Hace unas semanas comentaba el primer libro que
escribió Mankell y que acababa de publicarse por primera vez en castellano. Hoy
me ocupo del último que escribió y que se publicó póstumamente. Se me había
pasado, y cuando lo descubrí hace unos días en el estante de una librería me
llevé una gran alegría porque es uno de esos escritores que, como ya he
comentado en varias ocasiones, me encanta leer por las cosas que cuenta y por
lo bien que lo hace.
En este caso, el libro es una especie de
continuación de otro anterior que se publicó en 2006 y que leí pero del que,
lógicamente en mi caso, no recuerdo nada. No importa porque se puede leer de
forma independiente. El autor, seguramente consciente del tiempo transcurrido
entre ambos, da los suficientes datos y referencias para que sepamos de dónde
salen algunos personajes y algunas historias.
Hay que advertir que mientras lo escribía Mankell se
estaba tratando el cáncer que finalmente acabó con su vida. Quizá eso explique
el tono que adquiere el libro en algunos momentos.
Sobre el contenido del libro escribe Carlos RobertoMorán en su reseña en elplacerdelalectura.com, lo siguiente:
“Le interesa más, amén de la muerte y de la soledad,
hablar de las relaciones humanas y de las dificultades para que éstas se
concreten y consoliden. Fredrick es en ese sentido un “maestro” para decir o
hacer lo incorrecto, para no conectar con el otro, alejado de todo tacto,
incapaz de expresar sus sentimientos con claridad. Apela más bien a la
represión de sus emociones y por lo tanto mucho le cuesta ser comprendido y,
más aún, ser correspondido.”
Fredrick, el protagonista, no solo vive en una isla
dentro de un archipiélago muy poco poblado, sino que vive aislado y con
evidentes problemas para relacionarse que se hacen particularmente evidentes
con su hija, que vive en París, o con sus intentos de relación con una
periodista de la zona. Se trata por tanto de un personaje muy solitario, pero
también lo son la mayoría de los que aparecen en el libro.
Sobre esta soledad creo que son ilustrativos estos dos
fragmentos:
“También me pregunté si había alguien que me echara
de menos.” (p. 175)
“La hora siguiente jugué al póquer conmigo mismo.
Esa es la expresión más triste que conozco de la soledad. Por otra parte, nunca
me siento tan derrotado por el aburrimiento y el cansancio como cuando intento
ganarme dinero a mí mismo. No se puede caer más hondo en la soledad.” (p. 364)
Además, los lugares en los que se desarrolla la
historia son bastante inhóspitos y, algo habitual en los libros del autor, con
una presencia constante del clima que es casi siempre riguroso.
Aunque he utilizado la palabra historia tengo que
decir que es quizá un tanto exagerado pues estamos ante una novela en la que en
sus casi 400 páginas pasan muy pocas cosas. Hay varios incendios de casas en
diferentes islas, hay un viaje del protagonista a París porque su hija ha sido
detenida por carterista (por cierto este viaje le dará pie a Mankell a relatar
algunos aspectos interesantes de la vida anterior de Fredrick), se produce la
muerte de dos habitantes de la zona, pero en lo fundamental el texto recoge los
aspectos más cotidianos de la vida del protagonista. De hecho está narrada por
él en primera persona.
Es un libro que recomiendo muy encarecidamente para
todo el mundo. (A los seguidores del autor no hace falta, claro.) Creo que es
de lo mejor que ha escrito Mankell creando, además, un personaje que, más allá
de cualquier identificación, interesa y del que el lector quiere saber más
tanto de su pasado como de su presente. Es uno de esos libros que cuesta dejar
de leer y que, a pesar de lo dicho, no resulta amargo ni pesimista; bueno, al
menos en mi caso.
Henning Mankell, Botas
de lluvia suecas. Traducción Gemma Pecharromán Miguel.
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