Este escritor ruso publicó casi toda su obra en los
ochenta del siglo pasado cuando estaba viviendo en los Estados Unidos donde se
exilió en 1979 tras ser expulsado del
Sindicato de Periodistas.
Ha sido el último de mis descubrimientos a raíz de
una reseña hecha por la traductora y escritora Marta Rebón en El País. Este es
el tercer libro que leo del autor y, aunque reúne sus principales
características, es el que menos me ha gustado.
Dovlátov cuenta en él cosas de la vida en un campo
de trabajo de presos comunes vistas desde la posición del guardián, profesión
que parece ser que ejerció durante un tiempo. Lo hace, además, como si formasen
parte de un libro y eso le permite alternar los distintos relatos que conforman
esa visión con otros en los que reproduce cartas que escribe a su editor
norteamericano. De este libro dice Care Santos en su interesante Prólogo:
“Estas cartas, ficticias o no, contienen
toda su poética, una verdadera declaración de intenciones literarias.” (p. 12)
En el mismo Prólogo comenta un elemento clave en
todos sus libros:
“La distancia
explica su sentido del humor sempiterno, la ironía constante que destilan sus
textos. Dovlátov interpone la risa entre sí mismo y el mundo, burlándose de lo
más fundamental, que seguramente es lo que más le aterra.” (p. 10)
Un ejemplo de esto podría ser el siguiente
fragmento:
“- El comunismo ¿llegará pronto –Preguntó “Fidel”.
- De creer a los periódicos, mañana. ¿Por qué?
- Porque se me han acumulado las necesidades.
- ¿En qué sentido? ¿En sentido líquido? – se
ilusionó Balodis.
- Exactamente –asintió “Fidel”.” (p. 195)
(Aquí juega
con la famosa frase: De cada cual según su capacidad, a cada cual según sus
necesidades que se ha mencionado como la señal de la llegada a la sociedad
comunista. En otro fragmento juega también con la misma frase pero aludiendo a
la capacidad).
Como decía antes, Dovlátov construye la visión a
partir de una serie de relatos que a veces tienen los mismos personajes y a
veces no, de tal manera que se trata de componer escenas que reflejan
diferentes aspectos de la vida en el campo. Aquí reside lo que menos me ha
gustado del libro porque junto a algunos realmente espléndidos como en el que,
ya casi al final del libro, cuenta la preparación de una representación teatral
con Lenin como protagonista, hay otros que me ha resultado difícil seguir y
llegar a captar lo que me estaba contando.
Sin embargo, las cartas que escribe al posible
editor me parecen lo mejor del libro. En ellas hace reflexiones sobre diversos
temas como por ejemplo: el lenguaje en el campo, la situación de las mujeres,
la correspondencia con el exterior e incluso en algunas dejar algo de su
filosofía como las que reproduzco a continuación:
“La
misma gente puede mostrar una capacidad igual para la virtud que para la
vileza. Yo fácilmente podría imaginarme a casi cualquiera de los reincidentes
como héroes de guerra, disidentes, defensores del oprimido. Lo contrario
también es cierto: un héroe de guerra podría disolverse en la masa del campo
con asombrosa facilidad.” (p. 101-102)
“Decidí
rechazar los episodios más salvajes, más sangrientos, más monstruosos de la
vida en el campo. Me pareció que habrían quedado muy sensacionalistas,
especulativos.” (p. 191)
Todo el libro, como en el fondo toda su obra, está
atravesado por la crítica al mundo soviético. Destaco los siguientes ejemplos
porque me parecen muy ilustrativos y muy bien traídas ambas críticas:
“Conseguir
tal posición requería esfuerzos fantásticos. Deliberadamente uno tenía que
venderse, mentir, trepar sobre cadáveres. Había que sobornar, chantajear, extorsionar,
imponerse a cualquier precio.
En
el mundo exterior esta clase de esfuerzo habría abierto el camino a las
sinecuras del Partido, el mando económico y burocrático. Los niveles más altos
del poder en el gobierno se alcanzan por el mismo procedimiento.”
(p. 31)
(La posición era la de cortador de pan a la que aspiraba un
reincidente)
“La
grosería ostensible ¿no es una especie de crimen? Supongo que es cuestión de
gustos, pero personalmente yo preferiría ser asaltado una vez en mi vida que
humillado a cada momento.
Piense
en la cara sombría de los vendedores soviéticos, las expresiones malhumoradas
de los revisores de tren, el tono de perpetua irritación en las voces de
incontables funcionarios.” (p. 161)
(La alusión al asalto
viene del hecho de que haya más inseguridad en Nueva York que en Moscú).
Algo
interesante también a tener en cuenta es que, como dice el mismo Dovlátov en
una de las cartas, no ha querido hacer lo mismo que tan magníficamente hicieron
Shalámov y Solzhenitsyn. En este sentido, el libro es muy inferior a los de
ambos aunque es cierto que ofrece una perspectiva distinta de los mismos
hechos.
En fin, un libro interesante y bien escrito, lleno
de diálogos muy bien construidos que es otra de las características del autor.
No obstante, si alguien quiere conocer al autor creo que es mejor empezar por
alguno de los que ha reeditado en los últimos tres años la editorial Fulgencio
Pimentel.
Nota: Las cartas están en cursiva en esta edición y
he decidido mantenerla en las reproducciones que he hecho.
Serguey Dovlátov, La zona. Traducción Ana Alcorta y Moisés Ramírez.
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