Hace ya tiempo que vengo insistiendo en el blog, a
partir de la lectura de diferentes autores franceses, que es en ese país en el
que se está produciendo la literatura más original y novedosa. Aunque ya los he
nombrado en otras ocasiones, repetiré los nombres de algunos de estos
escritores: Carrère, Echenoz, Deville o Vuillard. Ahora tengo que añadir a esta
lista, en la que no están todos los que son, el nombre de Reinhardt, autor que
hasta el momento desconocía a pesar de que ya se han traducido varios de sus
libros.
Y tengo que añadirlo por, como dice el crítico
Jérome Garcin, la “forma binaria totalmente inédita” en que está escrita la
novela. Partiendo del hecho real del cáncer padecido por la mujer del autor, y
de que esta le pidió que terminase la novela que estaba escribiendo de la que,
además, tenía que leerle lo escrito cada día, Reindhart construye otra novela
en la que la protagonista tiene también cáncer y su marido, en este caso un
músico de renombre, tiene que seguir componiendo una sinfonía.
A través de esta doble perspectiva, en la que a
veces se repiten frases y momentos, “Éric Reinhardt sondea sus miedos íntimos y
explica lo que sucede en una pareja cuando golpea la enfermedad. Una sinceridad
radical.” (Françoise Dargent, Le Figaro, reproducido
por la editorial en la solapa).
La historia le da pie para multitud de reflexiones
sobre el amor, la sexualidad, la amistad o la muerte, pero sobre todo para
contar dos historias de amor que superan
los momentos más delicados y duros. Porque es una novela en la que se habla
principalmente de amor, de un amor del que el autor dice:
“Así habían imaginado siempre su pareja, y es así,
en mi opinión, como puede entenderse también
el amor, como una alianza, una aventura, una suma de deseos y de ambiciones, de
energía, de fuerza, para hacer frente juntos a todo aquello, duro y
escarpado, intimidatorio, que la vida pueda ponernos en contra, pero también
para gozar juntos de lo placentero del camino (porque el camino puede ser
hermoso), para ser finalmente lo más
felices posible. Decidir ser dos
mejor que estar solo, fundirse y ser
más fuerte y más inteligente, más jovial, más decidido, más paciente, más
reflexivo, más resistente, más ingenioso, más perspìcaz por el camino de la
vida por el hecho de ser dos, por haber elegido
recorrer entre los dos el mismo camino sin prescindir de los propios sueños y
de miras diferenciadas, es una forma más, creo, de concebir el amor, quizá
también la más hermosa, quizá incluso la única en realidad.” (p. 91)
(Se está
refiriendo a la pareja formada por Nicolas y Mathilde, los protagonistas de la novela que escribe).
Me he permitido esta larga cita porque creo que en
ella se resume gran parte del espíritu, y del sentido, que atraviesa todo el libro. Un libro, por
cierto, que me resulta difícil comentar porque solo se disfruta si uno es capaz
de meterse en la historia y de aceptar que el autor, de vez en cuando, se
entremeta con cosas como: “Este diálogo (…) lo escribí en el verano de 2008 en
la terraza de Nemours todavía hoy lo recuerdo con exactitud…” (p. 119)
Un libro que rezuma romanticismo y sensibilidad, que
está magníficamente escrito y que tiene unos grandes protagonistas, tanto los
reales como los imaginados, pero también un libro que puede desagradar a algunos
lectores.
Desde luego, lo que está claro es que habrá que leer
algo más de Éric Reinhardt.
Éric Reinhardt, El
dormitorio conyugal. Traducción María Teresa Gallego Urrutia y Amaya García Gallego.