Ngugi wa Thiong’o es uno de los pocos escritores
africanos que conozco. Hace cuatro años leí Reforzar
los cimientos, un magnífico libro de ensayos, y la primera parte de sus
memorias de la que el que hoy comento es la tercera. La segunda se me pasó en
su día y tendré que leerla más adelante.
Este desconocimiento de las literaturas africanas
lastra en parte la lectura de un libro tan interesante como este en el que, al
tratar del despertar del autor a la escritura, aparecen multitud de nombres de
otros autores en su gran mayoría desconocidos, al menos para mí. Solo los casos
de Soyinka y Achebe se apartan de esta situación; el primero por el premio
Nobel que obtuvo, y el segundo porque sí que he leído todo lo que se ha
traducido de su obra.
El libro de wa Thiong’o recoge el periodo que va de
1959 a 1964, es decir, cuando estudiaba en la universidad ugandesa de Makerere
y también el momento en el que se produjo la independencia de varios países
africanos muchos de cuyos líderes aparecen por las páginas del libro. Cuenta al
autor la gran riqueza de la vida universitaria y, dentro de ella, el auge de
las revistas literarias y del teatro. A medida que lo leía me iba dando cuenta
de lo difícil que es salir del eurocentrismo, pues me parecía casi increíble
que eso estuviera sucediendo en un país como Uganda o, en general, en un país
africano. Es una lucha que hay que hacer permanentemente para no caer en los
tópicos y los estereotipos que manejamos en occidente, pero es algo siempre
complicado por la poca información que nos llega y, cuando lo hace, por lo
centrada que está en aspectos como los movimientos migratorios y los problemas
que padecen esos países. Es raro que lleguen informaciones de logros y, en
general, de aspectos positivos.
Por eso es más interesante si cabe la lectura de un
libro como este. Vemos a un joven, nació en 1938, que poco a poco va logrando
publicar en algunas revistas tanto artículos como algún relato. También
consigue que se represente su primera obra de teatro. Con todo va naciendo y se
va afianzando su vocación por la literatura, al mismo tiempo que va naciendo su
compromiso anticolonialista.
En este último aspecto es muy interesante lo que
cuenta de los distintos factores que le llevaron al descubrimiento de la
“negritud”, a lo que también colabora el desprecio a los africanos que ve en
dos profesores de Estudios Religiosos, uno anglicano y otro católico.
Por otro lado, este descubrimiento también le lleva a ir adoptando cada vez posturas más claras a favor de la independencia de las distintas colonias. Esto no quita para que también critique cómo se hicieron algunas lo que se puede ver en fragmentos como el siguiente:
“Todos y cada uno de los gobiernos que se sucedieron en el poder prometieron conservar el orden heredado. La continuidad era la clave de un juego cuyas reglas se decidían a puerta cerrada en Londres, París o Bruselas. Pero ese orden, estipulado como el ideal, se había creado y mantenido gracias a la manipulación de las diferencias entre regiones, grados de desarrollo, clases sociales, razas e incluso religiones. Y nosotros habíamos jurado no cambiar los cimientos sobre los que se había erigido y conservado ese orden. Queríamos nadar y guardar la ropa”. (p. 224-225)
En fin, un libro muy interesante para entrar en contacto con realidades que no solemos conocer y, desde otro punto de vista, para ver cómo va surgiendo un escritor, qué pasos da, a qué problemas se enfrenta, teniendo en cuenta que será unos de los más importantes e influyentes de África.
También son muy recomendables los otros libros publicados del autor.
Ngugi wa Thiong’o, Nace un tejedor de sueños. El despertar de un escritor. Traducción
Rita da Costa
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