Soy un lector apasionado de libros de reportajes
escritos por buenos periodistas. He leído todo lo traducido del gran
Kapuscinski -por cierto qué gran título ha escogido Lobo para su primera
novela-, casi todo lo escrito por otro grande como es el caso de Martín
Caparrós y también, por supuesto, de varios periodistas españoles de la vieja
escuela como Vicente Romero o el mismo Lobo y últimamente no me pierdo un libro
de los más jóvenes Mikel Ayestaran y Xavier Aldekoa que están haciendo un
magnífico trabajo.
Todo esto viene a cuento para significar que tanto
el autor como el tema del libro me apetecían mucho. Hace unos tres años tuve
ocasión de leer el último libro de Lobo, Todos
náufragos, esa mezcla de memorias con un poco de todo en el que el autor
demostraba que era capaz de escribir algo diferente a los reportajes, y de hacerlo además de con una magnífica
escritura, con una gran sensibilidad y me atrevería a decir que valentía.
Pero vayamos a la novela. Pronto aparece la
siguiente reflexión del autor:
“El reportero que decide ir a una guerra no es
consciente de la letra pequeña. Está ¡deslumbrado por la fuerza narrativa de la
historia, se siente inmortal. Si el jefe le dice, te vas a Ruanda, o a
Chechenia, el reportero pierde el coraje de pronto. Surgen los sudores fríos,
la inseguridad. No es solo el medio físico a perder una pierna, un brazo, la
vida entera. Es el temor a no saber contar la historia.” (p. 92)
La traigo aquí a colación por esta última frase que
me gustaría ligarla precisamente con la primera que aparece en el libro después
de la dedicatoria: “Este es un libro de ficción; el tiempo dirá si llega a
novela.”
Tengo la sensación, basada también en algún que otro
tuit de Lobo, de que no las tenía todas consigo, de que había mucho respeto y
algo de miedo ante la publicación de su primera obra de ficción. No sé lo que
dirá la crítica especializada, y de hecho tampoco me importa, a mí desde luego
me ha parecido un libro magnífico más allá de cualquier clasificación de
género. No obstante, también encuentro que tiene algún que otro defecto.
La historia cuenta los avatares de sus tres
principales protagonistas, un reportero,
su fotógrafo acompañante y una fotógrafa, a lo largo de un extenso período de
tiempo que abarca desde 1983 a 2012 y un amplio abanico de conflictos
internacionales desde los Balcanes al principio hasta Libia y Siria al final,
pasando por Ruanda, Kabul o Irak. De vez
en cuando aparecen también los momentos de descanso en París y, sobre todo,
Londres.
Este extenso recorrido es una de las grandes
virtudes de la novela al ponernos en contacto con algunos temas un tanto
olvidados y ofrecer una buena información, pero aquí está también, en mi
opinión, su principal defecto que no es otro que centrarse demasiado en los
contenidos propiamente periodísticos y dejar un poco de lado las historias de
sus protagonistas. En este sentido creo que a veces hay un exceso de nombres y
hechos, algo bastante típico de un reportaje periodístico, y falta un mayor
tratamiento de las ideas, reacciones y sentimientos de los personajes.
Evidentemente, toca temas tremendamente importantes
como el uso de la violación como política por parte de las tropas serbiobosnias
o la vida de las mujeres afganas, aquí con una interesante visión sobre el
burka. Desde otro punto de vista me parecen muy esclarecedoras las páginas que
dedica a la crisis de los medios a partir del año 2008 (creo que aquí la base
es su propia experiencia). Así, por ejemplo, el siguiente fragmento:
“Se esfumaron las historias complejas que trataban
de explicar un mundo complejo. Lo intrascendente reemplazó a lo importante, la
prisa a la paciencia, la nada desplazó al todo. Los medios se inundaron de
historias banales de titulares picantes sobre personajes irrelevantes.
Expulsaron de las redacciones a los
veteranos y a los insumisos. Primaba la obediencia debida.” (p. 192)
Menciono temas, pero no he dicho nada sobre los
personajes, ni siquiera sus nombres. Hay una interesante entrevista de ClaraMorales con el autor, en infolibre.es, en la que este comenta en quién se ha
basado para construirlos y a la que remito al lector interesado.
Es una novela que se lee con enorme interés y en
algunos momentos con emoción. En la que pasan muchas cosas que, además, están muy bien contadas; en este sentido el
penúltimo capítulo, que se desarrolla en Mogadiscio en 2012, me parece
magnífico por la gran capacidad de Lobo para narrar unos momentos tan intensos
tanto por la acción exterior como, sobre todo, por lo que pasa en el interior
de los personajes.
Volviendo al principio, no sé si estamos ante una
novela, e insisto que ni me importa, pero sí que estamos ante un texto
magnífico que merece la pena leer y pasado un tiempo releer. Un verdadero
homenaje a la profesión.
Ramón Lobo, El
día que murió Kapuscinski.
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