Comenzaré el comentario diciendo que siento por la
autora gran afecto seguramente debido a que la escucho bastante por la radio y,
sobre todo, porque la conocí cuando hacía el papel de Manolito Gafotas en el
programa que dirigía Fernando G. Delgado, un personaje con el que me pasé ratos
que aún recuerdo. Luego leí los libros que, estando bien, ya no eran lo mismo
porque les faltaba la vida que le imprimía Elvira Lindo.
Desde entonces he seguido su carrera como escritora
más en la prensa que en los libros. Ahora recuerdo de hace tiempo El otro barrio y, muy reciente, 30 Maneras de quitarse el sombrero,
libro por el que le estaré eternamente agradeció ya que me llevó a la lectura
de autoras como Lucia Berlin o Vivian Gornick que aunque la conocía no me había
animado a leerlas hasta que vi el retrato que hacía Lindo en ese libro.
Pero vayamos con el que hoy toca comentar. Al
terminar su lectura salgo con la impresión de que Lindo ha debido de respirar
profundamente al finalizarlo. No me atrevo a decir que de alguna manera se ha
psicoanalizado en él porque por lo que cuenta ya lo ha hecho con una
profesional, pero desde luego algo hay de eso.
El libro se divide en ocho capítulos casi todos
ellos monográficos en el sentido de que tiene como protagonista principal a una
persona sea su padre, su abuela, su madre, la chica de servicio, o una
situación como por ejemplo el que dedica a su estancia en el colegio en
Mallorca.
Estamos ante un libro de ficción, pero de lo que
ahora llaman “ficción del yo”. La mayor parte de lo que cuenta tiene toda la
pinta de ser real o al menos de que así le parezca a la autora.
Aunque se ha vendido de alguna manera como una
historia de la problemática relación entre sus padres, a mí me parece sobre
todo que lo que cuenta es la historia de su padre, personaje central, no solo
por el espacio que le dedica, sino sobre todo por la importancia que por lo que
se cuenta debió de tener en la vida de la autora.
Así, en la mezcla de reseña y entrevista que hace
Nuria Escur en lavanguarfia.com, aparece esta frase de Lindo entrecomillada:
“Creo que cuando mi
padre observara que los lectores lo están comprendiendo y que acaban amándolo a
pesar de sus defectos tomaría la delantera en la promoción del libro, compraría
una caja de ejemplares y los firmaría él mismo, en calidad de protagonista de
la historia”.
Además de este
protagonismo paterno, también tiene un gran protagonismo la madre, pero creo
que a otro nivel. Me ha parecido especialmente bueno el segundo capítulo en el
que hace un magnífico retrato de su abuela “mala” que resulta hasta divertido.
También está muy bien el que dedica a su estancia en el colegio en Mallorca,
ese Madre Alberta del que le quedan buenos recuerdos y que, para algunos que
vivimos en la isla, genera un cierto rechazo.
A lo largo de todo el
libro, además de lo que cuenta es interesante el estilo pues como se afirma en
la contraportada: “Como si de una composición musical se
tratara, cada capítulo es una demostración de gran técnica puesta al servicio
del puro placer de narrar las luces y las sombras de un pasado…”. Va utilizando
las diferentes personas y perspectivas según el personaje y el tema, a veces
mezclándolas en el mismo capítulo.
En definitiva, un libro muy interesante que lleva al
lector a interrogarse por algunos comportamientos en otros momentos de su vida,
que muestra a una escritora capaz de mostrarse tal como es y sin miedo a
manifestar algunas debilidades y, todo ello, escrito con la habilidad característica
en la autora y una buena utilización del lenguaje. Además, un texto que emociona en muchos momentos y que, a gente de mi edad, trae recuerdos muy variados.
Desde luego es un libro muy recomendable para
cualquier tipo de lector y edad.
Además de la reseña citada hay una interesante
entrevista con Marta Ailouti en elcultural.com.
Elvira Lindo, A
corazón abierto.
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