Ver un libro de Carrère en
las estanterías de una librería es una de las mayores alegrías que me puedo
llevar en ese lugar. Es quizá el escritor que más me gusta en los últimos años,
aquel cuyos libros, salvo El reino,
más me han emocionado en unos casos e inquietado en otros.
No sabía qué podía
encontrarme en un libro con un título tan concreto y específico; además, no
había leído ni oído nada sobre él. Empecé la lectura y poco a poco me fui
desilusionando porque, efectivamente, el libro iba sobre el yoga, la meditación
y el taichí con mucha información y detalles que se me iban haciendo cada vez
más aburridos (y eso que practiqué taichí hace unos años aunque de una escuela
diferente), pero…esta es la gran ventaja de leer a alguien como Carrère: una
vez que termina esta primera parte de las cinco en que está dividido el libro,
entramos en otros territorios que resultan, por un lado, más interesantes hasta
convertirse en muchos momentos en absorbentes; de hecho me he leído el libro en
dos o tres sentadas a pesar del cansancio que últimamente me produce la lectura
por un problema con las gafas. No en vano dice muy acertadamente Ana Fornaro al
final de su extensa y muy completa reseña en pagina12.com.ar: “Yoga, que iba a ser un librito liviano pero profundo sobre los
beneficios de la meditación, con el paso del tiempo se fue convirtiendo en un
artefacto complejo y peligroso como una bomba, una camisa de once varas fascinante en la que, a
pesar de sus agujeros e imperfecciones, vale la pena meterse”. (Subrayado en el original).
En la segunda
parte, Carrère habla sobre su amigo Bernard y su muerte en el atentado en la
sede de Charlie Hebdo. Es una parte corta pero en la que el autor hace algunas reflexiones
interesantes.
Entra así de
lleno, a lo largo de la tercera parte, que titula nada menos que Historia de mi locura, en lo más
personal y absorbente del libro. Cuenta los meses que pasó internado y
reproduce fragmentos de los diferentes diagnósticos que le hicieron y de las
terapias que le aplicaron. Aquí está el Carrère más abierto, desnudo me
atrevería a decir, que he leído nunca lo que es mucho decir de un autor que en
sus libros se expone constantemente y que tiene a gala lo siguiente:
“Tengo una convicción, una
sola, relativa a la literatura, bueno, al género de literatura que yo practico:
es el lugar donde no se miente. Es el
imperativo absoluto, todo lo demás es accesorio, y creo haberme atenido siempre
a este imperativo. Lo que escribo es quizá narcisista y vanidoso, pero no
miento.”. (p. 157)
Sinceridad de la que ya
había hecho gala mucho antes afirmando: “Me gustaría tener pensamientos más dignos, pensamientos
de los que pudiera enorgullecerme, pensamientos altruistas, por ejemplo. (…) Soy un hombre narcisista, inestable,
lastrado por la obsesión de ser un gran escritor”. (p. 118)
Pasa a continuación, en la
cuarta parte, Los chicos, a dar otra vuelta
de tuerca al narrar su estancia en la isla griega de Leros colaborando con una
peculiar profesora universitaria jubilada norteamericana, Frederica Mojave, en
un taller de escritura con cuatro jóvenes de 15 y 16 años, tres afganos y un
pakistaní, a lo que dedica la parte más extensa del libro. La inmigración como
tema con momentos de mucha intensidad emocional sobre todo cuando transmite
alguno de los escritos que hacen estos jóvenes.
Cierra el libro con una
quinta parte cuyo título, Sigo sin
morirme, ya es casi una declaración. Es bastante corta y enormemente
positiva y hasta divertida con una anécdota sobre Alain Finkielkraut o la explicación de cómo escribe
a máquina con solo el dedo índice de la mano derecha incluso para el espaciador,
hasta concluir con un verdadero happy end
un libro que tiene muchos momentos muy desgraciados.
Hasta aquí algunas de las
muchísimas cosas que se pueden decir sobre el contenido del libro, pero en
Carrère también es muy importante la escritura. Si bien en la primera parte
prima la descripción, eso sí, muy bien hecha como es habitual en él, a partir
de ahí el Carrère más personal no solo lo es por los temas que aborda sino
porque los aborda con un lenguaje también más intimista.
Una magnífico libro, una
vez más, de un escritor realmente distinto y fascinante para todo aquel que se
deje fascinar por sus temas y la forma de tratarlos, pero que entiendo que
también pueda irritar y no interesar a un tipo de lector.
No obstante coincido con el
autor cuando dice que De vidas ajenas
“es con mucho mi preferido”. Lo he releído recientemente y me ha vuelto a
emocionar como la primera vez o más. Espero que me pase también con este Yoga que, seguro, releeré antes de que
pase mucho tiempo.
Además de la reseña
mencionada, hay una buena entrevista de Andrés Seoane en elcultural.com.
Por cierto, muy buena la
traducción, como siempre, de Zulaika.
¡Ah, se me olvidaba! Es rarísimo ver en un texto editado por Anagrama nada menos que cuatro erratas; en las páginas: 218, 220, 238 y 295.
Emmanuel Carrère, Yoga. Traducción Jaime Zulaika.