“Éste es un libro sobre la
fealdad, la más extrema que puedo concebir. Éste es un libro sobre el asco –que
deberíamos tener por lo que hicimos y que, al no tenerlo, deberíamos tener por
no tenerlo.” (p. 658)
“Creo que estoy enojado con
este tiempo y que el hambre es la síntesis de todo lo que me enoja.
Creo que el enojo es la
única relación interesante que uno puede tener con su tiempo.” (p. 677)
Ambas frases de Caparrós en
el capítulo de reflexiones personales con el que cierra el libro resumen muy
bien uno de los aspectos por los que este libro me parece tan importante, y es
que nos pone a los lectores ante el espejo, nos interpela y no nos deja
mantenernos al margen de lo que está pasando en el mundo.
No sé si estamos ante el
libro definitivo sobre el tema, pero sí que se trata de un libro clave y
fundamental. Un auténtico clásico.
No es un estudio
sociológico, aunque hay datos de la sociología del hambre; no es un estudio
teórico, aunque se recogen los principales argumentos sobre la existencia del
hambre; no es un reportaje, aunque el autor ha recorrido muchos países y
hablado con mucha gente; no es solamente una de esas cosas porque es todo al
mismo tiempo y extraordinariamente bien conjuntado y organizado.
Estructuras del hambre, El
capital, La desigualdad o La caridad bien entendida son títulos de algunos de
los capítulos en los que Caparrós se dedica sobre todo a analizar y comprender
el fenómeno. India, Bangladesh, Níger, Argentina, Sudán del Sur o Madagascar,
algunos de los lugares en los que nos muestra la realidad a través de las
personas que la padecen.
El libro tiene prácticamente
700 páginas en las que no hay desperdicio, ni informaciones irrelevantes, ni
repeticiones innecesarias y sí fuertes críticas dirigidas sobre todo a personas y organismos del mundo occidental.
Algunos ejemplos:
“Los fondos de inversión son
la forma en que millones de personas “comunes” –jubilados, prejubilados,
ahorristas de diez o veinte mil dólares, ejecutivos agresivos, inspectores
coimeros, despedidos que cuidan su indemnización, médicos exitosos,
comerciantes de calzado de lujo, billonarios del gas siberiano, maestros
belgas, putas holandesas, estrellas del rock y todo el resto- participan del
hambre de millones: contribuyen, de lejos, como quien no quiere la cosa, en el
mecanismo que hace que los precios de la comida suban y más y más personas no
puedan pagarlos.” (p.3 47)
“Los Objetivos de Desarrollo
del Milenio se convirtieron en el faro de la actuación “humanitaria”. Entre
tanto, dieron lugar a bosques de informes y folletos, una documentación curiosa
que dice cosas tan atinadas como ésta: “En algunas regiones, la preponderancia
de niños que pesan menos de lo normal es mucho mayor entre los pobres.” Si no
fuera porque lo escriben con su cara más seria personas que le dedican muchas
horas y cobran mucha plata, sería un chiste mediocre. El mundo de las grandes
organizaciones internacionales suele ser un ecosistema perfecto para la
obviedad, poblado como está por esa mayoría de señores y señoras aferrados a
sus privilegios. Aterrados ante la sola posibilidad de desentonar –que, por lo
tanto, se solazan como nadie en el lugar común.” (p. 497)
“Para nosotros, ciudadanos
globalizados, el mundo es un gran supermercado: recorremos sus góndolas comprando
comidas, recuerdos, bluyín, un empleo, sensaciones distintas, playas, historias
incluso, ilusiones de negocios o de grandes cambios. Para los mil millones de
desechables – y para tantos más- el
mundo son 20 kilómetros a la redonda de sus casas y una vida siempre igual.
No es la menor desigualdad;
es, en todo caso, la que más hace para que la palabra mundo no signifique lo
mismo para unos y otros.” (p. 553)
Desde luego en un libro así
es muy difícil destacar algo, pero a mí me han llamado la atención, por mi
desconocimiento o por el tipo de reflexión, temas como: el uso del término
“inseguridad alimentaria” para ocultar el más duro de “hambre”; el ejemplo de
Níger en 2010 para ver lo que hay detrás de un golpe de estado; el lujo que
supone comer carne; la durísima crítica que hace de la madre Teresa de Calcuta;
la visión de resignación religiosa de la mayoría de los entrevistados; la
existencia de la obesidad en USA como forma de la pobreza; las cifras que da
sobre el desperdicio de alimentos; los datos y ejemplos que expone sobre la
apropiación de tierras en el Otro Mundo (expresión que usa en lugar de la tan
manoseada de Tercer Mundo); o en el importante papel que tiene China, y no los organismos internacionales, en
la reducción de la pobreza extrema.
La lista podría ser mucho
más larga pero creo que es suficiente para ver de qué va el libro.
Además, el autor no solo
conoce muy bien el tema y se ha documentado, sino que lo cuenta con la
escritura de alguien que está acreditado también como un buen novelista. Tiene
la claridad del periodista y la calidad del buen narrador de historias.
Es un gran libro, de los que
marca un antes y un después y de los que el lector no sale indemne porque, como
se puede apreciar por alguno de los fragmentos que he reproducido antes, es
interpelado y convertido en partícipe, aunque solo sea por omisión, de la gran
tragedia que supone un mundo en el que muchos millones de personas no tienen ni
lo más elemental para sobrevivir formando el conjunto de los que Caparrós llama
“los desechables”.
Obviamente no hay que decir
que no se trata de un texto fácil de leer. Hay muchos momentos en que dan ganas
de dejarlo y no” hacerse mala sangre” o, como me ha pasado a mí cuando cuenta
la vida de los que sobreviven de la basura en una villamiseria de Buenos Aires,
que he estado a punto de derramar algunas lágrimas.
Aunque sé que sería un
trabajo complicado y laborioso, creo que una edición de unas 200 páginas en la
se recogiese lo fundamental sería enormemente útil pues se podría poner como
lectura en los centros de enseñanza.
No se me ocurre nada mejor
que terminar con este diálogo del autor con una campesina de Níger:
“-¿Y entonces cómo van a
comer el año que viene?
-Uy, para eso falta mucho.” (p. 28)
Hay una buena reseña de
Carlos Laorden en elpaís.com y, sobre todo, una interesantísima entrevista de
Edu Galán en eldiario.es.
Martín Caparrós, El hambre
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