Al terminar la lectura del libro tuve que respirar
profundamente; me había dejado sin aliento. Si todo el libro es trepidante, la
parte final es, además, estremecedora.
Menciona Amat en la Nota del autor a dos escritores franceses, Carrère y Vuillard, a
los que sigo en todo lo que publican. La llamada “no ficción” es un género, si
es que se puede considerar así, en el que me parece que se está escribiendo una
parte de la mejor literatura actual o, al menos, de la que más me gusta, con la
que más disfruto.
Este libro de Amat es un buen ejemplo de esa
literatura. Su protagonista es Alfons Quintà, un periodista protagonista de los
principales momentos de la vida política y comunicativa en Cataluña desde
finales de los sesenta. Basta con decir que trabajó en Radio Barcelona, fue delegado en la región de El País, encargado por Pujol de la puesta
en marcha de TV3 de la que fue director o que posteriormente escribió en Avui y El Mundo.
Amat inicia el libro contando fragmentos de la infancia y juventud de Quintà sobre todo lo relacionado con el entorno de Josep Pla del que su padre era el chófer y de alguna forma confidente. De esa época es uno de los momentos más significativos y a la vez duros del texto; Amat reproduce una carta que Quintà, con dieciséis años le escribió a Pla chantajeándole para que le ayudase a conseguir el permiso de su padre para obtener el pasaporte y el carnet de conducir a cambio de callarse los delitos que había cometido el escritor al verse en el extranjero con gente como Tarradellas. Es un atisbo de lo que será luego un personaje cuyo perfil resume muy bien Ignacio Sánchez Cuenca en una reseña muy recomendable hecha en ctxt.es:
“(…) en cuanto profesional del periodismo aparece en el libro como un personaje prepotente, agresivo, sin escrúpulos, resentido, manipulador, narcisista y cínico, todo lo cual no le impidió publicar algunas exclusivas importantes en su día y tener información de primera mano gracias a una red de contactos en las entrañas del poder que Amat describe con gran detalle”.
Y se deja en esa descripción cosas como el acoso al
que sometió a muchas colaboradoras o el trato que daba a los subordinados
(cuenta que cuando comían en una restaurante cogía con la manos cosas de sus
platos).
Ahora bien, este protagonista le sirve al autor para mostrar la realidad del poder en la época y las múltiples conexiones entre la economía, la política y los medios. En palabras de Nadal Suau en otra espléndida y completa reseña en elcultual.com:
“(…) arroja el
resultado de una tesis sobre una época, desde luego, pero no exenta de valor
universal.
(…)
Y el
verdadero protagonista es el poder, que siempre es el mismo pero goza de su
propio arco dramático rico y complejo, de sus matices y componendas bajo la
mesa (sus ramificaciones son Felipe, el Rey, Cebrián, el PSC,
Tarradellas, Pedro J. Ramírez… La lista es extensa). El poder que, en su verdad
más descarnada, deja atrás cualquier consideración ideológica o moral”. (Subrayado en el original)
Porque, y esto me
parece muy relevante, aunque todo sucede en Cataluña, de todo se pueden
encontrar muchos ejemplos en España y, seguramente, en muchos otros lugares por
ese valor universal que menciona Nadal Suau.
Dejaba a Amat
narrando los primeros pasos por la vida de Quintà y por las citas que he reproducido
ya se ve que tuvo un amplio recorrido que es lo que constituye el núcleo del libro.
Así le veremos escribiendo largo y tendido
sobre Banca Catalana hasta que el mismo Cebrián corte la serie, al poco
tiempo es cuando Pujol le encarga la creación de TV3, pero no hay problema.
Tampoco lo hay cuando pasa de su inicial militancia en el PSUC a su paso por el
soberanismo para terminar escribiendo en medios patrocinados por Ciudadanos.
Evidentemente, no es
el único personaje que sale bastante malparado en esta historia, es más, creo
que no hay ninguno que se salve del todo. Por eso el libro, como casi todos los
que he leído últimamente sobre el acontecer político en España, deja un regusto
amargo al terminarlo. Se ven demasiado las costuras del poder y, al mismo
tiempo, lo poco que se puede hacer en la medida en que el cuarto poder se ha puesto
tan a su servicio.
Amat, en la nota final ya mencionada, escribe para explicar lo que ha hecho y lo que le ha movido a ello. Reproduzco dos fragmentos que me parecen muy significativos y que aclaran muy bien la línea que sigue el texto:
“El desafío era intentar ir más allá del suceso o del relato histórico para construir una narración, pero asumir al mismo tiempo que el ejercicio literario de ir hacia dentro del caso y el personaje era una forma de embrutecimiento. Implicaba no solo descubrir realidades turbias, sino también embrutecer de sordidez mi conciencia y la del lector. Ésa había sido una duda constante para el Carrère de El adversario y su vía de salida había sido aceptar que escribir un libro como ése no lo convertía en mejor persona, pero le permitía, si lograba dar con una voz honesta, ensanchar la mirada moral sobre los otros y sobre sí mismo. Era, de alguna manera, una catarsis para superar el horror”. (p. 251)
“Asumir que no lo iba a descubrir todo sobre el protagonista y su circunstancia, porque hay silencios petrificados, pero que debía contar todo lo que pudiera documentar aunque implicase saltarse la raya del respeto, traspasar la frontera de la educación o derruir el muro de la conveniencia. He acabado por convencerme de que contar lo que explico es moralmente discutible, pero al mismo tiempo socialmente necesario. Se trataba de buscar la verdad oscura que el poder esconde para perpetuarse. Intentar encontrarla es experimentar el riesgo traumático y redentor de la libertad”. (p. 252)
Ese horror es lo que
desalienta tanto. Por otro lado, hay que agradecerle al autor que se salte el
respeto y la educación porque, efectivamente, es “socialmente necesario” contar
lo que cuenta. Eso sí, he oído algún comentario que aprovecha el texto para
criticar al soberanismo catalán; quien lo haga es que no ha entendido nada o,
habiéndolo entendido, quiere aprovecharlo para sus propios fines.
Un libro
imprescindible. En la línea de los buenos de los autores franceses citados y de
alguno más.
He visto que aparece
entre los primeros de la lista de los mejores libros del año en Babelia. Totalmente de acuerdo.
Jordi Amat, El
hijo del chófer.
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