lunes, 16 de marzo de 2015

Españoles en los campos de concentración



 
Este libro fue escrito en 1946 pues Amat, al igual que por las mismas fechas sucediese con Primo Levi, quería tener frescos los recuerdos y las sensaciones para ser capaz de reflejarlo todo lo más ajustado posible a la verdad. Sin embargo, no fue publicado hasta 1963 (y ya me extraña que fuese en pleno franquismo) momento en el que debió suponer para el lector algo verdaderamente duro y excepcional.
Al leerlo hoy, cuando se han publicado ya tantas memorias y recuerdos novelados o no, el impacto que causa es lógicamente inferior pues, desgraciadamente, estamos un poco “curados de espanto”. No obstante, al ser sus protagonistas españoles se sale un poco de lo habitual ya que, en este sentido, sí que hay pocos testimonios publicados.
Los campos que aparecen en la novela estaban dedicados a los prisioneros políticos y comunes, pero con el paso del tiempo y sobre todo tras la invasión de Rusia, se terminaron convirtiendo en campos también de exterminio. Aparecen en el texto todos los aspectos habituales en este tipo de testimonio: desinfecciones, barracones infestados, comercio clandestino de todo (en este caso mucho con los objetos requisados al entrar), palizas a los llegados del este, cámaras de gas, hornos crematorios, homosexualidad, sumisión ante los Kapos, etc., y como novedad, el enfrentamiento entre los prisioneros españoles de las diferentes facciones políticas: comunistas y sindicalistas.
Bien escrito y con un adecuado ritmo narrativo que va reflejando perfectamente los avatares que les suceden a los principales protagonistas sin ensañarse, además, con aquellos cuyo comportamiento era más reprobable.
Como lector habitual de libros sobre estos temas, me gustaría destacar en el de Amat la crítica que en él se hace de los comportamientos de muchos reclusos aunque también se manifieste una cierta comprensión.
Dejo a continuación algunos textos que ejemplifican ambas cosas:
 
 
 “Aclimatarse era adormecer la sensibilidad con la droga que destilaba la limitación del lugar. Era necesario ajustar los sentidos al mundo del que se formaba parte, olvidar lo que existía al otro lado de las alambradas, perder cualquier interés por familia, amigos, bienes, guerra, ideas, lograr en definitiva que fuese la vida vegetativa la que llenara todas las dimensiones interiores. (…) Era el embrutecimiento total del hombre; para los famélicos, el instintivo afán de alimentos; para los privilegiados, la sumersión en un pozo pestilente de egoísmos, codicias, brutalidades y vicios.”  (p.61)
 
"Cierto que el embrutecimiento de cuantos le redaban progresaba. Era deprimente que, mientras estaban fusilando a cuarenta guerrilleros yugoslavos, cinco mujeres entre ellos, la multitud formada en la plaza de los recuentos lamentase solo que la lentitud de la operación retrasara la hora de la cena; morboso era sin duda que algunos compañeros perdieran horas de su escaso descanso contemplando, a través de las ventanas, las torturas colectivas de que eran objeto checos y judíos en medio de la plaza, o  espiasen las idas y venidas de las SS cuando, armados de hachas, entraban en el edificio del crematorio a liquidar “transportes especiales”; cruel era la indiferencia con que era acogido el espectáculo diario de los carros repletos de cadáveres de rusos caídos en el trabajo; feroces eran las riñas entre compañeros por naderías…” (p.177)
 
“”La bestialidad del régimen penitenciario alemán llegaba hasta encontrar argumentos lógicos y sensatos para justificar el egoísmo y la indiferencia ante el mal. El embrutecimiento era taimado pero implacable.” (p.231)

 
  Enlazo un interesante y completo comentario de Antonio Muñoz Molina en El País.
 
 Joaquim Amat-Piniella, K.L.Reich

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