Creo que es de las
primeras novelas de este género que leo. Mientras que el cine de gánsteres
siempre me ha gustado, no he tenido nunca interés por ese género en la
literatura. Es algo que, ahora que lo escribo, me resulta un tanto extraño.
Pasé muchas horas, por ejemplo, viendo la serie Los Soprano, de hecho
veía varios capítulos seguidos; qué decir de las distintas partes de El
Padrino y, remontándome ya a la prehistoria, aún recuerdo nombres y alguna
escena de Los intocables de Elliot Ness o, volviendo a tiempos
más cercanos, todo lo de Scorsese. En definitiva, muchísimo cine y apenas nada
en los libros a pesar de que dedico más tiempo a la lectura que al cine.
Por todo lo dicho, no
tengo forma de comparar esta novela con otras del género. Lo que sí puedo
afirmar es que en general me ha gustado y me ha parecido que está muy bien
escrita.
No tiene mucho
sentido hablar de la historia en una novela así. Hay tres personajes
protagonistas: Joe Zucco, un jefe de la mafia local de New Jersey, y Harry
Strega y Charley Flowers, dos matones que trabajan para él. A lo largo de las
443 páginas de la novela hay multitud de episodios violentos en los que se ven
implicados los citados y otros matones que trabajan para Zucco. Quizá se podría
destacar que se trata de una violencia muy extrema en algunos casos, por citar
solo uno, eso sí, el más duro, uno de los sicarios va cortando trozos de carne
estando aún vivo el hombre al que Zucco ha pedido que maten con mucho
sufrimiento.
Se ha comparado esta
novela con la serie Los Soprano que antes mencionaba. Es cierto que
tiene muchos puntos en común, pero quizá la diferencia mayor estriba
precisamente en este tipo de violencia.
Al mismo tiempo hay
un capítulo en el que Flowers tiene una larga conversación con otro compañero
del trabajo sobre los italianos y sobre las mujeres que en el contexto de la
novela resulta muy curiosa.
Stevens es magnífico
describiendo personajes a veces hasta el más mínimo detalle. Lo mismo cuando
describe los lugares en los que se desarrolla la acción; edificios medio
destruidos o semiconstruidos, escombros y basura por todas partes, hierros
oxidados y paredes sin pintar, en definitiva, unos lugares donde no apetece
mucho vivir.
Seguramente me
animaré con algún otro libro del autor si Sajalín se anima a publicar más
títulos. Me ha resultado una experiencia interesante, aunque, eso sí, no para
tenerla menudo.
Shane Stevens, Ciudad
muerta. Traducción Óscar Palmer.
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