Hay muchas formas de descubrir libros,
desde una referencia leída o escuchada en algún medio de comunicación a los
vistazos dados en una librería, pero desde luego una de las mejores es siempre
la recomendación de algún amigo. Este es el caso del libro que comento,- gracias
Pau. El año pasado vi varias veces un libro titulado La España vacía, pero sin fijarme nunca en su autor a pesar de que
el título me llamaba la atención. Ahora he visto que se trata del mismo Sergio
del Molino que firma esta novela y del que Andrés Neuman ha escrito, como
figura en la solapa: “Sergio de Molino es un escritor excelente, me parece que
es uno de los escritores más brillantes de mi generación y que realiza unas
indagaciones de una honestidad brutal, con una mezcla de crudeza y de ternura
que me interesa mucho.”
No puedo sino darle la razón después
de leer esta magnífica novela que está en la línea de la mejor faction, con lo que a mí me gusta esta
forma de novelar la realidad. La historia se desarrolla fundamentalmente en dos
planos que corresponden a dos momentos de la vida del autor: en 1996, cuando
estudiaba el bachillerato y fue alumno de Antonio Aramayona; y 2016, el año del
suicido de Antonio. Del Molino va narrando así episodios de su vida como joven
y mostrando cómo era un barrio en la Zaragoza de los noventa y, al mismo
tiempo, su realidad como adulto que se enfrenta al suicidio del profesor que
tanto le influyó, después de haber tenido que enfrentarse nada menos que a la
muerte de su primer hijo.
Dedica al profesor líneas como las
siguientes:
“Me callé porque no quería darle la
razón, pero al mismo tiempo me di cuenta de que siempre nos trataba como a
adultos libres. Jamás había condescendencia ni altivez en su forma de dirigirse
a nosotros. Justo lo que más me molestaba de mis padres y el motivo de mi furia
y mis portazos y mis planes frustrados de coger el primer tren a Madrid. Si le
respetábamos, le escuchábamos y le buscábamos para la confidencia y el dolor
era porque en sus historias no había moraleja ni admonición. O eso creíamos.”
(p. 172-173)
“Es lo que siempre admiré de Antonio,
que hiciese lo que le daba la gana. Por eso me gustaba más de cerca que de
lejos. Por eso le prefería en el aula antes que en la calle, en el café antes
que en la tribuna, en la conversación antes que en los libros. Me gustaba donde
podía dar ejemplo y no donde quería darnos ejemplo. Donde se dan los abrazos y
no caben los aplausos.” (p. 202)
Sin embargo, tampoco le gusta
demasiado esa especie de devoción que algunos le tenían al final, y así dice:
“No creo que mi visión sea crítica en
absoluto. Al contrario, no soy capaz de juzgar con distancia y rigor porque le
quiero y le admiro muy de veras. Lo que no siento es, quizá, devoción. Pero de
eso no tiene la culpa Antonio. Yo amo, con pasión y sin condiciones, pero no sé
ser devoto. Amo las contradicciones y los arrepentimientos. Mi amor es hacia
las personas, no hacia sus ideales ni está inspirado por la forma en que son
coherentes o se desdicen.” (p. 113)
Un personaje al que retrata
perfectamente:
“En junio de 213, Antonio Aramayona,
profesor de filosofía, con una discapacidad del 65 por ciento, una pierna
varias veces amputada, en silla de ruedas con motor, varios infartos, un ictus,
una angina de pecho permanente, principio de Parkinson y dolores crónicos en el
muñón necrosado, se puso una camiseta verde, se colgó al cuello una pancarta
por una educación pública y laica y aparcó su silla junto a un portal de madera
de la calle Alfonso I de Zaragoza, donde tenía su domicilio Dolores Serrat,
consejera del ramo en el gobierno autonómico.” (p. 104) (Hay que decir que estuvo dos años en esa especie de escrache)
No sé si estos textos que he
reproducido dan una idea suficiente de hacia dónde se dirige el libro. Desde
luego tengo que decir que a mí me ha interesado siempre, y me ha removido y
emocionado en varios momentos. Trata temas que son de los que hoy me preocupan
como la paternidad o la necesidad de tener una muerte digna; y otros que lo hicieron
en el pasado como mi función de profesor y la relación con los alumnos.
Está magníficamente escrito y sobre
todo con una sinceridad que es difícil encontrar hoy en día.
Es un texto algo más que recomendable
y no tardaré mucho en leer otros anteriores del autor. Hay una buena reseña de
Alejandro Díaz-Agero en abc.es y una interesante entrevista de Paula Corroto en
elconfidencial.com.
Sergio del Molino, La mirada de los peces
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