martes, 19 de septiembre de 2017

Un gran descubrimiento


Hay muchas formas de descubrir libros, desde una referencia leída o escuchada en algún medio de comunicación a los vistazos dados en una librería, pero desde luego una de las mejores es siempre la recomendación de algún amigo. Este es el caso del libro que comento,- gracias Pau. El año pasado vi varias veces un libro titulado La España vacía, pero sin fijarme nunca en su autor a pesar de que el título me llamaba la atención. Ahora he visto que se trata del mismo Sergio del Molino que firma esta novela y del que Andrés Neuman ha escrito, como figura en la solapa: “Sergio de Molino es un escritor excelente, me parece que es uno de los escritores más brillantes de mi generación y que realiza unas indagaciones de una honestidad brutal, con una mezcla de crudeza y de ternura que me interesa mucho.”
No puedo sino darle la razón después de leer esta magnífica novela que está en la línea de la mejor faction, con lo que a mí me gusta esta forma de novelar la realidad. La historia se desarrolla fundamentalmente en dos planos que corresponden a dos momentos de la vida del autor: en 1996, cuando estudiaba el bachillerato y fue alumno de Antonio Aramayona; y 2016, el año del suicido de Antonio. Del Molino va narrando así episodios de su vida como joven y mostrando cómo era un barrio en la Zaragoza de los noventa y, al mismo tiempo, su realidad como adulto que se enfrenta al suicidio del profesor que tanto le influyó, después de haber tenido que enfrentarse nada menos que a la muerte de su primer hijo.
Dedica al profesor líneas como las siguientes:

“Me callé porque no quería darle la razón, pero al mismo tiempo me di cuenta de que siempre nos trataba como a adultos libres. Jamás había condescendencia ni altivez en su forma de dirigirse a nosotros. Justo lo que más me molestaba de mis padres y el motivo de mi furia y mis portazos y mis planes frustrados de coger el primer tren a Madrid. Si le respetábamos, le escuchábamos y le buscábamos para la confidencia y el dolor era porque en sus historias no había moraleja ni admonición. O eso creíamos.” (p. 172-173)

“Es lo que siempre admiré de Antonio, que hiciese lo que le daba la gana. Por eso me gustaba más de cerca que de lejos. Por eso le prefería en el aula antes que en la calle, en el café antes que en la tribuna, en la conversación antes que en los libros. Me gustaba donde podía dar ejemplo y no donde quería darnos ejemplo. Donde se dan los  abrazos y no caben los aplausos.” (p. 202)

Sin embargo, tampoco le gusta demasiado esa especie de devoción que algunos le tenían al final, y así dice:

“No creo que mi visión sea crítica en absoluto. Al contrario, no soy capaz de juzgar con distancia y rigor porque le quiero y le admiro muy de veras. Lo que no siento es, quizá, devoción. Pero de eso no tiene la culpa Antonio. Yo amo, con pasión y sin condiciones, pero no sé ser devoto. Amo las contradicciones y los arrepentimientos. Mi amor es hacia las personas, no hacia sus ideales ni está inspirado por la forma en que son coherentes o se desdicen.” (p. 113)

Un personaje al que retrata perfectamente:

“En junio de 213, Antonio Aramayona, profesor de filosofía, con una discapacidad del 65 por ciento, una pierna varias veces amputada, en silla de ruedas con motor, varios infartos, un ictus, una angina de pecho permanente, principio de Parkinson y dolores crónicos en el muñón necrosado, se puso una camiseta verde, se colgó al cuello una pancarta por una educación pública y laica y aparcó su silla junto a un portal de madera de la calle Alfonso I de Zaragoza, donde tenía su domicilio Dolores Serrat, consejera del ramo en el gobierno autonómico.” (p. 104) (Hay que decir que estuvo dos años en esa especie de escrache)

No sé si estos textos que he reproducido dan una idea suficiente de hacia dónde se dirige el libro. Desde luego tengo que decir que a mí me ha interesado siempre, y me ha removido y emocionado en varios momentos. Trata temas que son de los que hoy me preocupan como la paternidad o la necesidad de tener una muerte digna; y otros que lo hicieron en el pasado como mi función de profesor y la relación con los alumnos.
Está magníficamente escrito y sobre todo con una sinceridad que es difícil encontrar hoy en día. 
Es un texto algo más que recomendable y no tardaré mucho en leer otros anteriores del autor. Hay una buena reseña de Alejandro Díaz-Agero en abc.es y una interesante entrevista de Paula Corroto en elconfidencial.com.

Sergio del Molino, La mirada de los peces

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