Apenas
hace una semana que terminé el libro Mamá
de Jorge Fernández Díaz, y me enfrentó a otro con el mismo tipo de personaje
protagonista: la madre, en este caso de la escritora. Este tipo de protagonista,
además de la coincidencia en algunas épocas de lo narrado, es lo único que
tienen en común ambos textos por lo que a la historia se refiere. Otra cosa es
que en ambos hay momentos de gran emotividad.
La madre
de Wodin se suicidó cuando la autora tenía nueve años, a partir de ahí se educó
y vivió en una residencia católica para chicas.
El libro
se divide en cuatro partes bien diferenciadas. En la primera, vemos cómo Wodin
hace pocos años se plantea saber más sobre su madre y para ello emprende
investigaciones a través de internet. Aquí coincidirá con un curioso personaje,
Konstantin, estudioso de la genealogía, que la ayudará desde los inicios. Así
va descubriendo a distintos miembros de su familia, tanto materna como paterna,
pero prácticamente nada de la madre.
En la
segunda, a partir del descubrimiento de unos escritos en los que su tía Lidia,
una hermana de su madre, rememora hechos de su vida, nos relata parte de esa
vida, realmente interesante, porque incluye: la Revolución Rusa, la posterior
guerra civil, su estancia en la universidad en el año 1932, la hambruna en
Ucrania, su detención y violación, y finalmente su trabajo como profesora de
jóvenes delincuentes hasta 1941. Es decir, es un buen repaso de la historia de
ese periodo, muy bien contado y sin ahorrar los momentos más duros.
En la
tercera, se centra en la figura de su madre (y algo también en la de su padre).
Para ello, a falta de información concreta, la autora hace una narración de cómo
hubiese podido suceder tanto su estancia como trabajadora esclava en los campos
de trabajo alemanes, como su posterior salida para terminar viviendo en
Leipzig.
Finalmente,
en la cuarta parte, continúa con la vida de su madre, pero ahora durante el
periodo que compartió con la autora. Asistimos así a su nacimiento, un nuevo
desplazamiento en el que son acogidos por un alemán en su finca del campo, el
regreso a un campo para desplazados y, al fin, en una vivienda en Nuremberg
donde por primera vez tendrán agua corriente y electricidad.
Si en la
primera parte predomina el suspense y la técnica propia de los documentales
norteamericanos, en los que de repente aparecen novedades al surgir nuevas
líneas de investigación, en las otras se trata de escritos más típicos de las
memorias e incluso en la cuarta parte, de la autobiografía (aunque me ha
resultado difícil aceptar algunas cosas que cuenta de cuando tenía cuatro o
cinco años).
Si en la
primera conocemos varios suicidios, en las otras hay desde un incesto (parece
ser que Lidia era hija de una relación entre su madre y su tío), un asesinato
de una prima a manos de su hijo, hasta varios casos de canibalismo durante la
guerra civil.
Se trata
pues de un libro que recoge momentos claves de la historia de Europa en la
primera mitad del siglo XX, y unas historias personales tremendamente duras y
conflictivas en la zona de Rusia, Ucrania y Alemania.
Una
lectura muy recomendable porque, además, está muy bien escrito y muy bien
contado. Se nota la mano de una buena novelista. El libro tuvo hace dos años un
par de premios literarios.
Hay una magnífica reseña de Cecilia Dreymüller en elpais.com
Natascha
Wodin, Mi madre era de Mariúpol. Traducción Richard Gross
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