Desde luego la
literatura en castellano tiene en Sudamérica en general y en México en particular un buen lugar de
desarrollo. En la lista de los premios de novela que otorga la editorial
Alfaguara es altísimo el porcentaje de escritores de ese continente y, entre
ellos, varios mexicanos como el autor del libro que comento.
Dice el Jurado del
premio de este año en su explicación del fallo:
“Salvar el fuego es
una novela polifónica que narra con intensidad y con excepcional dinamismo una
historia de violencia en el México contemporáneo donde el amor y la redención
aún son posibles. El autor se sirve tanto de una extraordinaria fuerza visual
como de la creación y reinvención del lenguaje coloquial para lograr una obra
de inquietante verosimilitud”
Estamos ante una
historia de amor que, aunque parece difícil de aceptar en un primer momento,
poco a poco termina resultando verosímil. Historia de amor entre dos personas,
Marina y José Cuauhtémoc, de muy diferente extracción social y momento vital.
Ella felizmente casada y con tres hijos, tiene también una buena carrera como
bailarina y coreógrafa; él está en la cárcel cumpliendo una condena de
cincuenta años por homicidio y antes había cumplido otra de quince por el mismo
motivo. Bien diferentes pues y sin embargo…
La novela está
narrada a partir de tres perspectivas distintas. Por un lado, Marina va
narrando en primera persona su peripecia vital antes y durante la relación. La
historia de José se narra en tercera persona. Además, el hermano mayor de él,
Francisco, va contándole al padre muerto, un intelectual indígena defensor de
la causa del pueblo originario, cuál ha sido su penoso comportamiento con los
hijos y la mujer. Para completar el cuadro, de vez en cuando aparecen textos de
reclusos que, suponemos, se corresponden con sus trabajos en un taller de
escritura que se hace en la cárcel.
En cada una de esas
perspectivas el lenguaje es diferente y en particular llama la atención el que
emplea el autor cuando cuenta la historia de José que, aunque no siempre se
entienda todo, resulta tremendamente rico en sus expresiones y muy explicativo
de la situación social de sus hablantes.
Decía antes que
estamos ante una gran historia de amor, pero de una historia que se desarrolla
en un país muy convulso y del que Arriaga critica bastantes cosas. Así, una
policía a la que se compra fácilmente; exmilitares trabajando con los narcos;
un ambiente carcelario de gran dureza en el que también hay lugar para la
corrupción; una sociedad muy desigual que se manifiesta hasta en el diferente
trato que se recibe en la cárcel según la posición social; una burocracia lenta
salvo que se la “engrase” debidamente y, finalmente, un líder del sindicato de
maestros que vive en una gran mansión como ejemplo de hasta dónde llega la
corrupción.
Un ejemplo de algo de
esto es el siguiente fragmento que corresponde a un momento de la narración
hecha por Marina:
“La esquizofrenia
nacional. México fue equivocadamente adjetivado como un país surrealista. Nada
más lejos de ello. Es un país hiperrealista, donde hasta los mínimos detalles
se magnifican. Un país con propensión a los extremos. Y mientras la mayoría de
la población lidia con una lucha cotidiana por subsistir, mis hijos y sus
compañeritos asistían a clase de música, de inglés, de francés y practicaban
deportes elitistas. Mis niños crecían tan en la pendeja como había crecido yo,
encapsulados para no contaminarnos de ese país paralelo teñido de miseria,
impunidad, corrupción y abusos.” (p 483)
También es muy
interesante el tema del indigenismo tal y como lo plantea Arriaga a partir del
personaje de Ceferino, el padre de José. Se trata de un personaje muy negativo
por lo que hace al trato que da a su familia, pero que al mismo tiempo es
alguien muy formado y que pretende que sus hijos lo estén para defender sus
orígenes.
Es muy significativo
el siguiente fragmento que narra
Francisco de una conversación con una indígena: (A mí me ha traído a la mente
algunas cosas que se plantean hoy en nuestro país)
“En náhuatl le revelé
que mi padre también provenía de la sierra. Ella soltó una risilla: “Usté me va
a perdonar, pero apenas entiendo lo que dice. A nosotros ya no nos gusta hablar
la lengua mexicana” ¿Cuánto se perdió en el camino para que esa mujer se haya
alienado de su idioma y por tanto, de su identidad? Tú la hubieras reprendido:
La lengua es el último baluarte de la resistencia” (p. 368)
Dice Arriaga en una interesante
entrevista con Enrique Clemente en lavozdegalicia.es: “Me gustan los escritores
que hieren y sanan, que escriben con las entrañas”.
Desde luego él
escribe con las entrañas y hace que el lector quede atrapado en el libro de tal
manera que, aunque yo suelo compartir la lectura de dos o tres libros y en este
caso uno de ellos me interesa muchísimo, me he centrado solo en la novela
porque necesitaba saber qué iba a pasar con sus protagonistas.
Se ha dicho que al
leer la novela se adivina una película. Es posible dado que, además, su autor
en un afamado director de cine. Sin embargo yo creo que no será fácil llevar a
la pantalla algunos aspectos del libro que son fundamentales.
Una novela que, como
ya he dicho, atrapa siempre que te dejes llevar por una historia que al
principio sobre todo no resulta fácil aceptar. Un libro que está entre lo mejor
que he leído este año.
Guillermo Arriaga, Salvar el fuego.
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