La autora es la última ganadora del Premio Alfaguara de Novela, un
premio que cuenta entre sus ganadores con escritores como: Andrés Neuman, Juan
Gabriel Vásquez o Patricio Pron, por poner solo algunos ejemplos de gente ya
consagrada y que está entre la que hace la mejor literatura en castellano. Desde
luego todos los libros que he leído que han obtenido este galardón me han
parecido muy buenos.
Obviamente por lo dicho tengo ya el de Quintana, sin embargo he
preferido empezar a conocer a esta escritora colombiana por un libro anterior
como es este publicado en 2017.
Se trata de una novela corta, apenas 108 páginas, pero en la que se
alcanza una gran intensidad gracias a su protagonista, Damaris, una negra de
cuarenta años que no ha podido llegar a ser madre, y a la presencia constante
de una naturaleza siempre complicada y peligrosa.
Damaris se pasa el día trabajando como limpiadora con un escaso
rendimiento económico (tiene que comprar a crédito en la tienda del pueblo) y
solo tiene a la perra como consuelo pues con su marido, Rogelio, dedicado a la
pesca de la que tampoco obtiene gran cosa, no tiene demasiada relación ni
siquiera física. Viven en un pueblo pequeño de la costa del Pacífico en un
ambiente de pobreza general tanto individual como colectiva. Los únicos ricos
no viven allí desde la muerte de su hijo en un accidente en el mar.
Dice Liz Moreno Chuquen en su reseña en latinamericanliteraturetoday.org:
“Quintana recrea un universo narrativo agreste en el cual la fuerza y el ímpetu de la selva, la lluvia, el mar y la humedad enmarcan la cotidianidad de los personajes de esta novela corta”.
Esto es lo que yo quería resaltar antes al hablar de la naturaleza como otro protagonista tal y como se puede comprobar en el siguiente fragmento:
"Había demasiados acantilados como ese, con peñas cubiertas de lama y olas como la que se había llevado a Nicolasito, árboles inmensos que las tormentas tumbaban de raíz y los rayos partían por la mitad, derrumbes de tierra, culebras venenosas y culebras que se tragaban venados, chimbilacos que desangraban a los animales, plantas con espinas que podían atravesar un pie y quebradas que crecían durante los aguaceros y arrasaban con todo lo que encontraban a su paso…”. (p.57)
Si llueve, se inunda todo y el agua penetra en las precarias
construcciones en las que viven; si hace calor aparece una gran variedad de
insectos para hacer la vida imposible. Si se penetra en la selva los peligros
acechan por todas partes ya sea por plantas o animales, y si es en el mar, los
temporales por un lado y la escasez de peces por otro, tampoco resulta mucho
mejor.
Todo esto está muy bien reflejado en la novela con un lenguaje preciso y
una narración muy centrada en lo que se quiere contar sin separarse de ello en
ningún momento.
Una buena lectura que, eso sí, deja un cierto regusto amargo.
Pilar Quintana, La perra.
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