Cuando
al comentar hace poco más de un mes Permafrost,
la anterior novela de la autora, decía que la leía sobre todo porque era el
inicio de un tríptico del que me interesaba sobre todo la segunda, Boulder, no sabía hasta qué punto me iba
a gustar esta. Desde luego había leído y escuchado muchos elogios y eso siempre
es peligroso, pero en este caso estaban más que justificados.
Dice Javier Rodríguez Marcos en un extracto de su reseña en Babelia que la editorial reproduce en la solapa:
“Maneja los sentimientos como material radioactivo, es decir, como algo que nos mata y nos ilumina”.
Porque
eso es esta novela, un estudio, o si se prefiere una descripción, de
sentimientos muchas veces encontrados en los que el lector se puede ver reflejado porque seguro que se ha
visto en más de una de las situaciones de la protagonista que es a su vez la
narradora.
El
libro tiene apenas 116 páginas, pero gracias a unas elipsis muy bien
construidas, asistimos a diferentes momentos en la vida de Boulder. Primero
como cocinera en un barco en el sur de Chile. Allí se enamora de Samsa, una
geóloga islandesa con la que inicia una historia amorosa que la llevará a vivir
en Reikiavik donde trabajará en un restaurante chino, en una taberna y
finalmente montará un food truck, pero
lo más importante, una relación en la que Samsa se convertirá en madre y, a
partir de ahí, todo cambiará porque la narradora no tiene una visión muy
optimista ni positiva de la maternidad como se puede comprobar en los
siguientes fragmentos:
“A
mí los niños no me van. Por encima de todo me desazonan, los veo como variables
imprevisibles que cuando topan con mis escollos se embarrancan en ellos con
toda la fuerza de su locura innata. Son angulosos, descontrolados,
intermitentes”. (p. 30-31)
“Por
ejemplo, el amor que siente por Tinna (la
hija de ambas) es desatado y vinculante, lo vive como si fuese un amor ya
escrito, lo cumple como si fuera legendario. A mí me parece un parásito que la ha mediatizado y la
cabalga para exhibirse. (p. 89)
Además
del interés y de lo bien plasmadas que están las dudas y las inseguridades de
la protagonista, algo que llama mucho la atención es la escritura de Baltasar.
Frases cortas, pero tremendamente expresivas y por momentos muy poéticas (no en
balde la autora ha recibido varios premios por sus poemarios). Una escritura
que te pega a la historia que te está contando, que te mantiene expectante, que
en definitiva te atrapa y, eso sí, que te invita a una lectura pausada para
disfrutar de cada fragmento.
Desde
luego ha resultado que tenían mucha razón los que alababan tanto esta pequeña
gran novela que, no tengo ninguna duda, será de lo mejor que leeré este año.
Por
cierto, el original está en catalán en el que se apreciará seguramente mejor la
poética de la autora.
Hay
una espléndida y muy completa reseña de Marc Peig en unlibroaldia.blogspot.com.
Nota:
Es curioso que en la anterior novela que he comentado en el blog el
desencadenante del conflicto sea también la maternidad. Eso sí, se trata de un
conflicto diferente.
Eva
Baltasar, Boulder. Traducción Nicole
d’Amonville Alegría
No hay comentarios:
Publicar un comentario