martes, 13 de agosto de 2019

Buscando a la madre



Apenas hace una semana que terminé el libro Mamá de Jorge Fernández Díaz, y me enfrentó a otro con el mismo tipo de personaje protagonista: la madre, en este caso de la escritora. Este tipo de protagonista, además de la coincidencia en algunas épocas de lo narrado, es lo único que tienen en común ambos textos por lo que a la historia se refiere. Otra cosa es que en ambos hay momentos de gran emotividad.
La madre de Wodin se suicidó cuando la autora tenía nueve años, a partir de ahí se educó y vivió en una residencia católica para chicas.
El libro se divide en cuatro partes bien diferenciadas. En la primera, vemos cómo Wodin hace pocos años se plantea saber más sobre su madre y para ello emprende investigaciones a través de internet. Aquí coincidirá con un curioso personaje, Konstantin, estudioso de la genealogía, que la ayudará desde los inicios. Así va descubriendo a distintos miembros de su familia, tanto materna como paterna, pero prácticamente nada de la madre.
En la segunda, a partir del descubrimiento de unos escritos en los que su tía Lidia, una hermana de su madre, rememora hechos de su vida, nos relata parte de esa vida, realmente interesante, porque incluye: la Revolución Rusa, la posterior guerra civil, su estancia en la universidad en el año 1932, la hambruna en Ucrania, su detención y violación, y finalmente su trabajo como profesora de jóvenes delincuentes hasta 1941. Es decir, es un buen repaso de la historia de ese periodo, muy bien contado y sin ahorrar los momentos más duros.
En la tercera, se centra en la figura de su madre (y algo también en la de su padre). Para ello, a falta de información concreta, la autora hace una narración de cómo hubiese podido suceder tanto su estancia como trabajadora esclava en los campos de trabajo alemanes, como su posterior salida para terminar viviendo en Leipzig.
Finalmente, en la cuarta parte, continúa con la vida de su madre, pero ahora durante el periodo que compartió con la autora. Asistimos así a su nacimiento, un nuevo desplazamiento en el que son acogidos por un alemán en su finca del campo, el regreso a un campo para desplazados y, al fin, en una vivienda en Nuremberg donde por primera vez tendrán agua corriente y electricidad.
Si en la primera parte predomina el suspense y la técnica propia de los documentales norteamericanos, en los que de repente aparecen novedades al surgir nuevas líneas de investigación, en las otras se trata de escritos más típicos de las memorias e incluso en la cuarta parte, de la autobiografía (aunque me ha resultado difícil aceptar algunas cosas que cuenta de cuando tenía cuatro o cinco años).
Si en la primera conocemos varios suicidios, en las otras hay desde un incesto (parece ser que Lidia era hija de una relación entre su madre y su tío), un asesinato de una prima a manos de su hijo, hasta varios casos de canibalismo durante la guerra civil.
Se trata pues de un libro que recoge momentos claves de la historia de Europa en la primera mitad del siglo XX, y unas historias personales tremendamente duras y conflictivas en la zona de Rusia, Ucrania y Alemania.
Una lectura muy recomendable porque, además, está muy bien escrito y muy bien contado. Se nota la mano de una buena novelista. El libro tuvo hace dos años un par de premios literarios.
Hay una magnífica reseña de Cecilia Dreymüller en elpais.com

Natascha Wodin,  Mi madre era de Mariúpol. Traducción Richard Gross


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