Este es el cuarto libro que leo del autor y con él termino
con los publicados en España por este valiente, comprometido y magnífico
periodista y escritor salvadoreño. En menos de medio año me he empapado de un
conjunto de lacerantes realidades de esa zona del mundo de la que apenas llegan
informaciones más allá de alguna elección presidencial o alguna matanza más
“espectacular” de lo habitual.
En este libro se recogen catorce crónicas escritas y
publicadas entre 2011 y 2015 que el autor ha dividido en tres partes: Soledad,
La locura y La huida, aunque yo creo que casi en cada historia que cuenta hay
algo tanto de soledad como de locura y, desde luego, de huida.
Jueces, policías y políticos corruptos se pasean por sus
páginas, junto a matones, corruptores, traficantes de cualquier cosa o persona,
pandilleros, coyotes, etc.
Tres son los temas que más aparecen en las crónicas: las
pandillas, el tráfico de migrantes y la trata de blancas. Los lugares en los
que se desarrollan son: México como paso hacia el vecino del norte, Honduras,
Guatemala y El Salvador como lugares de procedencia de los protagonistas.
Unos protagonistas que no suelen tener buenos finales desde
el Niño de Hollywood (al que dedicó todo un libro) a la mayoría de los
migrantes que terminan secuestrados hasta que sus familiares pagan el resto de
la deuda (hablamos de cifras de miles de dólares), siempre que su coyote haya
pagado antes a los Zeta mexicanos. O también esos testigos protegidos a los que
apenas si se les da la comida y poco más o casos como el de “Grecia” que
denuncia ante la fiscalía las violaciones padecidas para que al final el juez
deje libre a los violadores.
Situaciones que se resumen muy bien en el siguiente fragmento:
“Los sicarios asesinan. Los traficantes corrompen, matan o
amenazan A, B o C. Las bandas de robacarros son un rayo, actúan en un
santiamén. Los tratantes son como el agua que horada la piedra: inclementes,
persistentes. Ellos necesitan a su víctima viva y asustada. Viva y
aterrorizada. Viva y sumisa. Las golpizas de la finca de Barberena no eran un
correctivo para las atizadas. Ellas eran, para los tratantes, muestras
vivientes. Las golpizas eran un correctivo para las demás mujeres: Vean lo que
les puede ocurrir”. (p. 216)
Ninguna de las historias de estas crónicas deja indiferente.
Unas golpean el hígado, otras el riñón,
otras la mandíbula y todas dejan con el corazón en un puño. Es difícil entender
desde las tranquilas aguas de este occidente, por otro lado bastante adormecido
y despreocupado de otra cosa que no sea mirarse el ombligo, tanta violencia y,
en el fondo, tanta maldad, porque maldad hay; no todas las violencias son
iguales, todas son horribles, pero algunas además hacen gala de sadismo.
Claro que tampoco en la zona afecta a todo el mundo por
igual, pues como dice Martínez en referencia a un tema muy concreto: “Para la
clase obrera de este país las pandillas nunca son algo lejano. En todo caso,
pueden ser un problema menos cercano”. (p. 227)
Un aspecto interesante de las crónicas de este escritor es
que siempre se basan en conversaciones con personas implicadas tanto víctimas
como verdugos y en una presencia constante en la zona en la que suceden los
hechos. Por esto hablaba antes de la valentía y el compromiso del autor.
El libro se abre con una Nota preliminar, dirigida a un
hipotético lector estadounidense, que es un ejemplo de todo lo que se puede
transmitir en apenas tres páginas. Es Óscar Martínez en estado puro.
No solo recomiendo este libro, creo que cualquiera de los
cuatro publicados hasta ahora merece mucho la pena. Son duros, reflejan
realidades incómodas de leer, pero también están magníficamente escritos y son
un buen reflejo de lo que sucede en esa parte del mundo.
Esperando ya una próxima publicación.
Óscar Martínez, Una
historia de violencia. Vivir y morir en Centroamérica.
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