No es mucho lo que conozco de la literatura sudafricana:
J.M. Coetzee, del que sí he leído casi todo lo traducido, y algunos libros de
Nadine Gordimer, en este caso hace ya bastantes años, pero en ambos casos se
trata de escritores que merecen mucho la pena. Eso me animó a comprar este
libro de otro autor de la misma procedencia del que desconocía su existencia.
También ha merecido la pena.
Galgut cuenta momentos de la historia de una familia formada
por los padres, sus tres hijos y la hermana y el cuñado del marido. Una familia
de afrikáners, blancos por supuesto, que tiene una criada, Salome. Antes de morir la madre hace prometer al marido que le entregarán a Salome la propiedad
de la casa en la que vive que es una vivienda aledaña a la casa en la que vive
la familia. Esto es lo que da el título a la novela ya que es una promesa que
recorre los treinta años en los que esta se desarrolla.
La novela está dividida en cuatro partes: Ma. Pa, Astrid y
Anton que suceden cada una más o menos diez después de la anterior. Abarca
aproximadamente el periodo 1985- 2015 que el autor suele marcar dando alguna
información del contexto político como la asunción de un presidente, la entrega
por Mandela de la copa del campeonato del mundo de rugby, etc.
Reproduzco un fragmento de la extensa y muy interesante y
completa reseña de Zoë Wicomb en
afribuku.com:
“La Promesa es estilísticamente extraordinaria, con cambios
fluidos entre el discurso y el pensamiento, y la focalización de los
acontecimientos a través de un personaje cualquiera que se desplaza casi
imperceptiblemente a otro, todo ello mediante un hábil uso del estilo indirecto
libre. También está el «yo» autorreflexivo del narrador, que ocasionalmente se
inmiscuye en el relato en tercera persona,…”.
Aquí está una de las claves
del interés de esta novela. Me refiero a la forma de narrar los hechos que
adopta Galgut, tanto por el estilo como por esa presencia del narrador. Dos
breves ejemplos:
“En realidad este interludio no viene a cuento de nada,
podríamos haber prescindido de él….”. (p. 152)
“Permitámosle este breve momento…”. (p.158)
Evidentemente también es importante lo que cuenta y aquí
destacaría cosas como: la evolución de los personajes de los hijos, las
diferencias sociales en función de la raza, la crítica de la religión (en este
caso la calvinista de la Iglesia holandesa) y el hecho de que cada una de las
partes tenga como motivo casi central un entierro.
Esa crítica de la religión está presente a lo largo de toda
la novela y por diferentes motivos. A continuación reproduzco un fragmento que
pertenece a la primera parte y que, creo, es un buen ejemplo:
“Alwyn Simmers (el
pastor de la Iglesia) se siente emocionalmente unido a su compatriota
negro, le parece que a los ojos de Dios son iguales, aunque en el coche debe
ocupar siempre asientos separados. Así lo ha decretado Dios, del mismo modo que
ha decretado que Rachel debía morir a la hora que murió y que su casa se
llenara de quienes la lloran, también es su deseo que en otros cuartos los
hijos y las hijas de Cam trabajen sin
descanso en beneficio de sus amos y amas, cortando leña, sacando agua del pozo
y, en general, haciendo más llevadera la vida de aquellos que cargan con el
pesado yugo del liderazgo”. (p. 82)
En fin, una novela que sin ser una obra maestra tiene los
suficientes alicientes tanto formales como de contenido para que merezca la
pena leerla. Además, nos pone en contacto con una sociedad de la que no se
suele saber demasiado.
Seguramente este no será el único libro que se traduzca del
autor; al menos eso espero.
Damon Galgut, La
promesa. Traducción Celia Filipetto.
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