Este libro fue elegido como mejor libro del año
pasado por un conjunto de críticos y escritores en el suplemento literario Babelia del diario El País. No sé si habrá sido por llevar la contraria, pero el caso
es que no tenía la intención de leerlo aunque estaba en las estanterías de mi
casa. Al final ha podido más la curiosidad que el rechazo sin motivo. Eso sí,
he tenido un momento de duda pues cuando llevaba leídas unas cuarenta páginas
lo arrojé sobre el sofá, estuve pensativo durante un rato, pero el final volví
a cogerlo y a retomar su lectura.
Así, de entrada, tengo que decir que no me parece ni
de lejos el mejor libro de 2018. Tiene buenos momentos, valoro la capacidad de
Vilas para hacer un esfuerzo de sinceridad y me parecen interesante algunas,
pocas, de sus reflexiones. Sin embargo, creo que con 200 páginas le hubiera
bastado para contar y expresar lo fundamental que cuenta y expresa en el libro:
el amor que siente por sus padres, lo difícil que le resulta su ausencia y lo
mucho que los añora. Tema que recorre cada página del libro.
Transcribo a continuación dos fragmentos que pueden
servir como ejemplo de lo que digo:
Cuando se desentendió de su coche, supe que mi padre
iba a morir pronto; supe que eso era el final.
(…)
En vez de decirme: Tenemos que hablar, esto se
acaba”, me dijo: "Era un buen coche”. Dios mío, cuánta hermosura. Viniera de
donde viniera el espíritu de mi padre, estaba tocado del don de la elegancia,
del don de lo inesperado, de la ingenua originalidad.
Del estilo.” (p. 135)
“Llamo madre al misterio general de la vida. Madre
es la muerte viva. Llamo madre al Ser. Soy un alma primitiva. Si la madre no
estaba, el mundo era hostil. Por eso bebía tanto y acabé llevando una conducta
sexual errante y promiscua. Aún hoy no sé lo que buscaba. Necesitaría un
concilio de psicoterapeutas para saber qué quería.” (p 168)
Como decía antes, en el libro hay bastantes
reflexiones con diferente grado de interés, al menos para mí. Así: la muerte
(realmente omnipresente en el libro), el envejecimiento (también bastante
recurrente), la enseñanza (breve pero sustanciosa), la monarquía
(prescindible), el dinero y su carencia en la familia (la palabra pobreza está
también muy presente), la bebida (causante de dos ingresos hospitalarios) y
muchos otros temas tocados a veces de una forma tangencial y rápida.
Alguna, como la que reproduzco que no sé si responde
a una cierta voluntad de estilo del autor, pero que, en todo caso, no soy capaz
de entender:
“Los muertos no saben dónde están. No saben decir el
nombre del lugar en el que están. Pero el cadáver de mi padre es todo cuanto
conservo o cuanto poseo en este mundo. Está junto a mí. Dirige su cadáver las
grandes devastaciones de mi vida; gobierna su cadáver en mi cadáver; en la oscuridad de mi cadáver la
oscuridad del suyo alienta fuertemente; administra su cadáver la luz de mi
cadáver; su cadáver es un maestro que enseña a mi cadáver la desconcertante
alegría de seguir existiendo desde el cadáver (…)” (p. 81)
Además de lo dicho sí me han resultado curiosas
algunas referencias a aspectos y elementos de la vida cotidiana como son: la
casa, los electrodomésticos, programas de la televisión, las vacaciones, etc,
en lo que tienen de reflejo de la vida en algunos momentos de la España de las
últimas décadas.
En resumidas cuentas, un libro que me parece
tremendamente irregular ya que al lado de momentos personales bien contados a
partir de una gran sensibilidad y sinceridad, hay otros bastante prescindibles
en los que reitera las mismas ideas y hasta los mismos hechos. Creo que si lo
hubiese reducido a la mitad de extensión sería un libro mucho mejor. Claro que si
así lo han considerado el mejor de 2018…
Hay una reseña enormemente positiva de Nadal Suau (un crítico con el que suelo coincidir bastante, pero no en esta ocasión) en
elcultural.com y otra, en este caso demoledora, de Francesc Bon en
unlibroaldia.blogspot.com, con la que sí estoy bastante de acuerdo.
Manuel Vilas, Ordesa.
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