A pesar de ser un seguidor de Kapuscinski y de
haber leído todo lo que se ha publicado en castellano, se me había pasado este
libro del que desde ya podría llamar el Kapuscinski de aquí. Fue leyendo el
libro de Ayestaran sobre Oriente Medio, y lo que en él dice del libro de
Alkorta, lo que me animó a su lectura. Nunca se lo agradeceré bastante.
Cita el autor en un determinado momento la idea tan
conocida y citada del periodista polaco de que para ser un buen periodista hay que ser una buena
persona. Pues bien, en el caso de Aldekoa si algo transmite el libro es que
estamos ante una buena persona y, desde luego, ante una magnífico periodista.
El autor es corresponsal de La Vanguardia en África
y vive en Sudáfrica desde donde se desplaza a cualquier lugar del continente.
En el libro nos cuenta, en algo menos de 300 páginas, detalles de muchos de los
viajes hechos sobre todo entre 2011 y 2014. Iremos de Mali a Angola, de Camerún
a Somalia o de Yibuti a Nigeria, pero
siempre, se trate del lugar del que se trate, nos cuenta cosas
interesantes, curiosas o impactantes y siempre también reflejando sus propias
emociones, porque si algo caracteriza a este aunque joven ya gran periodista es
su capacidad de empatía, su enorme sensibilidad que además transmite de una
manera directa al lector. También es una gran observador como se manifiesta en
multitud de pequeños detalles que recoge en el texto y, desde luego, es
envidiable su capacidad de relación que le lleva hasta ser parte en Sudáfrica
de un grupo de cuatro personas que van a negociar una dote matrimonial.
Creo que los siguientes fragmentos ilustran muy
bien algunas de las cosas que he destacado del autor:
“A menudo me preguntan por qué viajo a África. (…) Yo viajo a África para explicar
que una niña congolesa se ata bolsas de plástico en los pies porque no tiene
zapatos. Para intentar entender que en el Congo la gente no mata por
salvajismo, mata por interés. Por el
poder. Como en cualquier parte del
mundo. Y para contar también que hay
gente que no mata.” (p. 41)
“Para querer a África no basta con soñarla, hay que caminar sus calles,
reírse con su gente, escuchar sus alegrías y
tristezas, sentirse ridículo por
no entender nada y volver a sorprenderse
para comprender. Cualquiera que ansíe conocer un territorio tan vasto y diverso debe recorrerlo con los ojos abiertos
y cerrarlos para volver a empezar” (p. 137)
Dentro de un libro en el que todo es interesante,
me gustaría destacar algunas de las cosas que más me han llamado la atención,
cosas como: las violaciones y el trabajo infantil en el Congo, la justificación
que se hace en Sudáfrica de la dote de la mujer, la relación entre sida y
prostitución en Botsuana, la situación de los bosquimanos en el Kalahari, el
nivel del desastre ecológico existente en Nigeria y, quizá el más entrañable de
los reportajes, el dedicado a los pigmeos. Pero, insisto, se abra el libro por
donde se abra, lo que se lee atrapa al instante.
Solo queda recomendar muy especialmente el libro y
esperar que el autor se anime pronto a
una nueva publicación.
Hay una magnífica reseña de Francesc Bon en
unlibroaldia.blosspot.com.
Xavier Aldekoa, Océano
África
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