Siempre he
considerado La forja de un rebelde de
Arturo Barea, más allá de sus cualidades literarias, como uno de los libros que
mejor ayudan a entender algunos aspectos de la guerra civil española y,
curiosamente, nos llega ahora la traducción del libro que en 1939 escribió su
mujer y que también sirve para el mismo fin. Ambos tienen la enorme ventaja de
estar escritos por gente que participó directamente en el conflicto y, además,
de haberlo hecho poco después de concluido este.
En este caso, la
autora centra la historia en el micromundo que supone el edificio de la
compañía Telefónica, un edificio en el que había refugiados en los sótanos,
varios pisos con oficinas dedicadas a la censura, otros en los que se atendía a las comunicaciones e, incluso, la
terraza del último piso servía para ver la línea del frente y poder dirigir
alguna acción militar. Barea-Kulcsar -por cierto, es curioso el empleo por
parte de la escritora de un apellido en el que mezcla los de sus dos maridos-,
se centra sobre todo en la figura de la alemana que llega para colaborar en la
censura de los textos de periodistas extranjeros, aunque la novela tiene en
general un tono coral y son muchos los personajes que intervienen, desde
conserjes vigilantes a señoras de la limpieza, desde miembros de la UGT a otros
de la CNT, desde la mujer del protagonista principal a su amante, pasando por
periodistas extranjeros partidarios de ambos sectores en conflicto. Solo hay
un par de momentos en que la acción sale del edificio pero para desarrollarse en un hotel y un restaurante cercanos.
Georg Pichler, autor
de un Epílogo muy interesante, resume muy bien tanto el estilo como el objetivo
del libro en el siguiente fragmento:
“En esta, su primera
y única novela, sorprende la habilidad literaria de la autora: una técnica de
montaje inspirada en el cine, la novela policiaca y la Nueva Objetividad
alemana que permite un constante cambio de perspectivas, un juego combinado de
distintas voces narrativas que muestran lo relatado desde diferentes puntos de
vista en combinación con un estilo parco y contenido, que omite cualquier
detalle superfluo para concentrarse en lo que realmente importaba a la autora:
el mensaje de la lucha común de los “habitantes” de la Telefónica contra el
fascismo…” (p. 337)
Efectivamente, el
tema central es que todos deben colaborar al esfuerzo de guerra del gobierno
republicano. Esto queda muy bien expresado en el siguiente fragmento de
Agustín, el responsable de que todas
las tareas que tiene encomendadas el edifico funcionen:
“-Así no podemos
seguir trabajando, camaradas. No podemos trabajar unos contra otros, no importa
cuáles sean los motivos, políticos o sociales. Madrid es el frente. El mando
militar tiene que tener el mando y el ejército tiene que ser un ejército, y
nosotros, los de la Telefónica, una parte al servicio militar.” (p. 235)
También es
interesante la insistencia de Anita, la censora alemana coprotagonista y de
alguna manera reflejo de la autora, sobre cómo debería de ser la censura:
“-Vosotros, los españoles, sois los débiles. Os queréis
convencer de que basta con no decir al mundo cómo están las cosas para que no
se entere. Es la política del avestruz y solo lo empeora todo. Todavía más. Eso
es algo que causa mala impresión en el extranjero.” (p. 159)
En más de una ocasión
expresa la misma idea de que se deben decir también verdades sobre problemas
existentes y sobre fallos producidos para no dar pábulo a que otros, los
corresponsales extranjeros partidarios del bando franquista, den una visión
distorsionada. Este tipo de reflexiones recuerda mucho esa idea de que la gran
derrotada en una guerra es la verdad.
Además de este
planteamiento más político, la novela también se centra en los avatares de una
serie de personajes con sus pequeñas, o grandes, miserias, con sus
enfrentamientos por la ideología o por algo más básico como los celos. Hay un par de personajes bastante negativos como Pepita, la esposa del protagonista, o un militante
anarquista cuyo objetivo es detener a Anita, pero la mayoría reciben un
tratamiento favorable por parte de la autora.
A mí particularmente
me ha costado aceptar que en una novela que se desarrolla a lo largo de cuatro
días de diciembre de 1936, en un Madrid asediado por las tropas rebeldes y que
recibe bombardeos cada día, alguien como Agustín, máximo responsable de un
edificio de esa importancia, dedique el tiempo a discutir con su mujer,
relacionarse con su amante y, en el colmo de la actividad, cambiarla por la
censora alemana. Me parece que todo esto está un poco cogido por los pelos y
que cabría en una historia que tuviese una mayor duración, pero no tanto en
esta.
En cualquier caso, el
libro se lee con interés y refleja muy bien algunos aspectos del conflicto y de
las reacciones humanas ante él. También es interesante lo que comentaba antes
Pichler sobre la técnica narrativa que resulta bastante atractiva.
Hay una buena y
completa reseña de Erich Hackl en
elpais.com.
Ilsa Barea-Kulcsar, Telefónica. Traducción Pilar Mantilla.
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