Este libro fue escrito en 1946 pues Amat, al igual que por las mismas
fechas sucediese con Primo Levi, quería tener frescos los recuerdos y las
sensaciones para ser capaz de reflejarlo todo lo más ajustado posible a la
verdad. Sin embargo, no fue publicado hasta 1963 (y ya me extraña que fuese en
pleno franquismo) momento en el que debió suponer para el lector algo
verdaderamente duro y excepcional.
Al leerlo hoy, cuando se han publicado ya tantas memorias y recuerdos
novelados o no, el impacto que causa es lógicamente inferior pues,
desgraciadamente, estamos un poco “curados de espanto”. No obstante, al ser sus
protagonistas españoles se sale un poco de lo habitual ya que, en este sentido,
sí que hay pocos testimonios publicados.
Los campos que aparecen en la novela estaban dedicados a los prisioneros
políticos y comunes, pero con el paso del tiempo y sobre todo tras la invasión
de Rusia, se terminaron convirtiendo en campos también de exterminio. Aparecen
en el texto todos los aspectos habituales en este tipo de testimonio:
desinfecciones, barracones infestados, comercio clandestino de todo (en este
caso mucho con los objetos requisados al entrar), palizas a los llegados del
este, cámaras de gas, hornos crematorios, homosexualidad, sumisión ante los Kapos, etc., y como novedad, el enfrentamiento
entre los prisioneros españoles de las diferentes facciones políticas:
comunistas y sindicalistas.
Bien escrito y con un adecuado ritmo narrativo que va reflejando
perfectamente los avatares que les suceden a los principales protagonistas sin
ensañarse, además, con aquellos cuyo comportamiento era más reprobable.
Como lector habitual de libros sobre estos temas, me gustaría destacar en
el de Amat la crítica que en él se hace de los comportamientos de muchos
reclusos aunque también se manifieste una cierta comprensión.
Dejo a continuación algunos textos que ejemplifican ambas cosas:
"Cierto que el embrutecimiento de cuantos le redaban progresaba. Era
deprimente que, mientras estaban fusilando a cuarenta guerrilleros yugoslavos,
cinco mujeres entre ellos, la multitud formada en la plaza de los recuentos
lamentase solo que la lentitud de la operación retrasara la hora de la cena;
morboso era sin duda que algunos compañeros perdieran horas de su escaso
descanso contemplando, a través de las ventanas, las torturas colectivas de que
eran objeto checos y judíos en medio de la plaza, o espiasen las idas y venidas de las SS cuando,
armados de hachas, entraban en el edificio del crematorio a liquidar “transportes
especiales”; cruel era la indiferencia con que era acogido el espectáculo
diario de los carros repletos de cadáveres de rusos caídos en el trabajo;
feroces eran las riñas entre compañeros por naderías…” (p.177)
“”La bestialidad del régimen penitenciario alemán llegaba hasta encontrar
argumentos lógicos y sensatos para justificar el egoísmo y la indiferencia ante
el mal. El embrutecimiento era taimado pero implacable.” (p.231)
Enlazo un interesante y completo comentario de Antonio Muñoz Molina en El País.
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