Este es el tipo de libro que últimamente no suelo comentar en el blog porque me cuesta mucho comentar una obra de ficción tan breve, pero sí he querido hacerlo esta vez porque hay dos cosas de las que quería dejar constancia: por un lado, la magnífica reseña de Manuel Hidalgo en elcultural.com, una de esas reseñas que enseña mucho sobre el trasfondo del libro y sobre su construcción formal y, por otro lado, porque hacía tiempo que no leía fragmentos tan claros sobre uno de los temas que me parecen mejor tratados en el libro: la alienación del trabajo. Los reproduzco a continuación:
“Levantarse a las cinco de la mañana, caminar, correr por la calle para coger el autobús, cuarenta minutos de trayecto, la llegada al cuarto pueblo, entre los muros de la fábrica. Correr a ponerse la bata gris, fichar amontonándose ante el reloj, correr hacia la máquina, ponerla en marcha, hacer el agujero lo más deprisa posible, perforar, perforar, siempre el mismo agujero en la misma pieza, diez mil veces al día si es posible, de esa velocidad depende nuestros salario, nuestra vida”. (p. 16-17)
“La fábrica produce piezas sueltas, mecanismos para otras fábricas. Ninguno de nosotros podría montar un reloj entero.
Yo me encargo de hacer un agujero con mi máquina en una pieza determinada, el mismo agujero en la misma pieza desde hace diez años. Nuestro trabajo se reduce a eso. Meter una pieza en la máquina, presionar el pedal.
Con ese trabajo ganamos el dinero justo para comer, para vivir en algún sitio y, sobre todo, para volver a trabajar al día siguiente”. (p. 40)
Como se ve, insiste de forma
contundente en la misma idea, aunque ese “sobre todo” me parece realmente definitivo.
Una novela en la que hay
mucho desarraigo (el de la emigración), soledad y también amor. Un texto en el
que destaca la buena creación de atmósferas, algo por otra parte habitual en la
autora y también de un protagonista, el que trabaja en la fábrica, que muy al
principio y hablando en primera persona afirma: “Incluso puedo decir que tuve
una infancia feliz, porque no sabía que existieran otras infancias”. (p. 25)
Lo que viene a continuación
tiene bastante que ver con esta apreciación.
No sé si es una obra maestra
como la cataloga Manuel Hidalgo, pero sí que es una magnífica novela y una gran
demostración de lo mucho que se puede contar en pocas páginas.
Agota Kristof, Ayer. Traducción Ana Herrera.
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