Cuando hace unos años leí Almas grises de un hasta ese momento desconocido autor francés, me
di cuenta de que estaba ante un escritor diferente, alguien que no solo contaba
y muy bien una historia, sino que también era capaz de lograr una atmósfera
especial. Luego he seguido leyendo los libros que se traducían y disfrutando
hasta el penúltimo que no me gustó demasiado. Ha seguido en la misma línea de
contar historias diferentes aunque no tanto como la que ahora comento.
Estamos ante un libro difícil de clasificar. No es
una distopía, aunque tiene elementos de esta; no es una novela estrictamente
filosófica, aunque contiene interesantes reflexiones filosóficas; y desde luego
no es una novela realista, aunque critica muchas cosas de nuestra realidad. En
algunos comentarios incluidos en la solapa se habla de fábula, relato
metafísico o de idealismo filosófico.
Un investigador, el Investigador, es el principal
protagonista. Su misión consiste en averiguar por qué se han producido en una
empresa una serie de suicidios. A partir de la llegada de este a la ciudad se
empezarán a producir una serie de situaciones kafkianas todas ellas con el
Portero de Noche del hotel, el Policía, el Vigilante, el Puesto de Guardia, el
Jefe de Servicio, etc., es decir, con el resto de los personajes que aparecen y
que, como se ve, ninguno lo hace con nombre propio sino solo con el apelativo
de su función.
La historia le da pie a Claudel a hacer una serie de
críticas a nuestro mundo de las que pueden ser un buen ejemplo los dos
fragmentos siguientes.
“Además, en el mundo actual se habían convertido (se refiere a las empresas) en una
especie de nebulosas a las que se añadían filiales como si fueran satélites,
las deslocalizaban, las relocalizaban, creaban ramificaciones, arborescencias
lejanas y raicillas, y enmarañaban las participaciones, los activos y los
consejos de administración en tramas tan enrevesadas que no había manera de
saber quién era quién y qué hacía cada cual.” (p. 101)
“Hoy los monarcas no tienen ni cabeza ni rostro. Son
mecanismos financieros complejos, algoritmos, proyecciones, especulaciones
sobre riesgos y pérdidas, ecuaciones de quinto grado…Sus tronos no son
materiales: pantallas, redes de fibra óptica, circuitos impresos… Y su sangre
azul es ahora información encriptada que circula por ellos a velocidades
superiores a la de la luz.” (p. 118)
De otro tipo son algunas de las reflexiones más
interesantes como:
“Mucha gente pasa por la vida sin llegar a conocerla,
igual que otros nunca conocen el amor, mientras que sentir indiferencia, cólera
u odio, o actuar movidos por la envidia, los celos o el deseo de venganza son
cosas que les resultan habituales, cotidianas, banales.” (p. 164)
“El Investigador experimentaba el olvido, ese
fenómeno que permite a tantos seres humanos no morir demasiado deprisa.” (p.
166)
“Al fin y al cabo, la vida está llena de momentos
absurdos, inexplicables, que cuesta entender y que quizá no signifiquen nada.
Sólo es un caos biológico que intentamos organizar e interpretar.” (p. 196)
“Ver morir a un hombre es muy desagradable. Ver u
oír morir a millones diluye el horror y la compasión. Uno pronto se da cuenta
de que ya apenas siente nada. La emoción está reñida con la cantidad. ¿Cree
usted que habrá habido alguien que haya sentido lástima al pisar un hormiguero?”
(p. 225)
Sin embargo, a pesar del interés de ambos aspectos,
a mí la novela me ha resultado un tanto espesa. Tiene una magnífica primera
parte en la que todo resulta novedoso y el lector se queda a la expectativa de
por dónde puede seguir esa rara historia, pero llega un momento en que empiezan
a resultar un tanto repetitivas las situaciones y se hace un tanto pesada hasta
que al final, donde están las mejores reflexiones, remonta.
En cualquier caso queda acreditada una vez más la
capacidad de este escritor para crear atmósferas e historias peculiares. De
todas formas yo sigo prefiriendo sus dos primeros libros.
Philippe Claudel, La investigación. Traducción
José Antonio Soriano Marco.
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