Apenas conozco a esta
escritora estadounidense que para algunos es merecedora de ostentar el título
de Gran Novelista Americano (Al menos The Herald tal y como reproduce la
editorial en la solapa del libro). Bueno, esto de “la gran novela
norteamericana o el/la gran novelista” me parecen más bien entretenimientos de
críticos de ese país para llenar páginas en las secciones de cultura de sus
medios.
Como este es el segundo
libro que leo de la autora, no puedo compararla con otros de los que conozco
mejor su obra, tampoco sé si sería capaz de hacerlo ni, sobre todo, si tendría
algún sentido. En todo caso, tengo la impresión de que es una buena novelista
tanto en el fondo como en la forma.
Domingo Ródenas comienza así su reseña en elperiodico.com:
“A sus ochenta y dos años, Joyce Carol Oates no ha ablandado su protesta contra el racismo impune y estructural de la sociedad norteamericana, contra el machismo rampante, contra el abuso rutinario del más fuerte, el más rico o el más poderoso en nuestras sociedades autoengañadas”.
Con esto deja muy claro de forma muy sintética los aspectos más
relevantes que trata Oates en una novela de más de 400 páginas en el tamaño
grande de la editorial Alfaguara.
El punto de partida, al que dedica la primera parte de las tres en que
está dividido el texto, es la delación que hace una niña de 12 años de sus dos
hermanos mayores por haber matado a golpes con un bate de béisbol a un joven
negro sin ningún motivo. A partir de ahí, repudiada por su familia, será
ingresada en un refugio para jóvenes del que huirá.
En la segunda parte, Violet, que así se llama la protagonista, será
recogida por una hermana de su madre y seguirá estudiando la secundaria en la
que tendrá un profesor de matemáticas, Sandman, que abusará de ella. También
sufrirá acoso por parte del tío. Por otra parte, tendrá un primer contacto con
su familia en 1997 a raíz de la muerte de su abuelo, contacto bastante
frustrante.
En la tercera parte se ha trasladado de ciudad, estudia en la
universidad y se dedica a la limpieza de pisos en uno de los cuales también
será acosada por el propietario. Muere su hermano mayor en la cárcel y sale el
otro al finalizar su condena con el que se verá para recibir todo su desprecio
por lo que sucedió.
Es decir, una historia bastante triste, en una especie de destierro,
alejada de su familia con la que apenas mantiene algo de contacto a través de
una de sus hermanas.
Toda la historia está contada en primera persona, salvo algún momento en
que utiliza la segunda o la tercera, y desde aproximadamente los treinta años
de la protagonista. Y, como se dice en el fragmento de The New York Times Review reproducido en
la solapa, “La escritura de Oates
siempre ha parecido sencilla: urgente, temeraria, torrencial. Escribe como una
mujer que se adentra en una región salvaje sin mirar atrás".
Me gusta especialmente lo de sencilla y torrencial, porque, efectivamente, no paran en ningún momento de suceder cosas o, mejor dicho, de sucederle cosas a la protagonista, y casi ninguna positiva.
Al principio se hacía alusión al reflejo del racismo. Valga el siguiente fragmento como ejemplo (por cierto, no por casualidad, lo dice el profesor de matemáticas que abusó de Violet):
“Se reproducen como conejos, ¡como ratas! La esclavitud es la excusa que dan sus apologetas: su sombra ha caído sobre todos los negros, y los hace tan indefensos como si fueran enfermos crónicos. Carecen de sentido moral. Son avaros y lujuriosos. El promedio de su cociente intelectual es muy inferior al de blancos y asiáticos. ¿Cuántos grandes matemáticos han sido negros? La respuesta es… ninguno”. (p. 191)
En definitiva, una novela que se lee con gran facilidad, que atrapa
bastante sobre todo en algunos momentos, que tiene una buena escritura, que
toca temas relevantes y a la que también, creo, que le sobran algunas páginas,
algo, por otra parte, demasiado habitual en las novelas escritas en ese país.
Tengo la impresión de que lo mismo que las películas que se filman en Estados Unidos tienen la tendencia a durar más de dos horas, los escritores deben de
pensar que una novela no dice lo suficiente si tiene “solo” 200 o 300 páginas.
Joyce Carol Oates, Delatora. Traducción José Luis López
Muñoz.
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