Hace
poco más de un mes hacía en el blog el comentario de Apegos feroces, el anterior libro de Gornick y del que según
algunos críticos este es la continuación. Creo que esto ha supuesto un hándicap
para el que hoy comento porque es bastante inferior en casi todo excepto en que
mantiene la buena escritura de la autora.
Dice
Begoña Méndez en su reseña en elcultural.com:
“No
hay aquí afectos feroces ni escritura despiadada, sino la memoria elegantísima
de una señora muy sabia que ama Nueva York y que ha aprendido a vivir en el
apego desinteresado y en la compasión de sí y de los otros.”
Creo que es en esa falta de “escritura despiadada”
donde reside la gran diferencia con su anterior novela. Nuevamente estamos ante
unas memorias y unos recorridos por la ciudad de Nueva York, pero en este caso
a la madre la sustituye Leonard, un peculiar amigo con el que dialoga siendo
estas conversaciones los mejores momentos del libro. Otra carencia importante,
y que supone la otra gran diferencia con el anterior texto, es la ausencia de
personajes tan característicos como: su madre, su vecina, varios habitantes del
barrio, los maridos y exmaridos, los amantes, etc.
En el fondo todo obedece a que ahora no son tanto unas
memorias como un conjunto de escenas o relatos breves, -algunas verdaderos
sketches que, por su duración y su sentido del humor, me atrevería a calificar
de chistes-, escenas por las que pasan personajes muy variopintos como por
ejemplo una trotskista nonagenaria que le cuenta cosas de su mal marido pero
buen amante; junto a ello va introduciendo de vez en cuando algunas reflexiones
sobre temas como la amistad o el amor; tampoco faltan algunos breves
comentarios sobre alguna historia relacionada con algún escritor (así, por
ejemplo, lo que escribe sobre Henry James y su posible influencia sobre el
suicidio de una amiga); evidentemente no podía faltar la presencia de su madre,
si bien lo hace en muy pocas ocasiones y en alguna, además, como recuerdo. Eso
sí, cuando aparece es capaz de sacar lo mejor de Gornick como se puede apreciar
en el siguiente fragmento:
“Intenté por todos los medios que mi madre fuera
feminista, pero esta mañana compruebo que, para ella, nada es más importante en
este mundo que la lucha de clases. No importa. Al final, para sentirse
estimulado, una cosa es tan buena como la otra.” (p. 121)
Un libro que a pesar de lo que critico merece la
pena leer porque es una visión siempre original, muy personal y magníficamente
escrito. Además, para quien conozca los espacios por los que se mueve en la
ciudad de Nueva York seguro que supone un aliciente más.
Hay una reseña de Marc Peig muy completa y con un
enfoque más positivo del libro en unlibroaldia.blogspot.com.
Vivian
Gornick, La mujer singular y la ciudad.
Traducción Raquel Vicedo.
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