Esta es una de las pocas
ocasiones en las que compro y leo un libro por lo que he escuchado en la radio.
En este caso fue una entrevista de Carles Francino con la autora en la que
descubrí a alguien que parece que tenía cosas que decir y, sobre todo, que
parece que se había esforzado en decirlas de otra manera. No conocía a la
autora ni había visto el libro en los estantes de las librerías a pesar de que
ha vendido ya 35.000 ejemplares, algo poco habitual máxime si está editada, por
cierto magníficamente, por una pequeña editorial. En esa entrevista me llamaron
la atención algunas cosas que dijo Abreu. Así, comentó que había empezado a
leer ya mayor (curioso en alguien que apenas tiene 26 años); también que en
parte esto se debía a que en su casa no había ni libros ni tradición lectora
(seguramente por la actividad profesional de sus padres); y, finalmente, que practicaba el hiperrealismo, algo que yo
conocía en pintura pero de lo que no había oído hablar en literatura.
Todo esto me provocó el
interés suficiente para encargar el libro. Gran acierto porque estamos ante un texto
muy diferente, no tanto por el fondo aunque hay aspectos que se tratan de una
forma peculiar, como sobre todo por la forma, por el lenguaje.
Prefiero que sean las
palabras de Álex de la Torre en su reseña para elperiodico.com las que hablen
sobre este particular:
“(…) un debut volcánico el de Andrea Abreu (Tenerife, 1995) por la
frescura, la inteligencia narrativa y el sortilegio que la autora realiza en la
fragua del idioma.
(…) sin duda el gran hallazgo de Abreu radica en el
prodigioso trabajo con el lenguaje. Con un oído musical absoluto para
la oralidad, la escritora revienta las costuras de la gramática para
trascenderla, en un zarandeo que le sienta muy bien al castellano, a veces, en
la lengua literaria, demasiado envarado. En su prosa caben neologismos,
préstamos directos del inglés ('foquin bitch', 'shit') y voces canarias (…)” (Subrayado en el original.)
Esta es la pequeña historia de la relación de dos amigas, dos niñas de 10
años, que son cuidadas por sus abuelas porque sus padres o no existen o tienen
que trabajar duro para sobrevivir; dos niñas que están descubriendo la
sexualidad (una, Isora, ya tiene la menstruación) y lo hacen a través de juegos
eróticos, que incluyen masturbaciones y besos, entre ellas; que mantienen esas
relaciones de dependencia que son típicas de esa edad. Dos niñas que juegan a
cosas como criticar a alguien que se inventan o con unas “barbis” a las que les
suceden muchas desgracias. Todo ello dentro de un ambiente social de cierta
pobreza y marginalidad. Hay también otro personaje, Juanita Banana, (de hecho
se llama Juanito) que es otro ser rechazado por su homosexualidad, un niño que
suele llevar un balón de fútbol para disimular en una magnífica imagen lograda
por la autora.
Temas que como dice Sabina Urraca, la editora del libro, en la
introducción:
“(…) hay veces en que he
llegado a pensar que Panza de burro
no era un libro, sino más bien un largo y poderoso exabrupto, un estallido de
emoción a las faldas de un volcán (…)”
Por lo dicho hasta aquí ya se
puede comprender que estamos ante un libro cuya lectura es muy recomendable. En
general se entiende bastante bien aunque a veces haya que repetir la frase un
par de veces por los cambios que hace Abreu en la morfología de algunas
palabras, pero son cambios que tienen mucho sentido. Un libro que emociona en
muchos momentos y que seguro que no deja indiferente.
A mí me ha recordado por
algunas cosas otro magnífico libro, también muy rompedor en varios aspectos,
como es Lectura fácil de Cristina
Morales. Dos ejemplos de mujeres extraordinariamente jóvenes que están
aportando novedades interesantes a la literatura que se hace por aquí.
Además de la citada hay una
buena y muy completa reseña de Santi en unlibroaldia.blogspot.com
Andrea Abreu, Panza de burro.
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