Qué grata sorpresa encontrar el otro día un libro
desconocido de Mankell y ver que se trataba nada menos que del primero que
publicó en 1973 con apenas veinticinco años. Este escritor está entre mis
autores favoritos y así aparece en la serie que les dedico en el blog. He leído
la inmensa mayoría de los libros que se han publicado en España y solamente
uno, Profundidades, me ha defraudado. El resto me habrán parecido más o menos
acertados pero, tanto con los que forman la serie africana, como con los
dedicados a temas variados y, sobre todo, con la serie que tiene como
protagonista al comisario Wallander he disfrutado y he pasado magníficos
momentos de lectura.
Desde su fallecimiento no esperaba ya leer nada de
él salvo uno que aún tengo pendiente, Las Daisy Sisters, de ahí la agradable
sorpresa de este ejemplar que, además es un libro muy original en su concepción
y en su desarrollo y que, curiosamente, tiene muy poco que ver con lo que será
la forma de escribir del autor sueco.
El libro cuenta la historia de un trabajador que se
dedica a poner la dinamita preparando el terreno para las obras públicas. En
1911 sufre un grave accidente al explotarle cerca una carga y quedará con
graves secuelas físicas, aunque no le impedirán seguir trabajando en la misma
profesión en el futuro.
Se trata de una historia de superación y de lucha
por mejorar las condiciones de vida; unas condiciones que se describen en
varios momentos y que eran realmente duras: trabajos penosos de limpiador de
fosas sépticas como el del padre, casas sin prácticamente espacio ni comodidad
alguna, múltiples accidentes laborales, en fin, lo que era la vida de la clase
obrera en la primera mitad del siglo XX. En ese contexto Oskar Johansson, el
protagonista, se afiliará al partido
socialdemócrata sueco aunque terminará abandonándolo porque:
“La decadencia más vergonzosa de los
socialdemócratas es que han convertido el socialismo en una especie de
organización para funcionarios inútiles que se llenan los bolsillos a costa de
los trabajadores.” (p. 197)
Creo que aquí
está una de las claves de esta novela: la defensa de la lucha sindical y
política y un cierto desengaño con los socialistas.
Se ve muy bien lo primero con unas palabras de Oskar
al referirse a su hijo:
“- No me gusta que el chico empezara a llamarse director
en cuanto se compró una lavadora y empezó a lavarle la ropa a la gente. (…)
Hubo un tiempo, cuando tenía veinte años, en que era un chico estupendo,
protestaba y armaba jaleo.” (p.199)
Todo esto por lo que se refiere al contenido de la
novela. Decía al principio que es algo diferente a lo que será su forma
habitual de narrar. En este caso emplea diferentes perspectivas para explicar
los hechos Usa la primera persona cuando un joven narra sus encuentros con el
protagonista en una isla en los veranos de los años sesenta y la tercera para
describir acontecimientos. También recurre a los recuerdos del propio Oskar.
Además, no narra siguiendo la cronología sino que va alternando momentos
distintos con mucha eficacia.
Una de las cosas más destacables de la novela es la
gran sensibilidad que muestra y el enorme cariño con el que trata a casi todos
los personajes con momentos tan entrañables como cuando Oskar es acogido en su
casa por un compañero tras ser expulsado por su padre al enterarse de que era
socialista. Magnífico también el diálogo con su mujer sobre la lentitud de los
cambios que se producían cuando los socialdemócratas llegaron al poder.
Una suerte y una auténtica gozada la lectura de esta
primera obra de un gran escritor que ya apuntaba lo que vendría después.
Hay una buena reseña de Justo Navarro en elpais.com
en la que no solo se habla de este libro.
Henning Mankell, El
hombre de la dinamita. Traducción Carmen Montes
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