martes, 18 de septiembre de 2018

Buen descubrimiento




Se trata de una autora de la que he visto muchos libros en las librerías a lo largo de los años, pero a la que nunca he hecho demasiado caso. Craso error. Algo parecido me pasó con la argentina Marcela Piñeiro y no solo me he arrepentido, sino que le estoy poniendo remedio leyendo lo principal de su producción.
De Restrepo se han dicho cosas muy relevantes que la editorial reproduce en la solapa de este libro, cosas como: “Una prosa que por momentos nos quita el aire.” (Elena Poniatowska) o “Cuando la escritura llega hasta donde la llevó Laura Restrepo, hay que quitarse el sombrero.” (José Saramago). Y tienen toda la razón porque quizá lo que más llama la atención de esta novela es su escritura y su lenguaje.
Restrepo toma unos hechos reales, la violación y asesinato de una niña de siete años producidos en 2016, que tuvieron una repercusión extraordinaria en la sociedad colombiana a pesar de que, como se dice en el libro: “En este país nuestro ha sido tanta la guerra, tanta, soportada por demasiado tiempo, que los vivos ya estamos acostumbrados y los muertos olvidados y no hay quien registre el catálogo. La violencia pesa y pasa, así sin más, pasa y arrasa, y la muerte se ha ido volviendo vida cotidiana.” (p. 246) Toma esos hechos, decía, y construye una posible historia sobre su autor o autores.
El libro se divide en seis capítulos en los que uno de los protagonistas, Hobbit, va presentando en primera persona a los otros cuatro: Muñeco, El Duque, Tarabeo y El Píldora, todos pertenecientes a la clase alta de Bogotá excepto el narrador que es de una clase inferior. Solo en el capítulo cuatro se narra de forma bastante indirecta y nada morbosa los hechos reales.
Antes hablaba de la importancia de la escritura en la novela y para comentarla nada mejor que reproducir un fragmento de la reseña hecha en el blog laslecturasdeguillermo.wordpress.com

“Laura Restrepo consigue describir la monstruosidad sin enunciarla; solo la muestra, deja que hable por sí misma. Y lo hace a través de un profundo y espléndido trabajo con el lenguaje. La oralidad del discurso y el fraseo de los personajes retratan prodigiosamente un grupo social y una actitud. De eso se vale Restrepo para desplegar ante el lector la foto de grupo donde esta terrible historia se fraguó. Los jóvenes formados en el Liceo Quevedo, semillero de los hombres más poderosos de Colombia, acaban siendo eso: cómplices. Gente atrapada en su universo narcisista e infantil.”

Algunas de las caracterizaciones son: tenebroso, matón pero amoroso; sibilino y lleno de aristas; evita el contacto físico y miedoso; busca el orden y la perfección; servicial, amable. Personajes inmaduros a pesar de que han sobrepasado los treinta; miembros de una generación que se niega a crecer.
Una novela que engancha desde las primeras líneas y que mantiene la tensión y la atención del lector haciendo uso de un lenguaje muy llamativo que, imagino, se corresponde bastante con el de esos grupos sociales y en el que se pueden encontrar términos como: teiboleras (las bailarinas de table dance); edificio clasemedioso o apto (por apartamento), entre otros muchos.
En resumen, una magnífica novela absolutamente recomendable. Pronto me pondré con algún otro título de la autora.

Laura Restrepo, Los divinos

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