Han pasado diez años desde que se publicó este
segundo volumen de los tres que Evans ha dedicado a la Alemania nazi. El
primero se tradujo en 2003 y lo leí no
mucho después, sin embargo, ahora ha pasado mucho más tiempo. La razón
fundamental es lo poco de historia que he leído en los últimos años. Si no
llega a ser por la “aparición” de Toni Judt, del que sí que he leído todo lo
publicado, aún sería menos. Lo peculiar del caso es que, además de que me he
dedicado durante veinticinco años a dar clases de esa materia, siempre he dicho
que los libros de historia tenían la ventaja para su lectura de que en cada
página pasaba algo y era difícil aburrirse con ellos.
Pero vamos a lo que estamos. La obra de Evans es un
trabajo realmente monumental en su concepción y composición, y tremendamente
interesante en su resultado.
Este volumen abarca el período que va de 1933 a
1939. Dedica a ello: 692 páginas de texto,
104 de notas y 70 de bibliografía. Estas cifras ya dan una primera
aproximación al nivel de detalle y de
información que maneja el historiador británico.
El libro está organizado temáticamente lo que creo
que facilita más la comprensión del fenómeno que si lo hubiera hecho de forma
cronológica. Así, a lo largo de seis capítulos va desgranando los principales
aspectos del régimen como: la construcción de un Estado policial, la
movilización social y el fomento de una determinada mentalidad, la economía, o
el establecimiento de una utopía racial. Concluye el libro con un capítulo muy
interesante sobre el camino hacia la guerra.
El libro es fundamentalmente descriptivo y narrativo
aunque también de vez en cuando hay análisis e interpretaciones, como por
ejemplo en el siguiente fragmento:
“En 1939, no todos los alemanes eran nazis
fanáticos, pero la gran mayoría deseaba orden, seguridad, trabajo, la
posibilidad de contar con un mejor nivel de vida y de prosperar, cosas que
parecían imposibles durante la República de Weimar. Ahora lo tenían a la mano,
y eso suficiente para obtener su aquiescencia. Puede que la propaganda no
tuviera tanto efecto si se considera la circunstancia real y evidente de la
estabilidad social, económica y política.” (p. 489-490)
Creo que es suficiente con esa labor de narración
porque el lector ya puede ir sacando sus propias conclusiones. Además, la
inmensa mayoría de lo contado tiene un apoyo documental exhaustivo como pone de
manifiesto el inmenso volumen de notas antes mencionado. En este sentido, me ha
llamado poderosamente la atención las muchas veces que aparece en el texto la
expresión: “un agente socialdemócrata informa”, lo que indica la existencia de
gente dedicada a esa observación y a dejar constancia escrita.
En fin, un libro del que se pueden decir muchas
cosas buenas y que es de lectura muy recomendable aunque, evidentemente, hay
que dedicarle una buena cantidad de horas porque además del elevado número de
páginas, el formato del libro y la composición tipográfica lo hacen aún más
largo. Eso sí, al final el esfuerzo habrá merecido la pena.
Un ejemplo más de la calidad de la historiografía británica.
Richard J. Evans, El III Reich en el poder. Traducción de Isabel Obiols Penelas
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