Efectivamente, digo que ha sido un gran descubrimiento el de
este magnífico periodista salvadoreño, sin embargo, aunque no lo recordaba, ya
había leído algo de él. En el conjunto de artículos que publicó Leila Guerriero
como editora bajo el título de Los malos,
hay uno, Miguel Ángel Tobar. El Niño y la
Bestia, que estaba escrito precisamente por Óscar Martínez. De él anoté en
el libro: “Magnífica narración. Lenguaje difícil a veces. Violencia. Te llega a
dar pena un terrible asesino”. Es curioso pero estas frases las puedo repetir
en el comentario al libro de hoy.
Y no es el único conocimiento del autor. En estos momentos
estoy leyendo Ñamérica, el último, y
otra vez espléndido, libro de Martín Caparrós. Ayer mismo eché un vistazo a los
agradecimientos y cuál fue mi sorpresa
al encontrarme en el primer párrafo con el nombre de Óscar Martínez.
En definitiva, he leído un libro de alguien del que tienen
alta consideración dos de los periodistas mejores que hay hoy en lengua
castellana.
Entrando ya en el libro, lo primero que tengo que decir es
que lo compré por el título. He escrito ya muchas veces en el blog lo mucho que
me interesa el periodismo y todo lo que se escriba sobre él y, claro, este lo
lleva ya en el título y con toda la razón porque de periodismo se habla en él
todo el tiempo y, obviamente, de muertos, pero no de cualquier tipo de muertos,
sino de aquellos producidos por la violencia policial a partir de
“enfrentamientos” (eufemismo que utilizan para hablar de los asesinatos).
Martínez creó en el periódico El Faro junto con otros periodistas, alguno hermano suyo, la Sala
Negra, esto es, un equipo que se encargaba de las investigaciones de los
movimientos migratorios de los salvadoreños y otros centroamericanos hacia el
norte y de las muertes que se producían principalmente de miembros de las
diferentes pandillas del país.
En este libro lo que hace el autor es analizar la profesión
periodística a partir de su propia práctica. Para ello cuenta en detalle varios
casos en los que intervino y, al mismo tiempo, va incorporando reflexiones
sobre la profesión en general y sobre su propio trabajo en particular.
Los casos son realmente terribles y Martínez los expone con
toda su crudeza y sin ahorrar a veces detalles de la enorme violencia ejercida.
Siendo esto muy importante, a mí lo que más me ha interesado es todo el
conjunto de reflexiones sobre el trabajo periodístico, incluyendo la tremenda
sinceridad con la que hace autocrítica de alguna de sus actuaciones, una
autocrítica como no había visto hacer nunca. Tan es así que la magnífica reseña
y entrevista que Patricia Simón publica en lamarea.com se titula: “Óscar
Martínez, el periodista de la brutal honestidad”.
A quien esté interesado en el contenido de la parte más
narrativa del libro, le remito a la reseña mencionada. Por mi parte, prefiero
centrarme en reproducir alguna de las frases del texto que hacen referencia a la
profesión periodística:
“Entrevistar a un asesino no es proponerle: “Hable, diga su versión.” sino, como a todos, decirle: “hable, yo lo cuestionaré.” A todos: a las víctimas también, aunque esto guste poco y se aleje de las condescendencias buenistas” (p.43)
“A mí -y recalco ese “A mí”- no me importa mucho si un
periodista lo hizo porque es un buscador de la justicia o porque quiere ser
famoso. A mí me importa mucho si lo hizo bien.
(…)
Si alguien se quiere colgar una capa y excitarse viéndose en el espejo me parece un pendejo, no necesariamente un mal periodista.” (p. 45-46)
“Las señoras pueblerinas y los campesinos iletrados son fuente todos los días en noticieros, periódicos, radios. Los que casi nunca son fuente son los otros, los poderosos. Rara vez los cuestionamos, rara vez se dejan cuestionar, rara vez las cámaras entran a sus residencias con un propósito distinto a elogiar sus jardines y sus muebles. De alguna manera, el periodismo cuenta la historia desde las fuentes oficiales y los pobres.” (p.31)
“Nuestro trabajo no es estar en el lugar indicado a la hora indicada. Ese es el trabajo de los repartidores de pizza o de los trenes. Nuestro trabajo no es decir cosas. Nuestro trabajo son otros verbos: entender, dudar, contar, explicar, desvelar, revelar, afirmar, cuestionar. Ninguno de esos verbos se alcanza solo con lo que sale de la boca de un policía tras un “enfrentamiento”” (p. 26)
“Mentir no es parte del periodismo. Interpretar, sí: opinar, también, pero en todos los idiomas existen las palabras necesarias para decirle al lector que uno, en cuanto aquello, interpreta esto; y que, en cuento a lo otro, opina esto”. (p. 184)
“Es curioso, pero casi todo lo que este gremio reclama a los malos políticos lo imitan los malos periodistas. Estos verbos: inflar, distorsionar, descontextualizar, simplificar, inventar, minimizar, malograr. Mentir. Todos cunden en el oficio.” (p.40-41)
Esto es una breve muestra de las muchas e importantes
afirmaciones que hace al autor y que, de alguna manera, le llevan a cuestionar
determinadas actuaciones de sus colegas e incluso de él mismo. No las comento
porque no creo que sea necesario.
Hay que advertir que al principio cuesta algo seguir el
texto por la forma en la que lo estructura Martínez de la que, por otra parte, es
plenamente consciente. No importa porque, poco a poco, se entra en él y se van
descubriendo las diferentes historias que refiere.
Si digo que es un libro recomendable, creo que me quedo muy
corto. Desde luego para quienes estén interesados en el periodismo es un texto
imprescindible de un escritor al que me comprometo a seguir con mucha atención.
De hecho ya he encargado alguna de sus anteriores publicaciones.
Para terminar otro fragmento que indica de qué tipo de persona se trata:
“Es curioso cómo la gente suele encontrar a Dios en la
calamidad. Dios acostumbra a revelarse en las cárceles, guerras, bancarrotas y
pandemias. Casi nunca se lo encuentra nadie en los campos de golf o en las
casas de playa y los cócteles.” (p.219)
Óscar Martínez, Los
muertos y el periodista.
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