentalidades. También me parece muy acertada la forma de contar su
integración en el mundo “normal” a través de su marido, hijos y familia. Especial
mención merece el espacio que dedica a lo sucedido en 1968 y las repercusiones
posteriores tanto a nivel social como personal. En los ochenta, sin embargo,
con una sociedad ya muy establecida y de alguna manera estancada, se centra más
en los aspectos más políticos. Así, llega a decir:
“La reelección de Mitterand nos devolvía la
tranquilidad, Más valía vivir con la izquierda sin esperar nada que ponerse
nerviosos todo el tiempo con la derecha.” (p 220)
A lo largo de sus páginas vemos desfilar también
multitud de ejemplos de sus lecturas, la música que escuchaba y los programas
de radio o de televisión que le gustaban. Evidentemente, desconozco gran parte
de lo que menciona, pero puede resultar interesante hacer la traslación a
España que, en los casos en los que la he hecho, muestra la gran pobreza
cultural de nuestro país hasta no hace mucho.
Para terminar quiero destacar el acierto de iniciar
con la descripción de una foto los diferentes momentos. Eso sí, me hubiera
encantado que las hubiera reproducido en el libro.
Recomendable para todo buen lector y desde luego aún
más para los que hayan vivido esos años.
Annie Ernaux, Los años. Traducción Lydia Vázquez
Jiménez
Qué buena reseña
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